
Ideas económicas
Para dar una visión del alcance de las concepciones económicas de Martí en el caso de México, hemos consultado algunos de sus artículos publicados durante su estancia en tierra azteca y otros que publicó con posterioridad en los Estados Unidos. Martí no fue un teórico de las doctrinas y leyes económicas, los conocimientos elementales en esta materia los había adquirido en la Universidad de Zaragoza. Sus juicios, en ese sentido, estaban signados por un profundo pragmatismo social. Sus propuestas partían del conocimiento de las especificidades de las tierras de América. Desde la Revista Universal, cuando intervino en una aguda polémica entre economistas mexicanos, se autocalificó como «el más oscuro de los que escriben».
La consulta de un artículo de Salvador Morales acerca de las ideas económicas de Martí sobre México, nos planteó una serie de interrogantes.
En este trabajo, Morales establece que la concepción de desarrollo económico en Martí partía de crear un mercado interno bien vertebrado sobre sólida relación entre agricultura e industria, como punto de arranque para un amplio desarrollo fabril en las condiciones mejores del nivel de progreso de la época. Por estas razones niega que Martí fuese un fisiócrata. Dejemos que los propios juicios del apóstol corroboren estos criterios: «La tierra es perpetua, séanlo las fuerzas que a vivir en la tierra se apliquen. Fuerzas constantes y productoras, elementos creadores, industrias transformadoras de los elementos que hoy existen. Nada pone la industria extractiva en el lugar y transforma, en cambio, de un modo siempre nuevo, productos fijos y constantes, en los que se asienta el verdadero bienestar de la nación.[1]
Pero esto no lo explica todo, más aún cuando leemos su artículo titulado «Progreso de Córdova. Agricultura, industria y comercio». Aquí, subestimando el papel que pueden jugar la industria y el comercio, Martí destaca el de la agricultura: «Esta gran masa consumidora no puede vivir de la industria que paga, y del comercio que no tiene. Su subsistencia depende de lo único que posee: la agricultura. He ahí nuestro verdadero porvenir».[2]
Otra afirmación del propio Martí que contradice lo propuesto por Morales, establece lo siguiente:
Si los que en ella viven [se refiere a la tierra] quieren librarse de miseria, cultívenla de modo que en todas las épocas produzca más de lo necesario para vivir: así se basta a lo imprescindible, se previene lo fortuito y, cuando lo fortuito no viene, se comienza el ahorro productivo que desarrolla la riqueza. Fluctúa y vacila el crédito, y síguelo en sus decaimientos el comercio: la tierra nunca decae, ni niega sus frutos, ni resiste al arado, ni perece: la única riqueza inacabable de un país consiste en igualar su producción agrícola a su consumo. Lo permanente bastará a lo permanente. Ande la industria perezosa; la tierra producirá lo necesario. Debilítese en los puertos el comercio: la tierra continuará abriéndose en frutos. Esta es la armonía cierta.[3]
Ciertamente, el proyecto económico ideal que propugnaba Martí, comprendía un mercado interno bien vertebrado sobre la sólida relación entre agricultura e industria. Pero Martí partió de conocer las condiciones paupérrimas en que se encontraba la economía mexicana y comprendió que ante todo era preciso desarrollar la agricultura, a la cual le concedía un papel básico para garantizar la satisfacción más inmediata a las necesidades mínimas de la población. Entendía que razones de otro orden debían ser relegadas para poder ofrecer un bienestar mínimo a la nación. Refiriéndose a las pésimas condiciones de vida de los indígenas señaló: «Dos males hay que poner remedio urgente y práctico: es el uno la necesidad inmediata y accidental; el otro, el mal en la esencia, la constitución de la raza, el sacudimiento vigoroso de esa existencia aletargada».[4]
Va primero al «remedio urgente y práctico» antes de trazarse profundas transformaciones. Así es como continúa planteando: «Tienen hambre: redímeles el hambre». Razones de orden estrictamente humanitarias lo llevaron a converger coyunturalmente con los fisiócratas y a postergar su proyecto ideal de desarrollo económico. Su pragmatismo económico se evidenció en los juicios que le merecieron la polémica proteccionismo-librecambio. No se pronunció de forma tajante a favor de alguno de ellos, sino que propuso no reducir por completo la entrada de productos extranjeros, porque: «No hay derecho para privar de un beneficio a la gran masa, sobre todo cuando recae en un objeto de uso indispensable».[5]
En 1883, cuando se rubrica el Tratado Comercial entre Estados Unidos y México, estableció que era preferible asumir la entrada de capitales extranjeros dentro de un esquema de desarrollo nacional, que convivir con el régimen feudalizante de los oligarcas mexicanos:
Nos parece, aunque, acaso por ver el suceso de cerca, o con anteojos de pasión, no se vea por todos tan claro, que la nueva era económica, acelerada por esta cuantas paletadas de oro que echan en los hornos de México los norteamericanos, hoy sobranceros de caudales, comenzó la extinción del Imperio, esto es, con la victoria definitiva sobre los mantenedores de la oligarquía teocrática en México.[6]
En un relato sobre la ganadería caballar, nos dejó su parecer sobre la formula nacional a seguir ante el avance de los capitales extranjeros: «(…) hace bien en buscar modo de celebrar tratados eficaces y de inmediatos y equilibrados resultados con todas las naciones de la tierra, en la razón en que deben estar las receptoras con los sementales: veinte a uno. Lo cual no es fórmula cabalística, sino vital e interesantísimo consejo».[7]
Para Martí, el primer enemigo en cuanto a la Economía era el estancamiento crónico y sus secuelas de hambre y escasez. Comprendió que la oligarquía teocrática había detenido el desarrollo económico porque no propició la producción a gran escala de productos agrícolas, e hizo que el país dependiese exclusivamente de la minería de la plata. Así es como caracterizó este tipo economías: «cultivo rutinario, trabajoso, poco remunerativo, de tierras alejadas de los mercados, (…) industrias raquíticas y contrahechas (…) comercio ajeno y sórdido».[8]
De esta manera, razonaba que era más positivo exportar materias primas y productos agrícolas a cambio de productos manufacturados, que mantener una estructura económica feudal estancada con rasgos de economía natural. Era consciente de que, si se mantenía esa estructura, iba a ser difícil construir un modelo económico totalmente independiente. Entendía que era un reto que debía enfrentar México y tuvo fe en sus perspectivas de desarrollo. He aquí su orientación básica en torno a la Economía: consagrarse a dar solución a las necesidades más perentorias y dejar atrás las formas de producción caducas, sin perder la perspectiva de desarrollo propio. Sobre el Tratado Comercial entre Estados Unidos y México opinaba:
Por lo que hace al Tratado, cierto que debe hacerlo entre México y los Estados Unidos; y los que del lado latino, por prever males, no lo quisieran, no saben, con cerrarle la puerta, acumulan males mayores que los que pretenden evitar; así como los acumulan por otra vía, aunque en igual término, los que apresuradamente urden y azuzan tratado de naturaleza tan grave.[9]
Ideas sociales acerca de la clase obrera
Cuando Martí arribó a México, una serie de condiciones socioeconómicas habían permitido que la clase obrera se abriera paso en el conjunto social azteca. Las garantías de la Constitución de 1857, que reconocían los derechos de asociación y reunión, facilitaron el despliegue del movimiento obrero. Gran número de Sociedades Mutuas de Socorro se constituyeron hacia 1865; el 16 de septiembre de 1872 apareció como organización de vanguardia entre los trabajadores el Gran Círculo de Obreros de México que, en años sucesivos, llegó a contar con 36 sucursales y agruparon a 10 mil afiliados.
El movimiento obrero mexicano tenía dos tendencias:
- Diversas corrientes unionistas, mutualistas, cooperativistas, social-cristianas que se reconocen en el periódico El Socialista.
- Corrientes anarquistas con una posición clasista más decidida, agrupadas en su órgano de prensa El hijo del trabajo.
Los que rigieron El Socialista se dejaron atraer por el espejismo de las cooperativas obreras y fueron guiados por mentores del sector liberal-progresista de la burguesía, en su mayoría lerditas. Esta es la tendencia en torno a la cual se agrupó Martí, quien criticó a los del segundo grupo por su apoliticismo y los convocó a participar en elecciones.
En ellos reconocemos la teoría del socialismo mexicano de entonces que profesaba la concertación de clases, la alianza con el capitalista, según uno de sus dirigentes.[10]
Como bien afirma Paul Estrade, Martí sentía «Más que la injusticia de las relaciones ocultas entre el capital y el trabajo, la injusta miseria material y moral de los trabajadores».[11]
Martí fue sensible a las carencias existenciales de la clase obrera. Entendía que siempre que el trabajador fuese sentenciado a una condición de vida miserable, tenía todo el derecho de luchar contra el capital:
El acto digno y firme con que el artesano que comienza a tener conciencia de su propio valor, se rebela contra el capitalista dominante, no ya con dominio respetable de justicia y razón, sino con el que protegido por la miseria de los obreros, en ella se apoya para hacerla todavía más miserable.[12]
Solo reconoce la naturaleza expoliadora del capital si conduce a la miseria del obrero; mientras, considera que el capitalista puede tener «dominio respetable de justicia y razón». Aunque Martí no asumió el marxismo como método social ni como ideología, tampoco sus trabajos estuvieron dirigidos a dilucidar la contradicción económica entre el capital y el trabajo. Sus criterios referidos al universo de las relaciones capitalistas parten de su sentido de justicia social, de la urgencia de resolver problemas apremiantes y no de categorías sociológicas a priori.
Martí, ferviente partidario de la solidaridad humana, comprendió que los trabajadores debían cerrar filas en su enfrentamiento contra el capital:
La fraternidad no es una concesión, es un deber. Cuando padecen artesanos laboriosos, cuando en apoyo de un principio justo emprenden una lucha enérgica a que no están acostumbrados, y que no tienen materiales para sostener; cuando la fraternidad tiende la mano en apoyo de una idea noble y justa, muy severa reprobación merecen aquellos que vuelven los ojos de la mano necesitada y apremiante que se ha tendido a los obreros para los hermanos sin trabajo.[13]
En sus crónicas describió el proceso por el cual la clase obrera mexicana adquirió «conciencia en sí» de sus intereses:
Es hermoso fenómeno el que se observa ahora en las clases obreras. Por su propia fuerza se levantan de la abyección descuidada al trabajo redentor e inteligente: eran antes instrumentos trabajadores: ahora son hombres que se conocen y se estiman (…) Porque empiezan a tener conciencia de sí mismos, están justamente enorgullecidos del adelanto que en cada uno se verifica.[14]
Las relaciones capitalistas en México produjeron cambios sociales notables, importantes sectores del campesinado y del artesanado se habían proletarizado. Un largo proceso de asimilación de nuevos patrones laborales y de conducta social había conducido al proletariado mexicano a asumir conciencia de su status social:
Así nuestros obreros se levantan de masa guiada a clase consciente: saben ahora lo que son, y de ellos mismos les viene su influencia salvadora. Un concepto ha bastado para la transformación: el concepto de personalidad propia.[15]
Estuvo al tanto Martí de los vínculos entre la intelectualidad y el proletariado; no solo ofreció sus criterios al respecto, sino que asistió al Primer Congreso Obrero de México patrocinado por el Gran Círculo, como delegado de la Sociedad Esperanza de Empleados. Según Paul Estrade no se recogen datos de su participación en el congreso porque las notas desaparecieron, pero existían testimonios de cómo un grupo de intelectuales sinceros se solidarizaron con los anhelos de la clase obrera. Así lo manifestaría el poeta Agapito Silva desde El Socialista:
La inteligencia y el trabajo unidos con lazos de fraternidad, ¡qué hermosa unión!, ahí están Agustín F. Cuenca, Gustavo Baz, Vicente Morales, Enrique Chavarri, José Martí (…) y tantos otros jóvenes de provecho que sienten con la clase obrera, que por ella trabajan, que en la prensa o en la tribuna, defienden sus derechos, que son, en fin obreros del porvenir.[16]
Martí admiró el proyecto de constitución de una Universidad Obrera Popular y tuvo palabras elogiosas para el líder estudiantil Ramón Becerra quien se consagró a esa tarea: «El compás y el martillo son de hierro: todos se hacen de la misma materia: en todos los corazones afluye sangre del mismo color. Becerra Fabre debe estar contento: se ha hecho querer de los hijos honrados del trabajo.[17]
Acerca de la raza india
Una de las realidades mexicanas que más hondo caló en el sensible espíritu de Martí, fue el estado de postración en que se encontraba la raza india. Se hizo partícipe de su dolor y comprendió que, para que México se convirtiera en una nación poderosa, debía devolverse a la masa indígena su dignidad: «Avergüenza un hombre débil: duele, duele mucho la incertidumbre del hombre-bestia. Pululan por las calles: satisfacen el apetito; desconocen las noblezas de la voluntad. Corren como los brutos; no saben andar como los hombres; hacen la obra del animal; el hombre no despierta en ellos. Y esto es un pueblo entero; esta es una raza olvidada; esta es la sin ventura población indígena de México».[18]
Martí intentó explicarse esta cruda realidad recurriendo a la historia de México y al estudio de las costumbres sin señalar la esencia y causa real de la situación de los indígenas: «El hombre está dormido y el país duerme sobre él. La raza está esperando y nadie salva a la raza. La esclavitud la degradó, y los libres los ven esclavos todavía: esclavos en sí mismos, con la libertad en la atmósfera y en ellos; esclavos tradicionales, como si una sentencia rudísima pesara sobre ellos perpetuamente».[19]
Como bien señala Paul Estrade, Martí recibió la influencia del romanticismo revolucionario de las utopías socialistas. Por eso, cuando propone soluciones a los problemas sociales de las capas más explotadas de la sociedad, no habla de los conceptos de «liberación» o «emancipación» sino de «redención» o «regeneración: «Pero álcese, redímasele, explíquesele; sea verdad que son: un pueblo libre no puede alimentar a un pueblo esclavo: el siervo avergüenza al dueño: lleguen a hombres los que han nacido para serlo: anímense los tristes al calor de la patria y del trabajo.[20]
A pesar de que Martí no aporta la solución real y necesaria al indígena —la de su liberación—; sí reconoce que se necesita de un cambio vigoroso, de una transformación profunda en la conciencia del indígena. Se pronunció por «el sacudimiento vigoroso de esa existencia aletargada».[21]
Manteniéndose en el marco de la «regeneración» para él habían dos vías de solución: la enseñanza y el trabajo bien retribuido, ambas mantenidas por una política de cuidado, de acercamiento generoso.
Sobre la enseñanza: «Un indio que sabe leer puede ser Benito Juárez; un indio que no ha ido a la escuela, llevará perpetuamente en cuerpo raquítico, un espíritu inútil y dormido».[22]
Sobre las otras soluciones señala:
¿Qué ha de redimir a estos hombres? La enseñanza obligatoria. ¿Solamente la enseñanza obligatoria, cuyos beneficios no entienden y cuya obra es lenta? No la enseñanza solamente: la misión, el cuidado, el trabajo bien retribuido. En la constitución humana, es verdad que la redención empieza por la satisfacción del propio interés. Dense necesidades a estos seres: de la necesidad viene la aspiración, animadora de la vida.[23]
No obstante, sin llegar a plantear la necesidad de un cambio revolucionario que trajera la emancipación del indígena, señaló que este debe conocer sus propios derechos y tener dignidad propia. De este modo, Martí estableció las premisas para su liberación: «Es bello que los indígenas descalzos repitan las ideas en que se consagran sus derechos: es bello que el pueblo tenga absoluto y pleno concepto de su dignidad y de su honra».[24]
Martí no logró atisbar completamente la idea de que el indígena lograría un status educacional y laboral adecuado al pugnar por su emancipación en el conjunto del pueblo-nación mexicano. Pero consideramos que señaló el camino cuando asumió que la masa indígena debía conocer sus derechos.
Conclusiones
Podríamos afirmar que México abrió para Martí nuevos horizontes. En México no fue nunca un narrador impasible de sus realidades. Como periodista no se limitó a ofrecer una mera descripción de los acontecimientos de los que fue testigo, sino que aportó criterios propios, se afilió a una u otra tendencia y sugirió soluciones a graves problemas. Esta actitud posibilitó que sus concepciones acerca de toda una serie de fenómenos sociales madurasen. La experiencia mexicana se suma de modo significativo a todo un conjunto de influencias que moldearon el pensamiento martiano.
Para finalizar, queremos ilustrar con una nota que insertó El Universal, no solo la influencia de México en Martí sino la influencia de Martí en México: «Ha pasado por México un gran artista, un excelente tribuno, un poeta centelleante, un magno espíritu: José Martí»
Bibliografía
Estrade, Paul: «Un socialista mexicano: José Martí». En: José Martí, militante y estratega. Editorial Ciencias Sociales, La Habana.
Gómez Treto, Raúl: Martí en México. Ed. Pablo de la Torriente, La Habana.
Ibarra Cuesta, Jorge: José Martí. Dirigente político e ideólogo revolucionario. Ed. Ciencias Sociales, La Habana.
Martí, José: Obras Completas. Editora Nacional de Cuba, La Habana, 1963-1965. Tomos I, VI y VII.
Morales, Salvador: «Ideas de Martí sobre la economía y el desarrollo en el caso de México». En: Anuario martiano, Colección Cubana, Ministerio de Cultura, La Habana.
Secretaria de Educación Pública. Enciclopedia de México. Director: José Rogelio Álvarez. Secretaría de Educación Pública, México.
Nota
En lo sucesivo las citas se refieren a la obra de Martí se remiten a esta edición de sus Obras completas.
***
Lea la primera parte de la serie aquí: «Martí en México (I)».
[1] Martí, 1963-65: t. VI, p. 268
[2]Martí, 1963-65: t. VI, p. 349
[3] Martí, 1963-65: t. VI, pp. 310-311
[4] Martí, 1963-65: t. VI, p. 284
[5] Martí,1963-65 : t. VI, p. 335
[6] Martí ,1963-65: t. VII, p. 23
[7] Martí, 1963-65: t. VII, p. 36
[8] Martí, 1963-65: t. VII, p. 23
[9] Martí, 1963-65: t. VII, p. 32
[10] Estrade,1983: p. 28
[11] Estrade, 1983: p. 30
[12] Martí,1963-65: t. VI, p. 228
[13] Martí,1963-65: t. VI, p. 227-228
[14] Martí,1963-1965: t. VI, p. 265
[15] Martí 1963-65: t. VI, p. 265
[16] Estrade,1983: p. 19-20
[17] Martí,1963-65: t. VI, p. 196
[18] Martí,1963-1965: t. VI, p. 266
[19] Martí 1963-65: t. VI, p. 266
[20] Martí 1963-65: t. VI, p. 266
[21] Martí,1963-65: t. VI, p. 266
[22] Martí,1963-65: t. VI, p. 352
[23] Martí,1963-1965: t. VI, p. 328
[24] Martí, 1963-65: t. VI, p. 197
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