Poeta francés, nacido en Roma de madre polaca y residente en su infancia formativa en Mónaco, Guillaume Apollinaire (1880-1918) es uno de esos autores encabalgados entre dos siglos, entre los cuales escribió su poesía y su prosa narrativa y ensayística, revolucionaria para su tiempo, imprescindible en el desarrollo de la poesía francesa y mundial.
Ya se sabe que fue el creador del término surrealismo, pues lo usó en su obra teatral Las tetas de Tiresias, pero no fue un nombre inventado, sino una actitud ante la vida y ante la escritura, visible en cómo tituló algunos textos en prosa: El poeta asesinado, El encantador putrefacto, El Heresiarca y Cia, Las once mil vergas… Porque Apollinaire fue un gran improvisador de ideas, un moldeador del texto poético, influido, seguro, por las nacientes vanguardias capitaneadas por la pintura de Picasso, Braque o Matisse, a los que defendió a capa y espada con sus puños y con su palabra.
Desde su defensa del cubismo, él mismo comenzó a ser un poeta de la ruptura, un experimentador, un avanzado de un tipo de poesía visual que en Alcools (1913), pero sobre todo en Caligramas (1918), penetró en los grandes cambios poéticos de las vanguardias. En verdad, sólo publicó cuatro poemarios, los dos mencionados y el primero, El bestiario o El cortejo de Orfeo (1911), y Vitam impendere amori (1917). Fue autor de varios ensayos, cuentos y teatro, todo suficiente para dejar su impronta en las letras francesas y occidentales. Pueden agregarse sus poemas Il y a, Poèmes à Lou, Poèmes a la Marraine y Poèmes retrouvés.
Hay que asomarse a Caligramas para advertir qué de nuevo propone: cambios tipográficos en la estructura del texto poético, cierta forma obtenida como si estuviera dentro de un marco, sobre todo el dibujo de figuras mediante palabras, diversidad de tamaño de letras o de la disposición de ellas con diferentes puntajes, el uso del vacío o espacio en blanco, una conquista de Mallarmé que Apollinaire aprovechó, y también un resuelto sistema visual que hace del texto una pancarta, un cuadro (influencia de sus amigos pintores Braque o Picasso). La tipografía le sirve como sustento de dibujos de objetos conformadores del poema, ya se ha dicho que ello es un intento de borrar fronteras entre la escritura y el arte de su tiempo, no solamente pictórico.
En su poesía caligramática está el centro de ese sentido de irrupción lírica en los retos visuales, pero Apollinaire no fue sólo un poeta del ideograma, buena parte de su poesía utiliza los moldes tradicionales franceses, aunque la intención de la palabra, del poema mismo, vaya avant la lettre. Véase esto en su famoso texto «El puente Mirabeau», en el que trabaja la estrofa y la disposición centrada del poema, que es uno de los ejes de Alcools:
El puente Mirabeau mira pasar al Sena
Mira cómo pasan nuestros amores
Y recuerda al alma serena
Que la alegría viene siempre tras las penas.
Esa estructura centrada no se respeta siempre en las traducciones, pero es tal cual aparece en Alcools. Apollinaire había escrito entre 1903 y 1904 «La Chanson du mal-aimé», que incluye en este libro, y cuya composición sigue las normas métricas francesas sin mayores obstáculos, ni en el resto del libro se verá lo que, en sólo cinco años después, hará en Caligramas.
Este último libro, con sus propuestas formales, suele llevarse la principal atención sobre la obra de este poeta, seguro que por las propuestas formales que presenta. Ello ha conspirado contra la evaluación general o incluso el gusto por la lectura de su poesía. Apollinaire es, sin dudas, un poeta en la extensión de la palabra, y a veces se mira la estructura lírica sin leer el contenido poético, con lo que se pierde así el buen ritmo que el poeta logró, por ejemplo, en unos versos de «Rhénanes»: Le Rhin Le Rhin est ivre ou les vignes se mirem / Tout l`or des nuits tombe en tremblant s`y refléter… Ese juego de alejandrinos, ese ritmo, hay que citarlo en francés. Todavía mejor se aprecia el ritmo de los hemistiquios en los pareados de «La Loreley»: Mes yeux ce sont des flammes* et non de pierreries / Jetez Jetez aux flammes* cette sorcellerie. El asterisco marca los hemistiquios (rimados) de 7/6 de los versos, en un poema que pareciera en verdad formado por cuatro versos: 7-6-7-6.
Apollinaire publicó su primer libro a los veintinueve años de edad, al parecer nada que ver con la velocidad creativa de un Rimbaud, aunque de cierto hay que ver que muchos de los poemas compositivos están escritos incluso desde una década antes. Cuando rompe con las estructuras lógicas de sus poemas anteriores, presenta a Caligramas bajo el subtítulo de Poemas de la paz y de la guerra, porque es notorio que el poeta se alistó para combatir del lado francés en la Gran Guerra (Primera Guerra Mundial), en el mismo 1914, y fue herido gravemente en la cabeza en 1916. No repuesto por completo de su herida, lo atacó una fuerte gripe y murió en ese mismo año 2018 en que aparece su exitoso libro, a los treinta y ocho años de vida.
Encendido defensor del cubismo pictórico, polemista y de entero talento creativo, Apollinaire sigue siendo, a más de cien años de su muerte, un poeta de referencia. En «Vendémiaire» (primer mes otoñal del calendario republicano, Vendimiario), él mismo aconseja: «Escuchad mis cantos de universal borrachera». Hagámosle caso, no se trata de un «poeta maldito», sino de un hacedor de poesía vibrante, capaz de hacernos gozar de su esencia.
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