El extraordinario Lope de Vega, ingenioso y genial, caballero andante de su tiempo, vivió encabalgado entre dos siglos. Lope del teatro y Lope de una poesía de raigambre popular, él llevó a cimas de belleza ambas direcciones expresivas, por ello fue hombre insigne del xvi y del xvii, del esplendor de barroco, oro él del Siglo de Oro. Vale que lo trate con epítetos diversos, porque Lope no fue un artista de una sola identidad, sino un hombre y un creador múltiple, una suerte de antecedente de Fernando Pessoa y sus heterónimos. Tengo ante mí un tomito de Poesías líricas (Espasa-Calpe Argentina, 1944), cuyas hojas ya se deshacen por el cruento envejecimiento de sus páginas, de un papel que no ha resistido lo que sí resiste aquello que contiene. Probablemente sea yo el último lector de este ejemplar.
Allí se concentra parte de lo mejor de la poesía de interés lírico directo de este gran autor: romances, letras para cantar, seguidillas, letrillas, poemas sacros, sonetos y textos sacados de La Dorotea, La Arcadia, Rimas humanas, El peregrino en su patria, entre otras obras de teatro y piezas de su infatigable creatividad. Una peculiaridad de todo el libro es notar cómo Lope, aún fuera de sus obras de teatro, elige personajes que son los que expresan las canciones, los ágiles textos, o los romances y sonetos. De La Dorotea es aquel poema memorable que tantos repiten al menos su primera estrofa:
A mi soledades voy,
de mis soledades vengo,
porque para andar conmigo
me bastan mis pensamientos.
La elevación de octosílabo tiene en ese texto otros momentos cimeros: Mirando estoy los sepulcros, / cuyos mármoles eternos / están diciendo sin lengua / que no lo fueron sus dueños. Descubre la belleza del zéjel dentro de una serrana:
Por el montecico sola
¿cómo ir´?
¡Ay Dios, si me perderé!
¿Cómo iré triste, cuitada,
de aquel ingrato dejada?
Sola, triste, enamorada,
¿dónde iré?
Saca del acervo popular expresiones tan andaluzas como en «Trébole»: Trébole, ¡ay Jesús cómo huele!/ Trébole, ¡ay Jesús, qué olor!, donde la poesía sensorial (olfativa) hace su gala con ligereza, frente a la posterior gravedad del soneto, como en «Burlas de amor»: Dulce, atrevido pensamiento loco, / ¿a dónde me lleváis? Tened un poco. O como canta con tanto brío en la parte IV de La Arcadia: ¡Ay dulce y cara España, / madrastra de tus hijos verdaderos […] Envidia en ti me mata, / que toda patria suele ser ingrata. Véase que en el zéjel «me perderé» tiene el doble sentido de perderse en el bosque o de perder su doncellez, en tanto que «tened», dice en verdad: «contente», y claro que con «cara» llama a España de querida, patria amada. Son los juegos de palabras de un artista del verso, de un ágil y experto poeta que es a la vez un forjador del idioma.
No se detenía en su recorrido por tierras españolas, pero desde ellas cantaba al hombre y a la mujer sobre la Tierra. No puede nadie confundirse al llegar a su obra: Lope de Vega creyó en la vida, trató sobre ella, unas veces con la hondura de un pensador, otras con la agilidad del dicho popular, y otras con la propia gracia suya de gran poeta, de renovador del idioma
Hay un Lope pedagogo, un instructor teatral que escribió en versos «El arte nuevo de hacer comedias en este tiempo», dirigido a la Academia de Madrid, donde el poeta se nos muestra en toda su maestría, un poco irónico a veces, pero sabio siempre:
Mándanme, ingenios nobles, flor de España,
que en esta junta y Academia insigne,
[...]
que un arte de comedias os escriba
que al estilo del vulgo se reciba.
Fácil parece este sujeto, y fácil
fuera para cualquiera de vosotros
que ha escrito menos de ellas, y más sabe
del arte de escribirlas y de todo...
[...]
Verdad es que yo he escrito algunas veces
siguiendo el arte que conocen pocos...
Sutilmente regaña, se posiciona como maestro, se yergue sobre la mera afición, y deja escapar cierta ironía contra los que llegan al teatro sin saber demasiado de ello.
Pero también Lope nos da la sorpresa de cómo trataba a la mujer mestiza o negra en una de sus piezas, suceso que se vio en las poesías líricas de su coetáneo Pedro de Padilla, y que en Lope aparece en la menos conocida pieza teatral «De los cantares», de este modo, en diálogo sacro entre la Gracia y la Esposa, ella muestra un color de piel no habitual en Europa, menos en la de su tiempo:
GRACIA ¿Negra te llamas, Esposa?
ESPOSA Aunque este nombre me den,
por no ser tan generosa
y decender de Ismael,
que no alcanzó bendición,
y es mi color de la piel
del templo de Salomón
y del Cedar infiel.
(Que por eso mi figura
fue la etiopesa hermosura,
con quien se casó Moisés.)
Ven, Señor, seré después
más que nieve intacta y pura.
Ven, Pastor; ven, Cristo hermoso,
a los brazos de tu Esposa;
ven a mi pecho amoroso.
GRACIA Serrana de nieve y rosa,
presto gozarás tu Esposo.
Llena de sorpresas y de gracia escritural, la poesía de Lope de Vega no radica solo en los versos de finalidad lírica, por lo que un buen buceador de la poesía de la era dorada debe entrar de lleno en sus piezas teatrales, de todo tipo, para hallar el gran aliento poético que en ellas se concentra.
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