Julián del Casal (1863-1893) es uno de los dei maiores de la poesía cubana, y claro que su nombre figura entre los mejores poetas del modernismo, por ende, de la lírica de lengua española. Poesías (1963), es un volumen de toda su obra poética, preparada en el Consejo Nacional de Cultura por José Lezama Lima, quien presumiblemente debe ser el autor de la breve solapa que da noticias y valora la obra poética casaliana. Poesías resulta el más voluminoso de los tomos editados (cuatro, tres de prosa) por el centenario del poeta, y tiene un carácter de obras completas, por cuanto contiene los dos libros publicados por Casal en vida: Hojas al viento (Primeras poesías), de 1890, y Nieve, de 1892, más el inmediatamente póstumo Bustos y rimas de 1893, que aparece en este volumen sólo como Rimas, más una colección de poemas dispersos.
Ese volumen resulta una pieza imprescindible para el estudio de la obra lírica de Julián del Casal, así como el mejor de los libros compilatorios de esa misma obra, antes publicada como Poesía completas (1945), en compilación prologada y anotada por Mario Cabrera Saqui. Se comenta en la solapa que si la obra casaliana hubiese quedado en Hojas al viento, el poeta no hubiese trascendido de la manera en que quedó fijado en la literatura cubana, gracias a los dos novedosos y elevados tomos poéticos que son Nieve y Bustos y rimas. Sin embargo, en el primero de los tres libros, Casal daba no solo el paso más allá de la promesa, sino que superaba el desvaído romanticismo que precede a su generación, y se adentraba ya entre los primeros realizadores del modernismo en América Latina.
En Hojas al viento deben subrayarse poemas ya antológicos como su «Autobiografía», con aquellos versos caracterizadores de su tristeza vital y de toda su poesía: «Mi juventud, herida ya de muerte, / empieza a agonizar entre mis brazos, / sin que la puedan reanimar mis besos, / sin que la puedan consolar mis cantos». Es un asunto estilístico el paralelismo conceptual y formal de versos que tantas veces aparecerán en su obra, como se ve en los dos versos finales del anterior ejemplo. Casal gozó de la influencia de la poesía francesa decimonónica, visible en sus «imitaciones» de Gautier, Copée, Hugo, Heredia… Sostuvo en esos poemas su anhelo por regiones ideales o mundos decadentes como «La canción de la morfina», donde el poeta subraya su amor y preferencia por lo artificial antes que por lo natural, ¿herencia de Baudelaire?, también visible en el griego posterior Odiseas Elittys.
El poeta y periodista Hernández Miyares anotó un sentido patriótico escondido detrás de la balada «La perla», en la que dos «aves de rapiña» se disputan con «corvos picos» a la «perla» (de las Antillas). Casal manifiesta el colorido entre amarillos, dorados, cabelleras rubias o puestas de sol refulgentes, más el artificio de las pedrerías, que ofrecen el exotismo tan típico de la mayoría de los poetas modernistas. Casal avanzó en plena juventud física hacia el nocturno, pero en sus poemas no hay oscuridad total, a veces una estrella, un zafiro u otra piedra luminiscente arrojan sobre las tinieblas un resplandor neutralizante.
En Nieve alcanzó un rango más elevado como poeta. El autor ha madurado de una muy sensible manera, lo que se alcanza a ver desde poemas tan brillantes como «La agonía de Petronio», «El camino de Damasco», «Salomé», «Nostalgias»… Casal va más allá de lo confesional, de la poesía emotiva, para ofrecer un «museo ideal», una galería de asuntos mitológicos, una reinterpretación lírica de algunos mitos o leyendas, e introduce algunas innovaciones formales como el empleo del terceto monorrimo («En el campo») y del dodecasílabo de seguidilla («Crepuscular»). Si en Hojas al viento hay nuevas ideas dentro de formas añejas, en Nieve predomina ese deseo de renovación artística que va a caracterizarlo, en la preferencia de lo soñado sobre lo vivido. En Nieve comenta diez cuadros de Gustave Moreau con exquisita sensibilidad, por medio de otros tantos sonetos, entre los que descuella ese poema mágico que es «Salomé», en el que la cabeza de san Juan Bautista se convierte en «un loto blanco de pistilos de oro». El horror, lo feo, la carga antiestética de la vida, se tornan en manos del poeta artificio y belleza.
En «Sueños de gloria. Apoteosis de Gustavo Moreau», alcanzó un punto elevado en su actitud de sublimación y canto a lo incorruptible: perlas de oro, granate, topacio, amatistas coloreando las nubes, plata, mármol, zafiros y ópalos, en tanto el largo poema queda rematado por unas extrañas flores de «jardines celestiales». Nieve, con un pequeño poema introductorio y cinco secciones, parece más bien una compilación de cuadernos que hallan en los asuntos pictóricos un puente, un motivo de agrupamiento, y le dan unidad de libro: «Bocetos antiguos», «Mi museo ideal», «Cromos españoles», «Marfiles viejos», y el diferente «La gruta del ensueño». En ellos, el soneto es la forma preferida, y algunos son de subida belleza expresiva, como «Una maja», o sombríos y a la par perfectos en su sentido y en sus estructura, como «Pax Animae», curiosos, como aquel en el que saluda «A la primavera» a modo diferente de cómo lo hace la mayoría de los poetas: «¡Cuán triste me parece tu llegada!».
Lo que de biográfico hay en Nieve se muestra oscuro, lleno de inseguridad y de espanto por la vida. Un profundo pesimismo, sin embargo, se ha transformado en Casal en arte de la palabra, y Nieve pasa entonces a la experimentación de las formas, en su quinta parte, «La gruta del ensueño». Los versos de doce sílabas, el alejandrino francés, se reúnen con suma gracia y naturalidad en lengua española con el endecasílabo y el heptasílabo, si bien es mayoritario el endecasílabo, que lleva el tono central de esta parte de Nieve, como de las anteriores. En «Kakemono» se encuentra un buen ejemplo del suelto manejo casaliano del endecasílabo: «Hastiada de reinar con la hermosura / que te dio el cielo, por nativo dote…», en tanto que en «Nostalgia» atrae una vieja forma española para modificarla y darle una vitalidad y universalidad en uno de sus mejores textos: «suspiro por las regiones / donde vuelan los alciones / junto al mar…» Este poema va a influir sobre la literatura cubana inmediata y posterior, no pocas imitaciones se ensayan, y quizás bastaría este texto para darle la notoriedad de elevada voz lírica que Casal pudo disfrutar incluso en su corta vida.
Para un hombre que parece ser que nunca vio la nieve (¿quizás la vio lejanamente en su viaje a España?), sentirse «rey solitario como la aurora, / rey misterioso como la nieve» («Flores de éter»), es como asumir lo intangible e inasible, lo imposible y el ensueño como programa de existencia, capaz de elevarse por encima del «fango inmundo de la vida» («Mi ensueño»).
Ni siquiera en el estro sufriente y elegíaco de Juan Clemente Zenea había alcanzado la poesía cubana los registros intensos, de alta escala estética, que logró Julián del Casal al final de Nieve, en «Horridum somnium», elevadísimo texto incluso cuando la poesía cubana había alcanzado un grito fuerte en «La vuelta al bosque», de Luisa Pérez de Zambrana. Ella clamó con el dolor de la pérdida física, con el luto del alma, pero Casal expresaba otro grito y otro dolor mucho más metafísico, existencial, íntimo o desasido de lo factual biográfico. Con Nieve inauguraba en la poesía cubana una línea de fuerte esteticismo, cuyos quilates se asentaban en un dolor de descenso a los infiernos, cuyo antecedente habría que buscarlo en el joven Rimbaud de Una temporada en el infierno.
Bustos y rimas (o sólo «Rimas», como aparece en Poesías) consagra la excelsitud del poeta. Allí se hallan algunos de los mejores poemas de Casal, antológicos, legados a lo mejor que la poesía cubana alcanza: «Rondeles», «La cólera del infante», y el que quizás sea su poema mejor: «Páginas de vida», suerte de diálogo con Rubén Darío que culmina en un endecasílabo que parece rebasar su propia medida: « ¿Por qué has hecho, ¡oh, Dios mío!, mi alma tan triste?» Más que un tono lastimero, se advierte la incompetencia del poeta para asumir el aurea mediocritas ambiental, el alma del artista vuela más alto que la circunstancia, el dolor se ha sublimado pero no deja de expresarse, bajo la presencia angustiante de la muerte, que pronto se haría realidad. Rimas expresa un destino dramático, desdichado ante la vida y pleno ante el arte. Casal reafirma su postulado de preferencia de lo artificial sobre lo natural, del sueño sobre la realidad. Solo en «Ruego», hermoso poema de amor, parece el poeta hallar alguna redención, algún sosiego envuelto en sensorialidad más que en sensualidad. Pero este soneto queda contrastado con otro: «Oración», que pareciera contradecirlo, lleno del aire viciado por el sufrimiento y la tormenta, que el poeta prefiere al reposo o al hastío. Ante la ausencia in situ del gran influjo poético de José Martí, y el desconocimiento finisecular de su extraordinaria poesía, la queja casaliana influyó con más hondura en la generación de fines del siglo XIX, la que ha de enfrentar, curiosamente, la Guerra de Independencia y el cambio de siglo bajo control estadounidense, acontecimientos que Casal no llegó a presenciar.
Antes de la muerte del poeta no parece que fuese universalmente reconocido, incluso aparecen artículos no favorables a su obra, pero su posteridad ha sido rica en el reconocimiento. Casal es hoy por hoy uno de los poetas de Cuba que posee mayor bibliografía para su estudio. El desdichado joven que se fue de la vida antes de saborear los treinta años de edad, dejó detrás de sí un rastro poético estimable, gozable en su intensidad, bello en su conjunto, triste, a veces pesimista, otras exaltado por lo artificial antes que por el fervor de la naturaleza. Su poesía es un lecho crispado, no se reposa bien en ella, llega al espíritu no como un bálsamo, sino como una inquietud. Su obra poética, leída completa, parece sobreponerse con creces a su tiempo, a las mezquindades de una época colonial que iba llegando a su fin, en la que un joven como Casal, henchido por la belleza, sufriría como lo testimonia su propia creación, que sigue suspirando «por las regiones / donde vuelan los alciones / junto al mar».
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