
Permítaseme circunscribirme a un solo libro voluminoso de Ernesto Cardenal (1925-2020): Cántico cósmico. No es pequeño el cometido: este volumen se halla «En la línea de Lucrecio y Dante», según dice el poeta José Coronel Urtecho en la nota de contracubierta de la edición de la Editorial Nueva Nicaragua, de 1989. Pero también recorre la trayectoria de Walt Whitman, e insiste en el ajustado camino del maestro de los «Salmos» propios, personales, que fue Cardenal, poeta de la poesía exteriorista, léase conversacional, coloquialista, que el cultivó como pocos.
Cántico cósmico resulta, a través de la poesía, un compendio de la ciencia de su tiempo que mira al Universo, pero escrito por un poeta que sabe observar el entorno terrestre, que no aparta los pies de la Tierra y de su fe: un sacerdote de la Palabra, de la Poesía. Cuarenta y tres «Cantigas» van desde el Big Bang, «cuando no había nada», hasta la «Colectividad de conciencias o conciencia colectiva».
Claro que para Cardenal hay un Dios detrás de los hechos universales, de la «creación» del cosmos, de la aparición y desarrollo (evolución) de la vida. Lo hay por convicción, porque el sacerdote que el poeta siempre fue (peculiar, original), tuvo a Dios como mirada hacia el pasado y el futuro, pero a un Dios actuante (presente) en la Historia. Antes de adentrarme en este libro único en el orbe idiomático, e incluso en la poesía mundial, anoto que Cardenal tuvo los méritos suficientes para ser un premio Cervantes, incluso uno Nobel, pero quizás la mano retirada del papa (san) Juan Pablo II cuando visitó Nicaragua, y la vinculación sandinista (ministro de Cultura del primer gobierno de esa fuerza política ex guerrillera), lo confinaron a su retiro en Solentiname luego de haber sido una voz elevadísima de la palabra de América Latina. Así son los premios, pueden pasar por encima de los méritos, sin saber que han pasado. Justo unas veces, el premio que mereció Cardenal y no le entregaron, se tornó una injusticia impagable.
Desde la «Cantiga I» este poema de 570 páginas canta a la gloria de la creación del Universo. Solo el nombre de Dios existía (Awonawilona) «Y sacó su pensamiento afuera en el espacio… / No existía nada, ni existía la nada […] Na Arean sentado en el espacio / como una nube flotando sobre la nada…». El «Ser pensó: deseó ser muchos», y de allí nació, del Uno, lo múltiple, y ese uno único lloró: «Sus lágrimas son los Grandes Lagos». Los grandes Logos comenzaron a pensar en la multiplicidad, y comenzó la extensión del tiempo, mientras la gravitación frenaba el fuerte impulso creativo. Una cosmogonía se va desarrollando en el poema, ante el «colapso gravitacional del universo» y, poco a poco, se fue configurando «algo» que no iba a estar jamás en quietud, sino en transformación perpetua, pues «Einstein por más que trataba, / fracasaba, sus ecuaciones le daban siempre un modelo no estático de universo».
El logos, la Palabra, viene a contraponerse a la subsiguiente descripción científica de la formación del Universo. Es ella la creadora, la voz del Ser, «Realidad eterna que eternamente se revela». Y la ciencia es un asidero de esa revelación ininterrumpida que el hombre va descubriendo, descifrando, como un viaje río arriba. Y es la poesía otro medio de revelación continuada del cosmos, porque: «La Creación es poema. / Poema que es “creación” en griego / y así llama S. Pablo a la Creación de Dios, POIEMA». De inmediato aparece la palabra amor y las leyes de la termodinámica. La explicación divina de la creación se interrelaciona con la observación científica del mundo y esta con la poesía, con la poiesis. Cardenal acude no solo a su sentido religioso cristiano del mundo, sino también a los mitos, de preferencia a los mitos mayas, aztecas, incas del devenir. Esas son las convergencias esenciales de todo el libro. Más el acto de amor.
El amor es ley de vida, porque «Solo la vida es la creación del orden contra la destrucción». La vida y la muerte batallan como un par dialéctico. Más bien el poema va configurándose como un canto a la vida, que va convirtiendo al universo en algo explorable ante el fragor de las estrellas naciendo, explotando, el espacio va poseyendo sentido para la vida: «De las estrellas somos y volveremos a ellas». El poeta se torna un especulador: «¿será el espacio la materia y el tiempo la conciencia?», y sobre la existencia: «Unos mueren para que nazcan otros», como una ley que rige tanto para el ser vivo como para las estrellas. El poeta solo puede preguntar ante los mayúsculos misterios: «Las estrellas las puso Dios pongamos por caso / pongamos por caso que las puso Dios / ¿pero sería solo para que las viéramos?» Cardenal repasa filosofías y cosmogonías, y de pronto «baja» a la realidad americana, a la historia, al poder hegemónico estadounidense y a los dictadores latinoamericanos, y la Creación resulta entonces un conglomerado de historia: «el cosmos se conoce a sí mismo por nosotros», y nosotros tejemos la historia, lo cual se dice ya abiertamente en la «Cantiga 7».
El poeta contemplativo acepta que el universo existe «para que existiéramos nosotros», «lo que equivale a decir: literalmente un milagro» y: «Los electrones a través nuestro contemplan las galaxias». El ser contemplativo halla al amor: «Solo el amor es revolucionario. / El odio es siempre reaccionario», de modo que en el Universo existe la revolución. «El primer pez que salió a tierra fue como el Che». Cántico cósmico mira hacia el futuro, cuando ya esté destruido el egoísmo: «Pasará el Capitalismo», dice en su «Visión en San José de Costa Rica». El visionario es un especulador, un revolucionario, por eso «seremos para siempre» y «En aquel día hasta la belleza será igualitaria», con lo cual insiste en un pensamiento socialista. El poeta especula y se pregunta si somos «los humanos tan solo máquinas / para fabricar máquinas mejores que nosotros». El ser resulta contemplativo, especulativo, hasta el grado de encontrar un saber que rebasa religión y ciencia: «Yo solo sé que el tiempo es simultáneo / (pasado, presente y futuro simultáneo) / no hay nada enterrado en el olvido».
No es mi propósito reseñar poema a poema este libro estupendo, que llega a su propia cima en el «Cantiga 11. Gaia», para alcanzar en la «Cantiga 12» una reiteración bellamente expresada: «todo el universo es una evolución hacia un observador», hasta ver en el ADN «nuestro ADÁN», juego de palabra en el que sobra solo una A, para decirnos que el ADN es en verdad el Adán primigenio. Poco a poco la realidad material se posesiona del extenso poema, poco a poco aparece la mujer, de donde nace el hombre desde el impulso de la sexualidad, que induce a que haya luego un «nuevo Edén», donde «no habrá ningún árbol prohibido», o sea, el arribo de una generación humana sin «pecado original». A la altura de las cantigas 18 y 19 la idea del cosmos se fue entretejiendo con la realidad latinoamericana, con la lucha de clases, con nombres de personas que recuerdan la segunda parte del fabuloso Faz de Samuel Feijóo.
La «Cantiga 20. La música de las esferas» es una de las partes más bellas del conjunto que llega a su mitad y se extiende hacia la «Cantiga 30 La danza de los astros», donde se especula sobre la vida (carbono vivo) o la muerte, la energía como vida, y vuelve en la «Cantiga 31» a la realidad política, al poder que no es el Poder, que se reabre al cosmos en la «Cantiga 34», a la especulación sobre el ser ante el Ser, en la «Cantiga 37. Cosmos como comunión» en el «proceso de personalización del universo», mientras los seres somos «miríadas de partículas de pensamiento / que será un solo pensamiento a escala sideral». Canónico, no irreverente con el cristianismo, antes bien sosteniendo la fe, Cántico cósmico resulta algo así como el ejercicio de Dios en la Historia, con una reinterpretación desde la idea socialista como un «asalto al cielo» en la «Cantiga 38». La «Cantiga 40» vuelve al principio, pero ahora se da cita el materialismo dialéctico con la Biblia, y ambos conducen a «la historia regida por la ley del amor»: «Todo es dos en el universo», Dios y Yo, el Ser y el ser, la conjunción en el espacio y el tiempo, «No hay tabú sexual en la naturaleza ni hay “natural” ni “antinatural” // Pero el potrón es atraído por cierta partícula solamente. / ¿Por qué?», y el impulso sexual de cosmos, del universo, es la fecundación del Uno en dos.
La «Cantiga 42» rememora a fray Luis de León y a san Juan con su «Noche oscura del alma», cuando la «Gran Nada» nos posee y es poseída, en que el tú es superficial «y él es tu profundo tú», de modo que Cántico cósmico es asimismo un cántico espiritual. Las diferentes versiones de Dios (en la «Cantiga 43») son ese «él» que es Uno, que en nosotros es dos. A la altura de la página 570 hallamos a un «ser moviéndose a velocidades infinitas», que debido a tal infinitud sería inmóvil y se hallaría en el centro de todo, un primer motor al modo platónico: «o sea el creador de todo, y por tanto el amor infinito». Esta suerte de panteísmo confiere al Universo el valor de Dios, Alfa y Omega, «un Todo que es Persona», un fin que es el Fin.
Cardenal concluyó su cántico espiritual como un monumento en versos y versículos sobre la vida, el cosmos, el hombre y Dios. Es quizás el conjunto poético más ambicioso de la América Latina, pues en lugar de un canto general al modo de Darío o de Neruda, se nos presenta un canto universal, una visión humana del Universo a través de la fe.
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