Entre los grandes poetas franceses de todos los tiempos hay que colocar, sin dudas, a Stéphane Mallarmé (1842-1898). Muchas veces se ha indicado que su obra poética es de lectura «difícil», salida del simbolismo y antecedente cierto de las Vanguardias, que ya el poeta no llegará siquiera a vislumbrar. Si bien se acercó a los parnasianos (como al legendario José María de Heredia y Girard), hay que decir que en torno suyo creció una tertulia en la que se vieron presente algunos de los poetas y prosistas más distinguidos de la hora francesa, y algunos extranjeros, como el entonces juvenil Rainer Maria Rilke, quien aprendió no poco del maestro francés.
Profesor de lengua inglesa, Mallarmé no hizo demasiadas concesiones al lector general. En Tratados en La Habana, José Lezama Lima vio que él: «redondea su sombra como un enigma que al deshacerse reaparece, en nuevo puro enigma permanente por lo temporal…». Esa sombra, ese enigma, pende sobre una poesía lujosa, que se aprecia en el raro poema «Igitur o la locura de Elbehnon»: «El infinito surge del azar, que habéis negado». ¿Qué azar ese ese? ¿Uno que se halla en «el presente absoluto de las cosas»? El poeta avanza en la superación del azar, demiurgo, que, como dice Lezama, logra «la destilación de la palabra» al superar, a su modo, la famosa «alquimia del verbo» de Arthur Rimbaud.
Ese azar va a ser centro de otro poema tan extraordinario como el texto anterior (¿poema, narración poética…?), y esta vez resulta uno de los poemas capitales de Mallarmé: «Un golpe de dados jamás abolirá el azar», donde el poeta plantea el enfrentamiento de la palabra con el espacio en torno, el espacio en blanco que surte el efecto de un cierto silencio en torna a ella, que «impresionan de entrada», como dice el poeta, pero también, con Lezama, logra poner: «la colocación espacial del poema en la jerarquía de las constelaciones». Calor que evita relatar algo, es una sinfonía en la cual sube o desciende la entonación, pero que como texto explora la relación entre la palabra, la tipografía, los espacios en blanco, la disposición espacial del verso, en un crudo sentido de significantes. Crudo en el sentido de retador, no de lenguaje mal elaborado, porque en este poema Mallarmé se yergue como un maestro de la palabra, en un gran artífice de las connotaciones de las palabras transferidas en imágenes. El sentido experimental de la poesía llega en él a un momento elevadísimo.
Quizás no habría Mallarmé sin el antecedente vigoroso de la obra de Charles Baudelaire. Pero Baudelaire fue una suerte de maestro para la contemporaneidad suya y sobre todo su posteridad, y Mallarmé aprehendió del esteticismo, de la intelectivización y del sentido amplio del verso y de la prosa lírica de su gran antecesor. La dosis de orfismo que presenta en sus poemas principales, ayudó a ese sentido hermético que se aprecia en pasajes enteros de sus textos fundamentales. Claro que los Sonetos a Orfeo de Rilke le deben maestría, claro que ese sentido de lo oculto, más que de lo hermético, va a condicionar buena parte de la poesía del siglo posterior a su muerte.
El verso libre y la imagen como motivo central del texto poético son dos de sus aportes cimeros que van a hallar continuidad. Ahora se puede apreciar mejor que no solo Baudelaire pudo influir sobre el maestro Mallarmé, sino también su amigo Verlaine y más distante, Aloysius Bertrand, y no es de dudar que, siendo profesor de inglés, conociera y asimilara logros ejemplares de poetas de lengua inglesa. En su evocación de Los raros, Rubén Darío lo aleja tanto de Baudelaire como de Bertrand, y un tanto insólitamente lo acerca a Edgar Allan Poe, lo cual no es, por supuesto, un dislate. Pero Mallarmé fue un poeta integral, de poética definida, de fuerte sentido de la creatividad artística de la palabra. Irradió un sentido estético ambicioso, en el cual el poema gana una autonomía decisiva, y la palabra se extiende hacia el logro de la imagen central, que aleja su cometido estético de la prosa narrativa. El poema es efectista en el sentido de producir efectos, cerrarse en sí mismo para no depender de explicaciones anexas, que las ha habido, muchas y muy buenas. En la Antología (1971) de la editorial Visor, se incluye un muy atendible texto analítico de Rafael Cansinos-Asens, en que se expone la idea del «arte sin contaminaciones», arte por el arte, suerte de legado mallarmeano a la poesía.
Desde 1864 trazó la curva de fuego de su poesía con Herodías, de ese año, y al siguiente entregó La tarde de un fauno, famoso además por un preludio de Claude Debussy inspirado en este poema. Los dioses antiguos es de 1879, y el Álbum en versos y prosas de 1887. Páginas de 1891 y Divagaciones de 1897, ya al final de su ciclo vital y creativo, cerrado con Un coup de dés jamais n´abolira le hasard, que, el día antes de morir, pidió que fuese destruido.
En Cuba conocemos la traducción de Cintio Vitier. Cierto que no es la suya una obra abundante en los cincuenta y seis años que el poeta vivió, si la vida le hubiese dado diez años más… Pero tal especulación se queda en el relente, en el horizonte de suceso, o en el interior imposible del agujero negro del tiempo.
Visitas: 10
Deja un comentario