Dedicado a su entrañable amigo Daniel Zayas Aguilera, al poeta Williams Escobar, a su madre y a su isla, el cuaderno de poemas titulado El viejo, la casa y ellas, de Yadián Carbonell Hechavarría, nos ofrece una muy completa historia de vida en el decursar de sus páginas; un acontecer que no considera el autor como muy original, pero sí personal, doloroso e íntimo; el cual busca formar parte también –a conciencia- del gran rompecabezas que es la humanidad como ente vivo. Tal expresan sus palabras a través del poema número Diez de la segunda parte:
A veces deseo contar una historia
pero me faltan versos que puedan resistir la sinopsis que enferma mi lengua.
Llevo en mis manos un caleidoscopio ciego
y silencios de ultratumba en mi garganta.
Tengo intemperies distantes de existir,
campanarios mudos,
fotos vacías sobre la cama
y un pedazo de Escobar rondando mi cráneo.
¿Cómo completar una estrofa?
¿Cómo erigir mi bandera una vez más
sin que la luz conceda su color a los transeúntes?
¿Cómo responder a las sentencias de la vida?
¿Cómo morir sin contar una historia que no sea la misma?
El libro fue publicado en 2017 por la editorial Sed de Belleza, de Villa Clara. Cuenta con la minuciosa edición y el emplane de Edelmis Anoceto Vega e igual corrección de estilo de Miriam Artiles Castro. La cubierta fue diseñada por Héctor Gutiérrez Bolaños. Su autor, nacido el 11 de noviembre de 1989 en Nueva Gerona, Isla de la Juventud, es poeta y narrador, y ha sido reconocido como una de las voces jóvenes más intensas de su generación: ha compartido paneles sobre literatura en las distintas Ferias Internacionales del Libro con escritores como el propio Daniel Zayas, Roberto Viña, Nelton Pérez e Idiel García, y trabaja actualmente como director de la editorial Áncoras de la Isla de la Juventud. Vicepresidente de la filial de la Asociación Hermanos Saíz en el Municipio Especial, en 2012 obtuvo Mención en el concurso Poesía de amor, de su ciudad natal y Premio en la edición de 2013. Ese mismo año resultó ganador del certamen literario Mangle Rojo. En sus inicios como profesional del arte literario, pasó de cultivar el rap como género musical, a formar su República Poética: un proyecto de intervención cultural que ha extendido por el archipiélago cubano, invadiendo sus más recónditos rincones para regalar libros y poemas a quienes poco saben de rima o verso libre. De esta manera lleva la poesía a los parques y plazas; impresas en pergaminos, las cuelga en tendederas, las regala a los viandantes antojadizos, y disfruta recitando sus versos a quien desea escucharlos. Asimismo, invita a artistas de otras manifestaciones –bailarines, actores, trovadores, visuales- a sumarse a sus actos creativos; y aprovecha la ocasión para promover libros de Áncoras y El Abra, fundamentalmente de autores poco conocidos, sobre quienes elaboran viñetas, reseñas y selecciones. Los orígenes de este proyecto, que cumple ya cinco años, se hallan en otra idea anterior, nombrada Poeta a Domicilio, que data de 2011. Actualmente comparte sueños y hechos con sus colegas Rafael Jorge Carballosa Batista, Jorge Luis Garcés, Liudys Carmona y José Ángel Taboada, así como el trovador Yasnovy Pérez Peña. En este formato, interactúan con público nacional y de todos los países que se encuentren visitando el archipiélago caribeño, con el fin de expandir la creación Cubana más allá de las fronteras nacionales.
El libro El viejo, la casa y ellas que presentamos en esta ocasión, se divide en tres partes, delatadas por el título mismo. La primera está dedicada a su abuelo, un ser de fuerte personalidad, de quien hereda recuerdos que le provocan emociones contrastantes. Evoca sus creencias religiosas, practicadas al extremo, y su relación, que dejó huellas profundas en la familia y en su propio cuerpo espiritual y físico. El abandono de la infancia y la muerte del anciano transforman la percepción de sí mismo y de su mundo, lo cual provoca la segunda parte, donde el concepto de casa se iguala a hogar, a maternidad, pero también a ausencia y soledad; tanto paredes y muebles –que son personificados- como sentimientos -las más de las veces- incomunicados, silenciados. Así constata su poema Uno:
Cuando era pequeño, no entendía los simulacros de muerte.
En aquel tiempo era difícil comprender las señales y todo era arcoíris,
aunque a veces, la ausencia de la lluvia me hacía dudar.
Mi madre sigue presa en la misma jaula de cristal oscuro.
Ahora escucho sus gritos morderme los tímpanos.
Ahora, que los arcoíris se han marchado
y mis miedos sí existen
y el hombre del saco
y las pastillas azules
y el collar de caracoles
y mis lágrimas
y el maldito estupor
y la absurda fantasía
y la rabia
y que Dios no existe
y estos versos justificados
y la muerte que no llega
y el silencio después de la catarsis
y mis pulmones marchitos
y tantas cosas en blanco y negro.
La creación poética del autor cubano Yadián Carbonell Hechavarría, se caracteriza por profundas metáforas, intensas imágenes, alegorías evocadoras de recuerdos. Prefiere el verso libre y la prosa poética; prescinde de cualquier rima, lo cual le concede un abanico de oportunidades para manifestar sus visiones y dar voz a su yo interior. Cual un montaje cinematográfico, desfilan en su expresión disímiles secuencias que ofrecen al lector un todo orgánico y bien conformado, que trasciende la palabra común y se yergue en tanto arte, pletórico de esencias y sutilezas. Evidencia de ello es el poema Seis de la segunda parte:
Que muera mi cuerpo, pudiera salvarme de mi propio cuerpo, de mi propia lástima. Que muera mi cuerpo, es solo una idea de mi lástima, de mi cráneo, del abismo. Que muera mi cuerpo es más que la huida, más que el poema. Más que mi salvación de esta catarsis que desmorona la habitación cuando madre no está para rascarme la espalda, cuando no está el susurro del viejo fantasma, o cuando, por alguna extraña razón, llueve sobre mi cama.
Es su poesía un canto desgarrador, basado en su experiencia vital. Su poder radica en la visualidad, en la imagen como principal recurso literario, sin mantenerse ajena a la parábola, el símbolo, la prosopopeya. Su lírica personifica espacios -parques, casas, calles- y objetos -sillones, espejos, ventanas, árboles-. No vacila en definirse a través de abstracciones que le sirvan a los significados que transmite. En la última parte, el poeta se aleja de su infancia, sus recuerdos y su hogar/madre para proyectarse hacia fuera, hacia su ciudad, y en la búsqueda del amor, hacia otras mujeres, signado por la figura materna como inicio y fin de sus límites personales.
En este sentido, en su vida profesional Yadián también ha profundizado en su especialidad y se ha vuelto maestro. Ha formado La Pequeña Habilidad, un taller de haiku en sus inicios, inspirado en versos de Francisco (Paco) Mir, ese paradigma isleño de la creación literaria. El grupo se ha convertido en un grupo donde se intercambia sobre lectura y escritura de cualquier género. El joven autor destaca también en la promoción de textos escritos por otros creadores de esa pequeña tierra, su natal Isla de Pinos, a la cual gusta nombrar por su ancestral apelativo geográfico. Imparte clases de historia de la literatura, figuras principales y técnicas, ganando en oyentes, invitados y participantes. Realizan senderismo, y a través de sus Lecturas de Manigua -una sección que homenajea la vida y la obra del desaparecido poeta y amigo Eduard Encina-, llegan a sitios apartados y regalan libros y lecturas a los trabajadores del campo; van a prisiones, hospitales, hogares de ancianos; hacen donaciones. Con ellos, la poesía de Yadián Carbonell Hechavarría va más allá de El viejo, la casa y ellas.
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