Que los cubanos sintamos el orgullo de tener por compatriota a José Martí es natural. El más grande de los cubanos no deja dudas en cuanto a su singularidad como visionario político en quien se aunaron la entrega a la independencia y las condiciones literarias excepcionales.
Pero Martí es hoy una figura universal, un paradigma donde orientar el derrotero y un escritor objeto de intenso estudio por la manera en que acertó su tránsito por los caminos más elegantes del idioma.
Dos figuras cumbres de la lengua española, el nicaragüense Rubén Darío y la chilena Gabriela Mistral, expresaron sin ambages su admiración por él, cuya presencia late en la obra de ambos.
De Darío (1867-1916), vale decir que conoció personalmente a José Martí en Nueva York, en 1893. El cubano lo invitó a concurrir a Hardman Hall, donde él hablaría a los emigrados, y se cuenta que al llegar Darío y ser presentado, Martí lo abrazó al tiempo que exclamaba: —¡Hijo!
Después de la reunión, Darío lo acompañó hasta la casa de Carmen Mantilla, para tomar una taza de chocolate. Los dos conversaron en la tranquila intimidad del hogar de Carmen; mucho más que un encuentro ocasional, fue para Darío la oportunidad de dialogar con un hombre cuya elocuencia emanaba del corazón.
El embrujo del verbo martiano subyugó al bardo nicaragüense, quien no tuvo reparos en reconocer esta noble influencia. Ello, pese a que Darío no era en modo alguno un «desconocido»: ya había publicado el más célebre de sus libros, Azul; su nombre recorría Hispanoamérica y era cónsul en Colombia.
Para Gabriela Mistral (1889-1957), Martí es presencia recurrente. Ella, que por sobre todo es maestra, acepta el magisterio intelectual del cubano. Las referencias de Gabriela a Martí son abundantísimas y es ella autora de uno de los más lúcidos ensayos escritos sobre la poética del cubano.
Desde la primera visita, en julio de 1922, expresa en estos términos su agradecimiento por la acogida: «En Martí me había sido anticipada Cuba, como en el viento marino se anticipan los aromas de la tierra todavía lejana».
En 1934, la Secretaría de Educación de Cuba publica el reflexivo análisis titulado La lengua de Martí, de Gabriela Mistral, pieza antológica de la bibliografía sobre el héroe de Dos Ríos. La lectura del texto da fe del cuidado y amor puestos por la autora en el acercamiento a la obra del Apóstol, quien, como ella explica, «guardó a España la verdadera lealtad que le debemos, la de la lengua».
Para Gabriela, «Martí veía y vivía lo trascendente mezclado con lo familiar. Suelta una alegoría que relampaguea, y sigue con una frase de buena mujer cuando no de niño; hace una cláusula ciceroniana de alto vuelo y le neutraliza la elocuencia con un decir de todos los días».
Más adelante apunta:
Al lado de la extraordinaria sintaxis de Martí está, pues, como el otro pilar de su magistralidad, su metáfora. La tiene impensada y no extravagante; la tiene original y no estrambótica; la tiene virgínea y en tal abundancia que no se entiende de qué prado de ellas se provee en cada momento, sin que la reincidencia lo haga nunca aceptar una sola manoseada y ordinaria.
La sabida frase del hombre que piensa en imágenes, conviene a Martí como a ninguno de nosotros.
En otra conferencia devenida célebre, la que imparte el 30 de octubre de 1938, da a conocer su ensayo Los versos sencillos de José Martí. De nuevo deleita con el análisis de un tema de capital importancia en la obra del cubano.
Martí, criatura literaria completa, amaba a sus clásicos y amaba la poesía del pueblo, porque el humanismo no lo disgustó de lo popular, ni lo elemental le invalidó para lo clásico. Tenía pues, que escribir los Versos Sencillos, y aunque en ellos no llegase al terrón de la ruralidad, allí nos apunta su mano en alto el rumbo populista, tan desdeñado en ese tiempo.
Ilustrativo resulta que fue Gabriela Mistral una de las personalidades extranjeras invitadas a las celebraciones en La Habana por el centenario del natalicio de Martí, en 1953.
Recordemos que en 1945 se le había conferido el Premio Nobel de Literatura y era no solo la primera latinoamericana en recibirlo, sino el primero de los escritores de Hispanoamérica a quien se le entregaba. Con su presencia prestigiaba ella debidamente una conmemoración tan especial para el pueblo cubano.
Entonces declaró: «Yo le debo mucho a Martí. Es el escritor hispanoamericano más ostensible en mi obra».
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