Amo la vida, pese a que no es más que un cúmulo de angustias, y la defenderé.
Mary Shelley
Mary Shelley es considerada la madre de la ciencia-ficción moderna. Siempre estuvo acompañada por la muerte, de ahí su atmósfera oscura.
Su madre, Mary Wollstonecraft, ferviente feminista y autora del manifesto Vindicación de los derechos de la mujer; muere al darla a luz. Cuentan que con el nombre de esta escrito en la lápida, aprendió a escribir el suyo propio. Años más tarde, se encontraba con el poeta Percy Bysshe Shelley, de quien estaba enamorada, alrededor de esta tumba, incluso afirmó haber perdido la virginidad sobre ella.
Decide huir con él, a expensas de que era casado, y por las penurias de dinero, mudándose constantemente para evadir a los acreedores, muere su primera hija, de apenas unos meses. Así perecerán los demás descendientes, perseguidos por la misma inestabilidad. También sufriría de un aborto espontáneo que casi le cuesta la vida. Decía que podía hablar con los fantasmas de sus hijos, pues estos la reconfortaban.
La esposa de Percy los sigue embarazada y poco después se suicida ahogándose en un lago; también lo hace su media hermana Fanny Imlay, infeliz de su casamiento. A la muerte del poeta romántico Percy, quien también fallece ahogado años más tardes, su suegro, quien la culpa de todas las desgracias, intentará quitarle a su único heredero sobreviviente, un varón llamado Percy Florence. Al querer enterrar a su amado junto a su hijo William, descubre que este ha desaparecido y en su lugar hay un cuerpo de adulto. De su esposo guardará su corazón envuelto en un papel de seda y de sus hijos sus cabellos.
Mary Shelley recibió una educación liberal y algo radical. Su padre William Godwin, filósofo y precursor del anarquismo, quiso inculcárselo, aunque no la acepta a todas luces. Es arrastrada a una ley de amor libre, donde su pareja Percy Bysshe es el más beneficiado. En sus continuos adulterios la deja sola, aún embarazada, y comienza a desarrollar una tendencia a la depresión donde solo la literatura la salva. Vive de la escritura y para la escritura.
En 1816, el «Verano que nunca fue», se engendró Frankenstein. Darwin, fue su autor intelectual. Se había hablado de sus experimentos con electricidad, de cómo podía hacer que un cuerpo inerte cobrara vida. Amortiguado por todos estos sucesos, más las pérdidas de sus seres queridos, creció en la mente de Shelley el monstruo y le dio luz. ¡Está vivo!— gritó en las páginas el Víctor Frankenstein. Así Mary Shelley ganó la apuesta con Lord Byron de escribir una novela de terror con solo 21 años.
El texto con un tema tan atrayente es acaparado por Hollywood una y otra vez. Actualmente cuenta con cerca de 93 adaptaciones cinematográficas en varios idiomas.
Concebida como una novela epistolar, hace creíble una historia inverosímil. Todo lo que es hecho sin la naturaleza es una abominación ante Dios y el mundo. Frankenstein es una novela política, social, feminista y refleja la relación del hombre ante la sociedad. En él se discute el diálogo de Dios y la sabiduría. ¿Quién puede ir contra la creación divina? Es el mito de Prometeo que roba el fuego para dárselo a los hombres, a la creación del Dios que ama y teme.
Frankenstein o el moderno Prometeo dialoga entre la educación de su época, negada a las mujeres. Donde ellas no son seres pensantes superiores. Como se le fue negada a Mary Shelley ser la creadora de esta obra y su nombre no aparece en la primera edición porque a ninguna mujer de su época le era permitido llegar a la conclusión que dicta.
Lo mismo pasa con su otra novela menos conocida El último hombre, postapocalíptica, monárquica y futurista. Para la crítica es donde la autora se muestra madura y en todo su potencial. Su tema, al igual que su hermano mayor, es muy seductor y recurrente en los argumentos de sus contemporáneos: la extinción de la raza humana.
Un hombre que es inmune a la plaga que azota el planeta, la peste, queda solo. Ha salido de una guerra que ha sido la lanzadora de la enfermedad. El egoísmo, la preponderancia de un pensamiento u otro no tiene caso, las civilizaciones son nada ante el hombre que se va convirtiendo en animal de él mismo. La falta de memoria hacia la naturaleza, hacia la existencia. El ser humano no es el centro del universo como quiere hacernos creer la filosofía occidental.
Este pensamiento que ayer pareciera caótico hoy es una advertencia real ante las epidemias que han azotado al mundo haciendo peligrar la raza humana: la peste negra o bubónica, la fiebre tifoidea, la gripe española de 1940, el ébola, la actual covid 19.
Mary Shelley muere, mientras dormía, el 1 de febrero de 1851 de cáncer cerebral y aún la historia tiene deudas con ella. Controvertida en su época, criticada duramente, es vista como una criatura simplista, hasta que los historiadores y el movimiento feminista, la rescatan en 1970. Hoy en día es nuevamente fuente de estudio. Sus obras: Mathilda, Valperga; o Vida y aventuras de Castruccio, Príncipe de Lucca, Lodore, Perkin Warbeck, Falkner, entre otras, se deben reconsiderar. Fue enterrada en el cementerio de St. Peter, Bournemouth, junto a sus padres, como fue su última voluntad.
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