
A idea de quien escribe, no sólo en el prólogo a Versos Sencillosaflora la obsesión de conciencia del poeta, que al reprimir sus Versos libres no está haciendo otra cosa que atraer su atención sobre ellos. Fijémonos sino en la estructura gramatical de dicha alusión: el autor nomina al libro publicado en 1891 con dos simples frases: «esta sencillez», «escrita como jugando», mientras que a los aludidos y dispensados de publicación dedica casi todo un párrafo:
Encrespados Versos libres, mis endecasílabos hirsutos, nacidos de grandes miedos, o de grandes esperanzas, o de indómito amor de libertad, o de amor doloroso a la hermosura, como riachuelo de oro natural, que va entre arena y aguas turbias y raíces, o como hierro caldeado que silba y chispea, o como surtidores candentes […].
Se pensará que Martí abunda en argumentos porque se está refiriendo a lo que nadie conoce, y Versos sencillos estará en manos del lector una vez terminado de leer el prólogo. Pero creemos que esa inquietud explicativa no es tan simple, esas inquisiciones sobre los versos hirsutos, hirsutos, lejos de fustigarle, están llamando la atención sobre ellos, son inquisiciones entrañables, que concentran lo poético dentro de lo poético, que adivinan un temple desusado y humano. Dirá en el último párrafo de dicho prólogo, como quien ha logrado, al tamizar, la paz de la semilla:
Se imprimen estos versos porque el afecto con que los acogieron, en una noche de poesía y amistad, algunas almas buenas, los ha hecho ya públicos. Y porque amo la sencillez, y creo en la necesidad de poner el sentimiento en formas llanas y sinceras.
Esboza como primera razón la voluntad de los otros que han sabido realzar su propio fruto: el verso se ha realizado. Luego, a mi entender, ha cometido un acto de voluntad poética. El mismo que en el magistral prólogo a Versos libres afirmó: «Amo las sonoridades difíciles y la sinceridad, aunque pueda parecer brutal», suscribe ahora la «sencillez» por ser aparente claridad de la forma. Es diferente para el libro nuevo. Dignifica, al tiempo que hace suyo el traje de la forma, aunque siempre acoge la sinceridad.
Decía que no sólo en el prólogo a Versos sencillos aflora el universo de sus Versos libres, apoyatura tendida del espíritu. Lo he encontrado levantándose a ratos como fantasma o visión en el poema «XLVI» de Versos sencillos. Allí serpea, se parangona y agita con sus «flores silvestres», se deslía de ellos y se junta. Allí el poeta asume sus endecasílabos hirsutos –pensemos en los presupuestos de aquellos– sin ningún tipo de vergüenza bajo el traje perfecto de la forma de los Versos sencillos. Defiende los preceptos poéticos de aquellos:
Vierte, corazón, tu pena Donde no se llegue a ver, Por soberbia, y por no ser Motivo de pena ajena.
Llegado a este punto siento que el poeta me teje casa, fabrica una armazón donde obliga a que entre. Sus presupuestos y fines forman una amalgama indiscernible. Aquellos versos han de ir ocultos no sólo por ser frutos de su dolor personal, sino, diría yo, sobre todo, por orgullo, esa elegante disposición del alma hacia lo alto y lo fuerte. Debido a ello el complemento «Por soberbia» precede al que se refiere al sufrimiento individual. Esta soberbia o desmesura atraviesa Versos libres de comienzo a fin, y es una de sus dotes más originales.
Admírese entonces la maestría de la cuarteta:
Yo te quiero, verso amigo, Porque cuando siento el pecho Ya muy cargado y deshecho, Parto la carga contigo.
Qué nivel de depuración, qué nivel de síntesis. Esta idea que venía siendo esbozada desde los poemas escritos en España –recuérdese aquello de «Y me hiero y me curo con mi canto»–: la amalgama perfecta del dolor y el verso, el verso como fruto y consuelo del dolor está atrapado aquí en síntesis asombrosa que no reniega del pesar, del dolor, de los requiebros y vericuetos del espíritu que transitan Versos libres.
Por la próxima estrofa –la tercera– sabemos que el poeta establece una relación activa con lo creado. No son musas que vienen y benefician mansa y mágicamente:
Tú me sufres, tú aposentas En tu regazo amoroso, Todo mi amor doloroso, Todas mis ansias y afrentas.
En la cuarta se hace nítido el fantasma de los Versos libres nuevamente:
Tú, porque yo pueda en calma Amar y hacer bien, consientes En enturbiar tus corrientes Con cuanto me agobia el alma.
En la quinta estrofa desde sus procederes más íntimos caracteriza también el tránsito de la poética de los Versos sencillos: el verso se arrastra «pálido» –límpido, refinado, transido de alguna transparencia y «duro» –en su sentido de perfecto, esbelto de intensamente concebido –para que el poeta cruce fiero / La tierra, y sin odio, y puro.
En la sexta emerge la intertextualidad en relación con el concepto de verso que enarbola en el prólogo a Versos libres. Veamos primero dicho concepto: «El verso ha de ser como una espada reluciente, que deja a los espectadores la memoria de un guerrero que va camino al cielo, y al envainarla en el sol se rompe en alas», una imagen cegadora de tan brillante, y a un tiempo irradiadora, aún más allá de la percepción visual. Un concepto que repara en el carácter traslaticio de la poesía, en su poder sinecdóquico: con la porción dar un conglomerado.
El verso, aquí encarnación de la poesía, es un elemento punzante e irradiador, objeto de defensa, testigo de una difícil pero purificadora misión. En el poema «XLVI» dirá el poeta:
Mi vida así se encamina Al cielo limpia y serena, Y tú me cargas mi pena Con tu paciencia divina.
Aquí esta esbozado su destino: es el guerrero que va camino al cielo. En la estrofa ocurre la disección momentánea de la poesía, como repentina encarnación del verso, y el poeta, ser que se purifica y asciende gracias a ella.
Aquella imagen enramada del prólogo a Versos libres queda vertida en la limpieza de la cuarteta: el poeta es solar transido por el verso. En algunas otras estrofas también los elementos caracterizadores aluden a Versos libres, por ejemplo a su encrespamiento y sonoridad difícil.
Dice Martí:
Y porque mi cruel costumbre De echarme en ti te desvía De tu dichosa armonía Y natural mansedumbre; Porque mis penas arrojo Sobre tu seno, y lo azotan, Y tu corriente alborotan, Y acá lívido, allá rojo, Blanco allá como la muerte
Este último verso me lleva a pensar en Versos libres, por más que no quiera encasillar los mensajes o códigos de la poesía. Así lo testimonia ese «allá» que nos sitúa en otro terreno, que crea una relación de relatividad con el texto que afirma, también caracterizado como lívido, como ya explicamos, en contraposición a «rojo» –piénsese en Versos libres, tajo espumoso de sus entrañas– A través de todo el texto asistimos a la personificación del verso –imagen del movimiento del universo–, categoría en que el poeta se desdobla y a la que le implica los elementos telúricos de la naturaleza que él recoge para su vuelo místico.
Todos los argumentos manejados me llevan a afirmar que el poema «XLVI» de Versos sencillos contiene, constituye, la asunción poética de Versos libres. A partir de la condena o salvación final que Martí invoca junto a su verso, opino que a nivel de obra hay un silencio circunstancial, jamás una renuncia a la poesía, raíz de su espíritu. A Martí hay que salvarlo –está– en el fluido de su verso. Su suerte o su despeño vienen transidos de él inexorablemente.
Como último elemento de confluencias piénsese en esos disímiles momentos despojados de un orden que el escritor ilumina en gradación en Versos sencillos, piénsese en cómo encauza lo desbordado en la flor del estilo, piénsese en las complejas, y a un tiempo, clásicas texturas tropológicas y sintácticas de Versos libres. En estos cuadernos lo depurado da fe de lo tumultuoso, lo tumultuoso da fe de lo depurado.
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