Marta Jiménez Martínez, la viuda joven de Fructuoso Rodríguez, fue hija única de un padre médico y una madre ama de casa. En su autobiografía encontramos datos interesantes que nos indican cómo transcurrió su vida como miembro de la clase media: aprobó el bachillerato de ciencias en la Academia Baldor y se graduó de universitaria en las carreras de Farmacia y Perito químico-azucarera en 1956 y 1960, respectivamente.
Marta conoció a Fructuoso cuando cursaba la universidad, ellos se encontraban habitualmente en clases de las asignaturas comunes a sus estudios de Farmacia y Agronomía, en un caso y otro. Indica Marta cómo Fructuoso comenzó a darle «vueltas» y luego se hicieron novios, aunque surgió un problema con sus padres: «Mi familia se opuso al noviazgo —por demás, fugaz, pues no teníamos mucho tiempo— porque él era mulato y, después, porque querían evitarme la vida azarosa que tenían las familias de los revolucionarios».
Finalmente decidieron casarse el 27 de julio de 1956 para sobreponerse a esas dificultades que les impedían ser aceptados por su familia, uno de los testigos de aquella boda fue su amigo entrañable, el líder estudiantil universitario, José Antonio Echeverría. Después del casamiento, Fructuoso le dio a conocer al padre de Marta que el matrimonio se había consumado y que saldrían al lago de Mayajigua a disfrutar de su luna de miel. Añade Marta que «al regreso a La Habana, sin anuncio previo, fueron a su casa, donde su querido padre los recibió con afecto y a Fructuoso le dio un fuerte abrazo y le dijo: «Usted ahora es mi hijo». Las incomprensiones familiares se superaron por el amor entre Marta y Fructuoso, eran una espléndida pareja de jóvenes que buscaba un mejor porvenir para Cuba. Se instalaron a vivir juntos en la casa de huéspedes de la madre de él en Calle 21 esquina a M. Sobre el carácter y las virtudes personales de Fructuoso Rodríguez, Marta diría:
Su integridad, sus valores, su calidad humana, su austeridad y desinterés por el dinero, su amor por su padre, su madre, su pueblo. Ese carácter, su franqueza con la que siempre hablaba, su ausencia de complejos, prejuicios, resentimientos, odios, su confianza en el futuro, todo lo que él era se me fue entrando hasta infundírmelo de tal manera que fui capaz de enfrentar prejuicios, familia, seguridad, estabilidad, futuro, bienestar, en fin, todas las maravillas que los buenos padres, como eran los míos, querían para su hija única.
Rememoraba Marta que al graduarse de Farmacia en 1956 comenzó a laborar en la compañía Avon Cosmetics como supervisora de zona. Se trataba de un cargo que le permitía moverse por toda la ciudad y ayudar a los revolucionarios que combatían a la dictadura batistiana; en el mismo año 1956 gestionó el asilo en la embajada de Costa Rica de Ramón Guin.
Las inquietudes revolucionarias que compartían Marta y Fructuoso pronto los llevaron a tener que compartir una vida inestable, de esa primera casa que compartieron juntos recuerda Marta que su esposo «salió huyendo dos o tres veces porque la policía lo iba a buscar otras tantas». Después del 28 de octubre de 1956 debieron separarse a raíz del atentado ejecutado por un comando del Directorio Revolucionario contra el jefe del SIM, coronel Antonio Blanco Rico. Según Marta: «El propio Batista acusó por sus nombres a José Antonio y Fructuoso de ser los autores del hecho y comenzó la más férrea persecución y represión y, como consecuencia, el clandestinaje total que solo la muerte detendría».
Transcurrido un tiempo, el joven matrimonio pasó a residir en un apartamento de la calle 18 entre 15 y 17, en el Vedado. Luego de que los revolucionarios Osvaldo Díaz y Abelardo Mederos huyeran del Castillo del Príncipe, decidieron abandonar esa morada, por seguridad. Pasaron a residir en el mismo Vedado en las calles 21 y 24, no. 1302, apartamento 8, lugar conocido como «El hueco» que, en definitiva, fue cuartel general del Directorio Revolucionario, pues allí también pernoctaban Juan Pedro Carbó Serviá y los prófugos del Castillo del Príncipe ya mencionados. Aquella vivienda se convirtió en un punto de reunión para coordinar actividades contra la dictadura de Batista. Allí se cumplían normas disciplinarias muy estrictas, aunque vivían en un ambiente tenso por aquel «ruido característico de la planta de la policía encendida a toda hora en el apartamento y vigilada mediante la clave facilitada por uno de sus locutores».
Una vez que el Directorio Revolucionario decidió ejecutar el asalto al Palacio Presidencial, los revolucionarios adoptaron medidas para garantizar las vidas de Marta y la del hijo que esperaba. Ella fue trasladada a otra residencia, pero en una ocasión volvió a visitar a Fructuoso en «El hueco», relata Marta que entonces pudo ver a Carlos Gutiérrez Menoyo y a Faure Chomón planificando la acción del 13 de marzo con los planos del Palacio Presidencial. En un momento posterior refiere Marta que: «Cercana la hora cero, Fructuoso me dijo que me fuera y no volviera hasta su aviso, que nunca llegaría. Ese 13 de marzo, trabajando en mi oficina de La Rampa, al ver pasar tanques y tanques, comprendí que estaba ocurriendo algo y traté de ir hasta la Universidad, pero la policía no dejaba pasar».
Después del asalto a Palacio, Marta fue fichada por la policía que, en sus pesquisas, encontró un papel con el contrato del refrigerador firmado por ella y el mártir de aquella acción Evelio Prieto, cuya dirección remitía al apartamento de 21 y 24. No obstante, ella supo que Fructuoso había sobrevivido a esa operación, por lo que decidió encontrarse con él: «No volví a verlo hasta que semanas después en mis averiguaciones recorriendo las pocas casas de confianza, acudí a la de Nena Pérez e Ignacio Hernández. Fructuoso mismo me abrió la puerta. ¿Me presintió? No tenía sentido que él abriera, iba contra las más elementales reglas del clandestinaje. Estaba allí con Tony Castell y nos separamos con la esperanza de volvernos a ver el próximo sábado».
El sábado que debían verse sucedió la sombría jornada en la que fueron asesinados los revolucionarios ocultos en Humboldt 7, de ese día Marta recordaba: «Ese 20 de abril fui temprano a comprarle alguna ropa a Fructuoso y mientras la escogía tuve la convicción de que lo iban a matar. Volví a colocar la ropa en su sitio y fui a mi casa a esperar su mensaje».
Después de conocer del asesinato de Fructuoso, Marta se trasladó a la Casa de Socorros de la calle San Lázaro para reconocer el cuerpo inerte de su esposo: «No recuerdo cómo lo supe, acudí allí con mi padre, médico forense y, como no había dónde enterrarlo, mi padre, alma buena y generosa, compró una bóveda a la salida del cementerio por Zapata».
En el entierro Marta estuvo en primera fila cantando el Himno Nacional y una vez que se le dio digna sepultura a Fructuoso y a sus compañeros, Marta se dirigió al juzgado de La Habana para acusar a Esteban Ventura Novo de asesinato.
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