Juan Marinello Vidaurreta (Villa Clara, 2 de noviembre de 1898– La Habana, 27 de marzo de 1977). Político y notable intelectual cubano, Doctor en Derecho Civil y en Derecho Público, poeta y brillante ensayista. Participó en la Protesta de los Trece, fue miembro del Grupo Minorista y del Movimiento de Veteranos y Patriotas. Tras el triunfo de la Revolución, entre otras responsabilidades, fue Rector de la Universidad de La Habana y embajador ante la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO).
Fue editor, junto a Jorge Mañach y Francisco Ichaso, de la Revista de Avance (1927-1930), publicación de orientación vanguardista y meritoria labor en la actualización cultural del inquieto mundo artístico-literario nacional.
El mayor vuelo estético de Marinello como escritor está en la prosa; el ensayo y la oratoria. «Nuestro arte y las circunstancias nacionales» (1925); «Juventud y Vejez» (1928) —discurso con que estrena su condición de “socio de número” de la SEAP, y que recibió la más elogiosa crítica―; y «Discurso a los escritores venezolanos» (1942), figuran entre los más relevantes, junto a ensayos como «Americanismo y cubanismo literarios» (1932); «Veinticinco años de poesía cubana» (1935); «Hazaña y triunfo americanos de Nicolás Guillén» (1936) y «La vereda desusada y las vías naturales» (1944), entre otros. El tema martiano ocupa un abultado espacio en su obra, comparable solo al tema de la responsabilidad social del intelectual, artista y escritor, inherente a toda su producción.
Su poesía, quizás más escasa y menos conocida, inició con la publicación, en 1927, del poemario Liberación, reconocido por su acento original pues superaba el romanticismo raigal de la poesía cubana y se desentendía de la gastada ornamentación modernista, para presentar una voz íntima, apreciada entonces como «nueva expresión poética». Sin embargo, el Partido Comunista de su época (del cual era militante) exigía una «Liberación» distinta a la proclamada en el poemario, menos intimista y más volcada en la urgencia social, tal vez se encuentre ahí una de las razones por las que no desarrolló a profundidad la poesía como vía de expresión. La doctora Vicentina Antuña sintetizó con mucho refinamiento esta paradoja entre vocación política y literaria en su ser: «No creemos equivocarnos al pensar que, en Marinello, esa pugna interior, inicial, se produjo en dos planos distintos, aunque estrechamente vinculados, de la personalidad: el temperamento y la vocación».
Como homenaje en su natalicio, compartimos una breve selección de su obra poética.
Y sin embargo…
Lo he dejado todo;
Amores que sólo
Eran un reflejo
Del amor,
Mirajes
Que eran un trasunto débil del paisaje
Interior.
Todo se ha quedado detrás; la gloria
Del elogio fácil (dulce vanidad),
Las manos que estrechan, las manos que dañan,
El beso que enciende y el beso que calma
La ansiedad,
Todo se vislumbra lejos; pero asciende
De las tibias ascuas- hogueras del ayer-
Un humo en que flotan ansias insepultas
Y maravillosas formas de mujer.
Todo lo he dejado;
Pero todo alienta dentro de mí ser.
Tu frente
Aquella frente tuya, rumorosa, hecha de luna y caracol marino fue la dueña absoluta de la rosa cuando emprendimos, juntos, el camino; aquel erguido vaso peregrino que encendió su presencia numerosa ante cada dolor, y a toda cosa impuso la pasión de su destino es esta misma frente conmovida y quieta en su clamor, lumbre nacida de las sombras mortales de la hora, que vuelve en tiempo y luz y en la alborada toda flecha enemiga disparada sobre su fiel planicie vencedora.
Ya no sentía la tarde
Ya no sentía la tarde ni el alma. Viniste tú y hubo un espanto de soles en los viejos corredores traspasados de tu luz, Marcho en la tarde dorada, y el campo todo pregunta: Cómo ilumina el sendero éste, que fue sombra y duelo eternos Hay un asombro en la pupila del río (y soy un dulce rubor al duro sol del estío). Me voy fundiendo en la llama de la nueva quemadura tengo un gigante clamor que empavorece la altura de los montes, y un rumor estelar entre las sienes. No ven los miopes senderos en el pecho amanecido solo me ven en la tarde, y voy marchando contigo. El alma ya no sabia de auroras. Llegaste tú, y hubo un espanto de soles en los viejos corredores traspasados de tu luz.
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