Un poeta puede nacer, crecer y luego refugiarse donde desee, en una gran ciudad, en un pueblecito o en el Pantanal del Mato Grosso. Allí localizamos a uno grande del enorme Brasil: Manoel de Barros (1916-2014). Murió a punto de cumplir los 98 años, por lo que tuvo tiempo para dejar detrás de su vida una obra poética cimera, un registro lírico entre lo mejor que Brasil ofrece en poesía. Se dice que cuando algún crítico aplaudía a Drummond de Andrade como el mayor poeta vivo del Brasil, él mismo dijo que ese «galardón» lo merecía más Manoel de Barros. Quién sea mayor o menor cabe más en las vanidades humanas. El poeta solo ofrece su labor para el goce de sus coetáneos y tal vez para los lectores que han de venir.
Sus poemas son en mayoría muy breves, de una sola página o sólo de la mitad de una, con lenguaje sencillo pero gozoso en el uso tropológico (sobre todo metafórico) que heredó de las vanguardias (y del «modernismo» brasileño), casi siempre referido a asuntos de la naturaleza exuberante que le rodea, así resume con el uso de una bella sinestesia: La lagartija tiene olor verde. A veces su poema es una sola línea, reúne algunas de ellas como sentencias, juega con las palabras mediante la aprehensión sensorial de mundo.
Desde el título de sus libros ya se destaca como poeta: Poemas concebidos sin pecado (1937), Compendio para uso de los pájaros (1960), Libro de pre-cosas (1985), Concierto a cielo abierto para solos de ave (1991), Libro sobre nada (1996), Tratado general de las grandezas de lo ínfimo (2001), entre otros. Sus imágenes son muchas veces incisivas, profusas, y de variedad de lecturas: «Por la tarde hay una disipación de aves». El verbo disipar hace la magia.
Manoel de Barros concentró su expresión poética como mediante relámpagos, iluminaciones, visible en su poema 14 de la segunda parte «Desear ser», de Libro sobre nada:
Lo que no sé hacer lo deshago en frases. Hago a la nada aparecer. (Represéntese que el hombre sea un pozo oscuro. Aquí desde encima no se ve nada. Mas cuando se llega al fondo del pozo se puede ver la nada.) Perder la nada es un empobrecimiento.
Los espacios entre versos están en juego con la intensidad de lo que dice, pues el poeta nos obliga a pequeños altos en la lectura para descargar el siguiente contenido, que en este poema representa la grave hondura del ser, en cuyo fondo él ve la nada, ¿una nada existencial?, ¿objetiva?, ¿una nada imbuida en la soledad del ser? El autor no nos refiere cuál es «la nada» de su libro, quizás la «esencia de lo inesencial», quizás fin del todo, suma que conduce al cero. Algo notable es cuando dice que «Perder la nada es un empobrecimiento».
Acaso hallaremos mejor orientación sobre esa nada en la tercera parte, que llama «El libro sobre nada», región sentenciosa del conjunto, poema-idea: «Todo lo que no invento es falso». O en la frase directa: «Lo mejor para llegar a nada es descubrir la verdad». Es difícil, pues, precisar a cuál nada, si varias hay, se refiere la palabra del poeta. De todos modos, una nada «factual», de preciso sentido de las cosas, emerge en algunos de sus poemas en que el ser (un yo o sujeto lírico no romántico) se aventura ante la existencia material, y quiere traducirla a un sentido espiritual de la circunstancia.
En Concierto a cielo abierto para solos de ave (1993) irrumpe lo que puede parecer obvio, cotidiano, para mostrar su arista poética. Las aves se mueven a cada rato en sus versos. La conformación tropológica es más compleja que en otros libros, por las asociaciones rápidas y hasta bruscas que el autor desarrolla, al grado de que puede poner a cualquier traductor en fuerte apuro. La «Introducción a un cuaderno de apuntes» es, en la práctica, un relato, un cuento versado en el que justifica todo el libro como si él fuera anotaciones del abuelo, un abuelo supuesto. Digamos que usa mejor el versículo, y que a lo largo del libro vamos a encontrarnos un fuerte deseo de vincular a la naturaleza vegetal y animal con la vida humana: «¡Lozanía de las garzas en la mañana!».
Agua, girasoles, pájaros, árboles, caracoles («El caracol es una soledad que anda por las paredes») y otros muchos seres de los mundos vegetal o animal, se citan en estas páginas de textos rápidos por breves, como aquel XXXV en que algo raro nos dice con la intensidad de un haikú, sin serlo por completo: La avispa amaneció / Mojada por el sereno / El vuelo no aguanta más con ella. Así procede desde un apunte temático directo y sin asombro para derivar en algo insólito, humanizando o dándole vida propia al vuelo. Manoel de Barros es capaz de hacer ver que el río se detiene por voluntad propia: ¡Cosas de Dios! la breve espera del río para que pasen los patos.
La relación de la vida es intensa: «Los caramujos ayudan a los árboles a crecer», donde caramujo puede ser un molusco o un hombre reconcentrado. El trabajo con la ambivalencia, con la sugerencia, con lo dicho que presenta otras alternativas significacionales, contribuyen al lenguaje llamémosle complejo o polisémico de Barros, porque en la aparente simplicidad de la frase se esconde casi siempre un doble significado.
En 2010 salieron sus Poesías completas, para gloria de la literatura brasileña. Pocas veces ha sido tan eficaz en lengua portuguesa la relación hombre-naturaleza: si él está imbuido en ella, ella lo reta, de modo que se puede pensar que el poeta no está lejos del llamado realismo mágico aplicado a la poesía.
Imaginativo, capaz de ofrecernos notas de humorismo junto a escenas dramáticas, Manoel de Barros es un poeta del detalle, de la rápida asociación que va más allá del símil, incluso con un uso personal de la metáfora. Yo no sé si ofrece lectura «fácil», pero estoy seguro de que él enreda las palabras con un encanto singular.
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