El don de la palabra oral, a veces, no siempre, se acompaña del de la palabra escrita. Casos existen de grandes escritores a quienes no resulta fácil hilvanar sentencias cuando de hablar se trata, y viceversa. En José Martí, el dominio de la palabra es fenómeno total, abarcador de su oratoria, de su conversación, de su escritura y poderosa envoltura de un pensamiento magistral.
1895 es año en extremo significativo en la vida del héroe. En enero, una delación marca el fracaso del Plan de Fernandina que habría de traer a Cuba tres expediciones invasoras. Cualquiera pensaría que es el fin, y no es así. Los hilos no cesan de moverse en el entramado de la insurrección. El 30 de enero Martí sale de Nueva York hacia Cabo Haitiano, para reunirse en Montecristi con el general Máximo Gómez.
En esa localidad se halla cuando recibe el cable que le anuncia del alzamiento en Cuba el 24 de febrero. El 25 del siguiente mes, marzo, redacta y firma junto a Máximo Gómez el Manifiesto de Montecristi, documento que establece las pautas de la nueva revolución.
El 11 de abril desembarca por Playitas de Cajobabo, junto Máximo Gómez, Francisco Borrero, Angel Guerra, César Salas y el dominicano Marcos del Rosario. ¡Ya está en tierra cubana, para luchar por ella, como un soldado más!
Martí, que gusta de escribir en cualesquiera circunstancias, lleva consigo su diario. Lo ha iniciado el 14 de febrero, hallándose en Montecristi y lo concluye el 8 de abril, en Cabo Haitiano, cuando es inminente su partida hacia Cuba. Este trozo de su vida, recogido en letra menuda y compacta, casi ininteligible, está dedicado a María y a Carmen Mantilla. Lleva por nombre Diario de Montecristi a Cabo Haitiano.
A ellas dos les pide:
“Por las fechas arreglen esos apuntes, que escribí para ustedes, con los que les mandé antes. No fueron escritos sino para probarles que día por día, a caballo y en la mar, y en las más grandes angustias que pueda pasar hombre, iba pensando en ustedes”.
Ni en las situaciones de mayor empeño revolucionario abandona el aliento lírico la prosa de Martí, quizá porque al redactar su espíritu incansable vive un remanso de quietud interior que le hace bien.
El 6 de marzo, desde Haití, escribe:
“Oigo un ruido, en la calle llena del sol del domingo, un ruido de ola, y me parece saber lo que es. ¡Es! Es el fustán almidonado de una negra que pasa triunfante, quemando con los ojos, con su bata limpia de calicó morado, y la manta por los hombros. La haitiana tiene piernas de ciervo. El talle natural y flexible de la dominicana da ritmo y poder a la fealdad más infeliz. La forma de la mujer es conyugal y cadenciosa”.
Un segundo diario, continuación del anterior, inicia en fecha 9 de abril y se extiende hasta el 17 de mayo, dos días antes de morir en Dos Ríos. Se publica por vez primera en 1940, junto con el Diario de campaña del mayor general Máximo Gómez, en ocasión del 104 aniversario del natalicio del Generalísimo. Un año después, en 1941, ve la luz separadamente, en edición extraordinaria.
El Diario de Cabo Haitiano a Dos Ríos, como se conoce, recoge los pormenores de la vida en campaña de José Martí y sus compañeros. Hay un momento de particular emoción, que tiene lugar el día 15 de abril. Dejemos que Martí nos lo cuente en su prosa insuperable:
“Al caer la tarde, en fila la gente, sale a la cañada el General [Máximo Gómez], con Paquito, Guerra y Ruenes. ¿Nos permite a los tres solos? Me resigno mohíno. ¿Será algún peligro? Sube Angel Guerra llamándome, y al capitán Cardoso. Gómez, al pie del monte, en la vereda sombreada de plátanos, con la cañada abajo, me dice, bello y enternecido, que aparte de reconocer en mí al Delegado, el Ejército Libertador, por él su Jefe, electo en consejo de jefes, me nombra Mayor General. Lo abrazo. Me abrazan todos.- A la noche, carne de puerco con aceite de coco, y es buena”.
El documento, de valor inestimable para el conocimiento de las últimas jornadas de José Martí, contiene preciosos apuntes sobre los temas más disímiles y nos revela a su autor como desbordado enamorado de la naturaleza patria.
“Vi hoy la yaguama –escribe el 21 de abril-, la hoja fénica que estanca la sangre, y con su mera sombra beneficia al herido: ‘machuque bien las hojas y métalas en la herida; que la sangre se seca’. Las aves buscan su sombra.- Me dijo Luis el modo de que las velas de cera no se apagasen en el camino, y es empapar bien un lienzo, y envolverlo alrededor, y con eso, la vela va encendida y se consume menos cera”.
Un Martí física y anímicamente vital emana de las páginas del Diario. La fuerza y el colorido de sus descripciones son extraordinarios. Abundan las imágenes literarias; el escritor nos entrega un testimonio íntimo de sus anhelos, y como lectores percibimos el valor de su sacrifico en aras de la independencia de Cuba.
Si revisamos las líneas finales de la página fechada el 17 de mayo de 1895 –la última- encontramos: “Está muy turbia el agua crecida del Contramaestre, -y me trae Valentín un jarro hervido en dulce, con hojas de higo”. El mayor general José Martí, en los campos de la insurrección, está presto a hacer realidad su anhelo mayor de combatir en el suelo patrio. El 19, día aciago, nada ni nadie es capaz de impedírselo.
Visitas: 439
Deja un comentario