…que si alguna vez nos encuentra un niño de América por el mundo nos apriete mucho la mano, como a un amigo viejo, y diga donde todo el mundo lo oiga: «¡Este hombre de La Edad de Oro fue mi amigo!»
Con palabras de un libro que ha acompañado la niñez de tantos cubanos y cubanas, he querido comenzar estas breves notas sobre José Martí, a quien el poeta José Lezama Lima llamó con razón «ese misterio que nos acompaña». En este mes se cumplieron 171 años del nacimiento del Apóstol, en la humilde vivienda de la calle de Paula, hoy museo entrañable que los cubanos conocemos como «la casita de Martí». Comenzó allí la vida intensa y breve de uno de los más grandes hombres de nuestra historia, quien, en los 42 años de su paso por la tierra, escribió miles de páginas que se cuentan entre las más hermosas de nuestra literatura, y organizó la que él llamara «guerra necesaria», uniendo voluntades en el empeño de ver libre a Cuba, que lo llevó a caer combatiendo en Dos Ríos.
Por su temprano afán independentista, Martí vivió con solo dieciséis años la terrible experiencia del presidio político, que luego quedaría plasmada en uno de sus escritos más estremecedores. Gracias a gestiones de su familia y de amigos influyentes, la pena le fue conmutada por el destierro, y en 1871 partió hacia España, donde estudió Derecho y Filosofía y Letras en las universidades de Madrid y Zaragoza. Concluidos sus estudios y sin hallar trabajo en España, el joven Martí debió seguir camino hacia otras tierras.
En 1875 llegó a México, donde conoció a la que sería su esposa, Carmen Zayas-Bazán. Allí ejerció el periodismo; sus escritos liberales le granjearon la enemistad del dictador Porfirio Díaz, y tuvo que abandonar el país. Decidió probar suerte en Guatemala, donde estaba su amigo el poeta bayamés José Joaquín Palma, y había un gobierno liberal. Un rápido viaje a Cuba le permitió comprobar que no podía vivir en su tierra natal sin el constante acoso de las autoridades españolas, que vigilaban todos los pasos del «infidente». Volvió a México y desde allí, atravesando tierra centroamericana, llegó a Guatemala en abril de 1877.
En la capital guatemalteca comenzó a impartir clases en una academia para señoritas; una de sus alumnas era María García Granados, hija del expresidente de Guatemala. El general García Granados había ofrecido a Martí su amistad, y con las frecuentes visitas del joven profesor al hogar de la familia, fue surgiendo en María un sentimiento muy profundo que él llegó a vislumbrar, o ella le dio a entender, y que lo hizo alejarse por miedo a quebrantar su compromiso con Carmen Zayas-Bazán.
Partió Martí hacia México, y regresó a los pocos meses casado con Carmen. El resto de la historia lo conocemos por el poema dedicado a “La niña de Guatemala”, publicado muchos años después como parte de los Versos sencillos:
Ella dio al desmemoriado
Una almohadilla de olor:
Él volvió, volvió casado:
Ella se murió de amor.
Como de bronce candente
al beso de despedida
era su frente ¡la frente
que más he amado en mi vida!
El matrimonio con Carmen Zayas-Bazán, como se sabe, resultó un fracaso: separado de ella y de su hijo, solo en país ajeno y frío, halló Martí consuelo en la casa y familia de otra Carmen, a cuya hija María Mantilla escribió cartas llenas de profundo cariño.
Una de esas cartas a María Mantilla aparece en el libro Testamentos[i], que cuenta con valiosas anotaciones de un equipo multidisciplinario del Centro de Estudios Martianos, bajo la dirección de Pedro Pablo Rodríguez. A través de esas notas, que conforman casi una biografía de Martí, conocemos detalles de su vida pública y privada que nos lo harán percibir más cercano y humano.
En sus palabras introductorias, el investigador Salvador Arias se refiere a las últimas cartas escritas por Martí como «testamentarias, dadas las previsiones de futuro en ellas presentes, como si se sintiera obligado a dejar por escrito puntos esenciales de su pensamiento» ante la certeza «de la real posibilidad de morir en la contienda». «Si hablamos de testamentos de ideas, no menos lo son de cariño», añade el presentador.
El tema del amor en Martí ha sido explorado en más de un libro: el amor a la patria, a sus padres, a sus hermanas, a las mujeres de su vida, al hijo a quien llamó Ismaelillo y dedicó el poemario así titulado, a sus amigos y a los hijos e hijas de estos, a todos los niños, a las criaturas de la naturaleza: el Amor, así sin más, es sello distintivo en su obra:
¡Arpa soy, salterio soy
Donde vibra el Universo:
Vengo del sol, y al sol voy:
Soy el amor: soy el verso!
Toda la obra martiana –sus poemas, sus discursos, su correspondencia– tiene en el amor una fuente de inspiración y de estímulo para la lucha.
Cartas a sus amigos Manuel Mercado, Gonzalo de Quesada y Federico Henríquez y Carvajal, a su hijo José Francisco Martí Zayas-Bazán, y a su madre, doña Leonor Pérez y Cabrera, forman también parte del libro. En todas ellas se refleja un sentimiento del deber y del sacrificio nada frecuente, como al despedirse de su madre: «En vísperas de un largo viaje, estoy pensando en usted…», o cuando le escribe a Mercado: «ya estoy todos los días en peligro de dar la vida por mi país…», o a María Mantilla: «Y si no me vuelves a ver (…) pon un libro, el libro que te pido, sobre la sepultura. O sobre tu pecho, porque ahí estaré enterrado yo si muero donde no lo sepan los hombres.»
Martí llevaba «sobre el corazón» la foto de la pequeña María, al caer en Dos Ríos de cara al sol, como lo había deseado en sus versos.
[i] Testamentos de José Martí, Centro de Estudios Martianos, La Habana, 1998, recopilación y prólogo de Salvador Arias.
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