«Cualquier teoría del amor debe comenzar con una teoría del hombre, de la existencia humana», dice Erich Fromm (1900-1980), en su tratado El arte de amar (1956). El sabio Fromm, de la Escuela de Frankfurt, aplicó su saber como sociólogo, psicólogo y filósofo para ir más allá del «hecho» mismo: el amor, y hablarnos de la naturaleza humana, del arte de vivir, del cual se desprende el arte de amar.
Prendado del psicoanálisis y del marxismo (ideario de un socialismo democrático), haría tratados sobre la libertad, sobre la ética y acerca de la propia vida humana (El amor a la vida, La vida auténtica), de manera que su teoría sobre el amor queda enlazada con numerosos asuntos ontológicos de su reflexión general sobre la conducta de nuestra especie.
Desde el postulado de que el amor es un arte, pasa por una teorización al respecto con buena dosis de estética y de ética, para hablarnos de su praxis en sociedades contemporáneas alienadas. Ya adentrándose en su asunto, esparce por el libro frases salidas de la honda reflexión que dio lugar al conjunto, y a partir de la soledad del ser y de, sin embargo, su carácter gregario, afirma que «el acto sexual sin amor nunca elimina el abismo que existe entre dos seres humanos, excepto de forma momentánea». Pone a raya la sexualidad para referirse a un «amor universal», que la incluye, pero que va más allá, frente al miembro del rebaño con miedo a ser «diferente», y que ejerce el amor como «la fuerza que sostiene a la raza humana», pues «sin amor, la raza humana no podría existir un día más».
Esta suerte de utopía del amor (tan cercana, quiéralo o no, a predicas cristianas), plantea la necesidad de definirlo, de exponer que «amor es fundamentalmente dar, no recibir», en una suerte de generosidad intrínseca propia de la especie, lo cual escapa del individuo hacia la sociedad, pues «la pobreza que sobrepasa un cierto límite puede impedir dar, y es, en consecuencia, degradante, no sólo a causa del sufrimiento directo que ocasiona, sino porque priva a los pobres de la alegría de dar». Desde esta idea alcanza una definición rotunda: «El amor es la preocupación activa por la vida y el crecimiento de lo que amamos».
No parece que Fromm tenga otra opción que la de introducir el término «Dios» en su búsqueda y como necesidad social. La personal formación judía lo inclina a este hecho particular: el amor a Dios. Pero en esta zona del libro su pensamiento se fragiliza, ofrece ideas más bien simplistas, que contemplan la expresión de la sexualidad humana determinativa, polar, y pasa con suma velocidad del amor de la pareja a la condición amorosa entre padres e hijos, quizás una de las zonas más endebles de su pensamiento por la fuerte carga freudiana con que presenta sus ideas, basado en un esquema social de lo masculino y lo femenino y la idea de la existencia del amor condicionado e incondicionado. Cierto sexismo condiciona mejor esa fragiliad.
No se le escapa la amistad, que es para él una suerte de amor «fraternal» debido a las igualdades entre individuos de la especie, propio de la «orientación del carácter», que en definitiva debe ser expresión individualizada del amor a todos los seres humanos. Ello, dice Fromm, separa su concepto del amor del de la pareja, de mayor «exclusividad». En el trasfondo de tales ideas se halla la pieté, pues el amor verdadero se ofrece como una necesidad del ser, no con el sesgo egoísta de amar sólo a quienes necesitamos para nuestros asuntos vitales.
Retorna a la sexualidad, no puede Fromm separarse de ello precisamente por su método psicoanalítico, y llega a conclusiones tan freudianas como: «Pero el deseo sexual puede ser estimulado por la angustia de la soledad, por el deseo de conquistar o de ser conquistado, por la vanidad, por el deseo de herir y aun de destruir, tanto como por el amor». Sin embargo: «El amor erótico es exclusivo, pero ama en la otra persona a toda la humanidad». Con lo que el autor le ofrece un carácter social para él incontestable. Quizás con la idea de Dios por detrás, declara: «Somos todos parte de Uno; somos Uno. Siendo así, no debería importar a quién amamos». Y esta es una porpuesta interesante, mucho más fuerte que sus afirmaciones sesgadas por Freud.
Pero Fromm contempla también al amor como gradación del narcisismo, según definición de Freud de tal término. Ve, en el exceso de amor de una madre hacia su criatura, el reflejo de la verdadera incapacidad de amarla. Con ello, el amor reside en la psiquis, más que en una expresión corporal y mental necesaria. Y de pronto, en la mitad del libro, pasa a la organización social patriarcal, el padre como un Ser Supremo y advierte el amor entre hermanos tornándose una competencia, debido al rol jerárquico que impone la sociedad. Pasa casi en seguida a postular las esencias que connota del Dios bíblico, el «Dios de Abraham» que ejerce ese predominio patriarcal de la sociedad. ¿Quizás en Arte de amarhaya una teología subsumida?
El amor viene a ser, entonces, como un amparo en medio de una sociedad que agrede la individualidad. La soledad se combate con la ayuda mutua, frente incluso a que todo se haya convertido en «objeto de consumo» en la sociedad. El amor es ese refugio de dos ante las circunstancias agresivas. Frente a la vida «difusa y desconcentrada», el amor tiene una función social bien definida: «arriesgar la vida porque uno es incapaz de amarla», de modo que amar resulta el antídoto a esa incapacidad: «el amor es un acto de fe, y quien tenga poca fe también tiene poco amor».
En las páginas finales de su tratado, Fromm vuelca su interés sociológico en una sutil manera de definir la necesidad de revolución: «para que el amor se convierta en un fenómeno social y no en una excepción individualista y marginal, nuestra estructura social necesita cambios importantes y radicales». Es una búsqueda del reino del amor en una supuesta sociedad desalienada, cuando el amor halle su triunfo definitivo, y es también, según el autor, el triunfo del hombre sobre el capitalismo alienante.
En su libro El corazón del hombre plantea su concepto de «socialismo democrático» cercano al anarquismo y lejano de los Estados socialistas de la postguerra. Ello no se distancia de su teoría del amor, pero le concede un trasfondo ideológico, incluso político, en que el homo aeconomicus (como ente consumista) se enfrenta a la vida interior, y viceversa.
Somos lobo y cordero a la vez, según Fromm, y en medio de su amalgama ideológica (ideario judío y cristiano, Freud, Marx, humanismo y socialismo…), cabe ver que distinguió entre el amor a la construcción eficiente de la vida social y el amor (necrofilia) a la destrucción, el odio a la vida. Situado del lado del amor universal creativo y eficaz, Fromm, mirando hacia la nomenclatura y praxis del Poder totalitario de la especie, se puso de parte del amor que es modo dichoso de ejercer la vida.
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