La lectura de su poesía embriaga, es un poeta de los que hay que atender en detalles y bajo la carga filosófica, o al menos de profundo pensamiento, que posee su obra. Johann Christian Friedrich Hölderlin (1770-1843) comenzó su labor escritural justo al final del siglo XVIII, pero puede decirse que en verdad es un autor de entre siglos, con el xix como lapso mayor de vida, pero inmerso ya en la locura incurable (¿una esquizofrenia?). Su nombre está ligado al romanticismo alemán. Se educó en el seno del protestantismo, y resalta en su primera formación docente la etapa en que coincidió, como colegas de cursos, nada menos que con Hegel y Schelling. ¿Quién influyó a quién?
Hölderlin pudo ejercer el ministerio evangélico, pero prefirió ser maestro, preceptor de hijos de la aristocracia y las altas clases sociales, lo cual le daba tiempo suficiente para dedicarse a su creación poética y una vida tranquila. Su famoso Hiperión o el eremita en Grecia, está dedicado a una supuesta Diotima, que era en verdad la madre de uno de sus alumnos, de la que se enamoró en un amor imposible hacia una mujer casada. Pero ello fue en un lapso de alta creatividad, entre 1796 y 1799. Era aún un joven cuando escribió su tragedia La muerte de Empédocles, y siguió con su labor de preceptor en Stuttgart y en Suiza. Pero sus problemas mentales arreciaron al iniciarse el nuevo siglo, pasaba de una depresión a otra, mientras aumentaba su labor poética, con obras como El único y Patmos. En 1806 ya estaba internado en una clínica para lograr recuperación. El resto de su vida (nada menos que treinta y seis años), al salir del internado, fue de una locura no agresiva, protegido por personas que lo admiraban.
En líneas generales, esa es la esencia biográfica de este gran poeta. Dicen que los poetas no tienen biografía, sino obras, y este inexacto decir puede que se cumpla más en Hölderlin, cuyas obras trascienden la compleja vida que vivió. En esos treinta y seis años de oscuridad de la razón en el siglo xix, logró, sin embargo, que algunas veces irrumpiera la creación poética, cantó a la naturaleza, a las estaciones, son muy bellos sus poemas sobre la primavera, detallan la belleza del entorno, y pareciera que el poeta se identificaba tanto con las estaciones que es él el otoño, el invierno. Dice en una de sus primaveras
Nueva vida desea al porvenir abrirse,
Con flores, señal de alegres días,
Cubrir parece la tierra y el gran valle,
Alejando la Primavera todo signo doloroso.
Con lo que se nota un sentido optimista de la circunstancia. Pero buena parte de la poesía de este gran poeta es oscura, no en sentido de ser hermética, sino que reviste elementos existenciales o es más bien ontológica, de recóndita meditación, como en «Lamentos de Menon por Diotima»:
¿Qué festejar, con qué fin? ¿Cantar, y con quién?
Al solitario los dones divinos no llegan;
es este mi delito; yo sé que un signo aciago
paraliza mis miembros, mi espíritu anula,
y mudo, insensible, como un niño me torna.
En el «Canto del destino de Hiperión», como si anticipara a Rilke, canta: «Mas no nos es dado / en sitio alguno posar». Y nada menos que en un poema titulado «A la esperanza», el yo romántico irradia tristeza, dolor, incertidumbre:
¿Dónde estás? Poco he vivido, mas ya alienta fría
mi noche y silencioso, como las sombras,
estoy aquí. Privado ya de cánticos
se adormece en mi pecho el corazón estremecido.
Para el poeta singular, capaz de captar el ritmo de la naturaleza, hay un abismo enfrente, solo dar un paso y el ser se despeña, de modo que la duda preside la aprehensión del mundo del alma poseída por la incerteza. Está lejos entonces la primera mirada jubilosa hacia la naturaleza que aleja le «todo signo doloroso», ahora ella es recipiente de un ser atormentado. Si en el poeta va creciendo la locura, que será su modus vivendi por más de treinta largos años, esa poesía habla de un ser que, partiendo del yo, se universaliza, habla de la captación de los estados poéticos de la naturaleza y el cosmos y del alma humana. Hölderlin es ese tipo de poeta esencial que nace del pensamiento ahondador, de la mirada intranquila y a la vez profunda de su medio. No es raro que haya tenido amigos filósofos, él mismo pudo derivar en uno de ellos, pero la fuerza del sentido lírico lo arrastró en un halo vocacional magnífico. En Europa, Hölderlin es un poeta-príncipe, como se pudo decir en España de fray Luis de León, un poeta capaz de ver al alma en medio de la tormenta y hallarle, así y todo, serenidad y arrebato. El ser no está hecho de una sola pieza, y hay poetas capaces, como Hölderlin, de ver sus contradicciones esenciales.
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