A Emilio Ballagas (1908-1954) se le definiría con justicia como un poeta de los sentidos. Pero no como un jerarquizador a la manera de Federico García Lorca (vista, tacto, oído, olfato y gusto), sino un creador de la plenitud gozosa de cada uno de ellos. Tres son sus libros donde predomina la aprehensión lírica cuya base es sensorial: Júbilo y fuga (1931), Cuaderno de poesía negra (1934), y Blancolvido (1932-1935).
En el primero se halla el poema «Sentidos», definidor de esta temática en el poeta; allí dice: «¡Que me cierren los ojos con uvas! / […] / que me envuelvan —presagio de pulpa— / en ciruelas de tacto perfumado». Este sentirse rodeado por sensaciones es el tipo de poesía que Ballagas llama de Júbilo, en contraposición con la Fuga, que reúne otro orden de poemas, incluso elegíacos. El júbilo de los sentidos le crece como un himno de alegre complacencia por la vida, con un sensual deseo de captar la realidad material que le circunda, a través del goce desinteresado, del deseo de hallarse en dimensiones del arte, pero con un apego a lo corpóreo que reviste de sensualidad sus versos. Arte de los sentidos sería su norma lírica en esta etapa de su poesía.
Uno de los sentidos primarios en la poesía de Ballagas es el tacto, la agradable sensación táctil, el afán de tocar, acariciar, sentir la materia con sensación de júbilo que le lleva a producir un goce estético:
Inicial del sueño (fragmento)
Suaves alondras del tacto cantan ahora en mis dedos yacentes sobre una rosa imaginaria...
En «Nocturno», de Sabor eterno (1939), hallamos también la ratificación de esa complaciente sensación táctil que Ballagas siente como arte, inmerso en una gran sensualidad, por momentos puramente erótica, que llega a un grado dionisiaco en «Delicias del tacto», de Blancolvido.
Favorecido por el tronar de los tambores o por el susurro de la naturaleza y de las palabras, Ballagas siente al mundo como una música que puede tener el «Tierno glú-glú de la ele» («Poema de la ele»), para crecer en las jitanjáforas que inventa para deleite auditivo: glorígloro, ukelele, alicandá emaforibia, guaricandá, rimbomba, rimbombeando, bamba, unenibamba, y otras muchas que nacen de las proximidades de su obra inicial con el sentido captador de Mariano Brull, creador de esta modalidad tropológica. La propia musicalidad de los poemas de Ballagas revelan ese poder que tenía para transformar en placer auditivo a las palabras, además de sentir canciones, tocar de rumbas y sones étnicos, oír ecos en la noche o silencios tras toques de campanas («Y mi canto») o junto al dolor («Huella»), baile frenetizado por la música («Comparsa habanera»), sentir las manos «haciendo un bongó del piano» («Piano»).
El paladar va más allá de la gula, más como rito del gusto que como canto a la satisfacción del hambre o la sed: por eso puede gritar: «¡Qué rico sabor de jícara / gritar jícara». Puede hallar que los labios de los negros: «… beben siempre un guarapo invisible» («Cuba, poesía») o sentir «En mis labios / gusto de arena rajada», en una verdadera aprehensión estética a través del sentido del gusto.
En la amplitud que toman los sentidos en Ballagas, lo olfativo no es solo captar el olor de la flor, de una piel amada, de perfumes u otros olores esparcidos en el aire. Es también hallar aquellas transferencias que encontraban Baudelaire y Rimbaud en «Correspondencias» y «Vocales», respectivamente; y ello lo demuestra Ballagas cuando siente «[…] el olfato respirando / música de pregón de piña» («Pregón»).
La reina de los sentidos para la poesía, la vista, encuentra en Ballagas una plenitud asociativa que la une a los demás. El poeta ve lo que oye, lo que toca, lo que gusta… ve la flor y la mariposa, la música y la piña, y se ve a sí mismo constantemente, como en «Oasis»: «Verme puro —verdadero— / con un temblor de ramajes».
La preponderancia de lo visual se identifica en toda la poesía de Ballagas, aún más allá de los tres libros en que subrayamos el énfasis sensorial de su obra. Pero la vista está dada casi siempre como sentido integrador. No asombraría que, en los mejores poemas sensorio-asociativos, sea la vista lo predominante. En «Viento de la luz de junio» se halla la fusión del tacto, el olfato y el oído a través de lo que el poeta ve:
¡Ay, la espuma, lo lejano y aquellas voces, naranjas —tacto, color y fragancia— que se mecen en las frondas como sorpresas redondas.
La poesía erótico-amorosa de Ballagas tiene como base lo sensorio aprehensivo. También lo más popular de su creación, las canciones de tema negro, se identifican con lo sensorial. Toda la poesía de júbilo en Ballagas es sensorial. Los poemas de fuga están más distantes de los sentidos, sin renunciar a ellos; así lo vemos en «La tarde», «Noche… blancura», «Las siluetas», «Huir», «Inicial del sueño», «Fuga», y otros. Sabor eterno parece ser escrito ante un gran amor que se pierde. Todo él es una elegía «sin nombre» que se canta al ser amado. Poeta del tacto, Ballagas siente lo perdido «acariciando el hueco de su ausencia», mientras permanece «siempre al acecho de que el cuerpo vuelva», como leemos en «Nocturno y elegía».
La comprensión poética del mundo no dependerá tanto de los sentidos, sin renunciar a ellos, sino que va de lo intelectivo a lo emocional, capaz de ser reflexivo y apasionado (apolíneo y dionisiaco), con una voz que se llena de una tristeza que significa algo más que sentirse triste, o melancólico, o con saudades, o roto por el splin. Ni pesimismo, ni optimismo: sensibilidad entre escéptica y esperanzada, que ofrece a su poesía sobriedad y mesura, pero también un poderoso medio comunicativo de lo más íntimo, de lo más recóndito del individuo, con fuerza suficiente para establecer la vibración de la poesía compartida con el lector.
La formidable trilogía «Elegía sin nombre», «Nocturno y elegía» y «Nocturno», concentra todo lo cualitativo que se halla en la poesía de Ballagas. Está en esos poemas la sensualidad que le es connatural, el tono melancólico-trascendente de su poesía, el júbilo ante la vida, y la fuga («Si pregunta por mí, di que me he muerto / y que me pudro bajo las hormigas»), o el interés autodefinidor que puede verse desde Júbilo y fuga («Soy una gota de rocío / en un pétalo fresco de la aurora»), que se puede apreciar en «Empezar» o en «Viento de la luz de junio». La autodefinición ahora va más a lo espiritual-emotivo que a lo sensorial, por eso busca definición, por lo contrario, negando.
Habiéndole pertenecido la vida, de forma sensorial, tan plena a través de la poesía, intuyó la muerte como complemento, no como inevitable fatalidad, sino con la certeza de que ella es parte de la plenitud y colofón de toda experiencia humana. Por eso escribió uno de los versos más rotundos de la poesía cubana: «Los pechos de la muerte me alimentan la vida». Esa vida estuvo siempre alimentada por el afán de creación: nada en la poesía le fue ajeno.
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