A 55 años de su muerte
Poeta, ensayista, narrador, traductor, diplomático, periodista y catedrático, e hijo de la poetisa Salomé Ureña y de Francisco Henríquez y Carvajal, ambos dominicanos, en el caso de Max y de sus hermanos Pedro y Camila, bástenos con recordar el refrán que dice «de casta le viene al galgo».
Max Henríquez Ureña realizó y dejó en Cuba, una obra que lo coloca merecidamente en un sitial dentro de la historia de la literatura cubana que ni el tiempo ni el olvido consiguen amenguar. Si solo nos hubiera legado su imprescindible Panorama Histórico de la Literatura Cubana, bastaría para estarle agradecidos a Max, pero su obra literaria, su crítica (donde se incluyen trabajos sobre las artes plásticas y la música) y enseñanza, su labor en la prensa habanera y santiaguera, hacen de él un intelectual con servicios muy útiles a la sociedad y la cultura cubanas, una figura de relieves acentuados en el contexto de los cenáculos literarios de la primera mitad del siglo XX.
De familia ilustre, ya lo hemos señalado —el padre llegó a ser presidente de República Dominicana y su madre era poetisa renombrada— Max portaba en los genes el ansia de la indagación literaria y el espíritu de la creación.
Nació en Santo Domingo el 15 de noviembre de 1885 y pisó por vez primera suelo cubano por La Habana, el 14 de enero de 1903, siendo un adolescente. Vino de Nueva York y deseó saludar a su padre, don Francisco, entonces residente en la ciudad. Se trata de una estancia breve, ya en marzo regresa a Norteamérica.
De nuevo en 1904 se halla Max en Cuba, ahora en la oriental ciudad de Santiago. Allí fundó la revista Cuba Literaria, cuyo primer número circula el 7 de junio de 1904, impartió conferencias (también en la vecina ciudad de Guantánamo) y estableció vínculos con la intelectualidad no solo local, sino del ámbito latinoamericano, en particular a través de las páginas de la citada revista. Después se trasladó a La Habana, se reunió con su hermano Pedro y entró a la redacción del diario La Discusión.
No viene al caso seguir paso a paso el quehacer cubano de Max Henríquez Ureña, pues parte de su vida transcurre en esta Isla. De mayor interés resulta bosquejar la obra que escribe y difunde desde Cuba. Integró la redacción de publicaciones tan importantes como El Fígaro y Letras. En La Habana apareció su folleto Whistler y Rodin, que contiene el texto de una conferencia suya sobre arte; impartió conferencias en el Ateneo y el Círculo de La Habana. Su prestigio de orador se acrecentó y expandió. Viajó a México, volvió de allá. En aquel ir y venir, La Habana y Santiago de Cuba fueron sus dos plazas, donde trabajaba y vivía, como en casa. Ingresó en la redacción de otros dos diarios: La Unión Española y La Lucha, su periodismo se ocupó de los asuntos culturales, y en La Habana cursó los estudios y se graduó de abogado, en 1912; en 1916 lo hizo de la carrera de Filosofía y Letras, igualmente en La Habana. También su nombre se asoció al de los creadores de la Sociedad de Conferencias de La Habana, que copresidió; fue, además, miembro de la Academia Nacional de Artes y Letras, y participó en la fundación de otras dos revistas: Cuba Contemporánea y El Teatro (luego denominada Universal). Por si fuera poco, casó con una cubana: Guarina Lora, hija del general mambí Saturnino Lora y fue director de la Escuela Normal de Oriente, nombramiento que asumió en octubre de 1918, por dos años la primera vez, aunque con posterioridad repetiría en dicho cargo. También preparó las Páginas escogidas de José Martí, que él mismo prologó.
La obra de Max Henríquez Ureña incluye también poesía y teatro.
El cálculo del tiempo que vivió en Cuba arrojó 17 años. Su huella, tanto en las ciudades de Santiago como en La Habana es palpable en la memoria y en las páginas de las muchas publicaciones calzadas con su firma.
Su patria, la República Dominica, le reclamó sus servicios, y bajo la presidencia de Rafael Leónidas Trujillo, devenido dictador, ocupó relevantes cargos, desde embajador en Brasil y Argentina hasta delegado ante las Naciones Unidas. En realidad, su prestigio trasciende las fronteras. Él es uno de los iconos de la cultura dominicana y latinoamericana. Entre lo más notable de su producción figuran Panorama histórico de la literatura dominicana, Panorama histórico de la literatura cubana y Breve historia del Modernismo. Max Henríquez Ureña vivió 82 años, murió el 23 de enero de 1968 en su natal República Dominicana. Ahora se cumplen 55 años de su deceso y Cubaliteraria rinde este pequeño homenaje a quien siendo dominicano también llevó a Cuba en su corazón.
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