Un tomito de las Ediciones Tácitas Ltda., Santiago de Chile, 2011, presenta el Arte Poética del gran poeta latino Horacio, magister en temas de poesía. La traducción es del poeta, profesor y traductor chileno Juan Cristóbal Romero, y su calidad real puede ser comparada con otras ediciones de otros no pocos versionistas, de lo cual Romero sale ganancioso por su esfuerzo. Y lo hace en versos, bien medidos, rítmicos, sin rima pero con una musicalidad digna del latín clásico, o mejor, meritoria de una versión española con cadencia y belleza.
Bajo la idea de que «Pintores y poetas han tenido / Siempre el permiso de probarlo todo», Horacio se adentra en la tecné, pues ese «todo técnico» de la escritura no es mucho en manos de un artesano inhábil, y puede ser excelso bajo la realización de un artista. Gustarían a José Lezama Lima estos versos: Busco la brevedad: me vuelvo oscuro. / Persigo lo ligero: fallo en fuerza. / Quien teme a las tormentas, serpentea. En ello hay una declaración, pero a la vez una sutil recomendación, o una advertencia: «Se hincha quien promete lo grandioso». Porque no hay que creerse demasiado: «Todos somos deudores de la muerte, / tanto nosotros como nuestras obras». No demasiado, pero hay que creer en el arte, en nuestra labor, y conocer de ella con intensidad, puesto que: Si evito y desconozco los estilos / y técnicas de versificación, / ¿por qué me saluda de poeta?
Me gusta mucho esa frase, ante la mirada de tanto que se considera a sí mismo, y logra que otros le llamen de poeta, pero quizás no alcanzan a ser más que improvisadores de llamados versos libres. Abunda en el gremio literario aquel que no sabe siquiera lo que hace, pues su poesía, si ella lo es, se ejerce como revulsivo, efusión sentimental, no arte de la palabra. Mordaz, Horacio expone:
Haré un poema de algo conocido
para que crean que es sencillo hacerlo
y transpire lo suyo quien me copie
y sufra en vano por su atrevimiento.
Lo importante es el orden y la unión.
Qué grandes pueden ser los temas simples.
Famosa es su frase: «Pero todos los votos se los lleva / quien combina lo útil con lo dulce». El poeta debe tener cuidado en su composición, y si ella es elevada, armoniosa, rítmica, si allí vibran las palabras al choque unas contra otras, el poema «destaca por su brillo / no serán ofensivas las pequeñas / manchas que algún descuido provocó», porque no hay obra perfecta frente a la «débil naturaleza humana». «Un poema compuesto únicamente / para alegrar el alma, si se aparta / de lo más alto cae en lo más bajo», porque: «En versos se dictaban los oráculos / y mostraban el camino de la vida». El poeta debe ser un artífice, un artista de las palabras, cincela con ellas, colorea la tela con ella, da vida de escenario con ellas. Un poeta debe ser dueño, Mallarmé por medio, de las palabras. Luego viene la idea, antes ha venido la cultura para la poesía, magister dixit: «No creo en el ingenio sin cultivo / ni en el estudio sin inspiración». El talento también se forja, poco talento y mucho tesón da obra buena, poco tesón y mucho talento, puede que este se desperdicie sin la preparación debida.
El poeta debe estar atento al elogio: «Cuando escribas poemas no te engañes / con los falsos halagos de la zorra». Dice Horacio que, si tienes riquezas, te elogiarán los zalameros. Porque «El bueno y sabio hará como Aristarco: / censurará las líneas sin vigor»
Corregirá las duras, tachará
con su cálamo el verso mal medido
usando un signo negro horizontal,
recortará el adorno pretencioso,
dará luz a lo oscuro, fijará
lo ambiguo, anotará lo perfectible.
Para el pleito que un poeta pueda dar por tales recomendaciones, Horacio tiene una sugerencia más: «Reconozcámosles a los poetas / el derecho y licencia de matarse. / Quien salva a alguno contra su deseo / hace lo mismo que quien lo asesina». Duras palabras que alguna vez leí de forma parecida, en otra versión: «¡Salvar a un poeta a pesar suyo! / ¡Pero eso es un asesinato!». En Adán Buenosaires, de Leopoldo Marichal, hay una suerte de comentario a esos versos: «El verdadero poeta lo sacrifica todo a su vocación. (Dramático) ¡Oigan bien, hasta su alma!». Si la poesía es salvífica, solo en ella es donde el poeta halla la salvación.
Arte poética es un libro imprescindible para la lectura de los poetas, pero suele ser en vano que se les recomiende cuando tiene a flor la juventud biológica y tal vez igual cuando la vanidad les ha corroído el alma. Horacio propone sencillez y rigor, escuela constante, visión sobre todo, y sobre todas las cosas: sucesos, vida intensamente vivida. Pero su punto de vista, él se refiere sobre todo a las técnicas que un poeta debe dominar para que su vocación sea un oficio: «¿por qué, con falsa sencillez, prefiero / pasar por ignorante que aprender?», y recomienda lo que Lezama llamaba «cultura para la poesía», saber para escribir, leer más que lo que se escribe, y leer no es solo oficio libresco, se lee en las nubes, en la vegetación, en el desarrollo de la vida. Leer es un oficio anexo para el poeta, para el creador, para quien sabe que trabaja con la poiesis.
Cuando se lee el Arte poética de Horacio, algo de excelencia se nos posa en el ansia creativa, algo nos mejora su intensa recomendación, su valor de poeta experto y excelso. Atendamos, oh poetas, al Horacio maestro esencial.
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