
¿Islas? Magia. Antes de visitarlas, ya las amaba debido a la saga de mi abuelo materno. Don José de La Gomera murió diez años antes de yo nacer, pero su espíritu quedó bullente en la familia hasta hoy, cuarta parte del siglo xxi. La primera vez que fui a las islas, desde el avión vi sobresalir el pico del Teide, y me sobrecogió. Aterrizamos en Las Palmas de Gran Canaria, donde me aguardaba el amigo poeta Justo Jorge Padrón, quien me había invitado al Festival Internacional de Poesía que él organizaba en su ciudad natal, sería 1998.
Lo primero fue recorrer la ciudad a pie, desde una bella plaza frente a la Terminal de Guaguas. Aquello me hizo mucha gracia, pues en Cuba a las terminales de guaguas les llamamos de ómnibus. Calle principal hacia el gran barrio casi habanero de Triana. A mi me pareció que no había salido de Cuba. Luego mi amigo Maximiano Trapero me llevó a conocer las playas, sobre todo las Canteras, tan cercana de su casa. Paseamos con su perrita de entonces, y me divirtió mucho conocer tan hermoso lugar. Con Maximiano hice un recorrido el 12 de diciembre de 2002 rodeando toda la isla, y a pesar de las maravillas, fue un día muy triste para mí, porque recibí desde Cuba la noticia de la muerte de mi padre… Ya antes, en otro de los años que acudí al Festival, Maximiano me había conducido a la Playa del Inglés y a Maspalomas, donde, sin darme cuenta yo, me paseaba por una zona nudista. Al salir del mar una señora gruesa con sus encantos al aire, me asusté mucho, Maximiano rio muchísimo y pensé que había presenciado un cuadro de Boticelli pasado por el colombiano Fernando Botero.
Con el grupo de poetas asistentes al Festival, viajamos hacia el Roque Nublo, en el corazón elevado de la isla. Excepcional y bello paisaje celebrado años ha por el inolvidable don Miguel de Unamuno. Valía verlo más a la vera de los poetas Leopoldo de Luis, Manrique de Lara, el boliviano Pedro Shimose y otros y otros. Mi vieja camarita fotográfica sacó instantáneas que guardo con amor.
Al año siguiente, también en Festival, visité por primera vez Tenerife. Allí me esperaba mi amiga Belén Castro, profesora de la Universidad de La Laguna, quien me hizo conocer Santa Cruz, y luego nos fuimos al pie de la cúpula del Teide, cerca del parador. Luego nos fuimos a la casa de Fernando Garcíarramos, pintor y poeta y su esposa Arminda, pintora. Fue breve la visita, que repetí tres veces en otros años. En una de ellas, en 2002, en un homenaje canario a Dulce María Loynaz por su centenario, me hospedé en el Puerto de la Cruz y desde allí viajábamos un grupo de cubanos a la Universidad, al coloquio sobre la dama bella de la literatura cubana. Estuvo en esta ocasión mi primo norteamericano-cubano Miguel (Michael) Lemus, y él logró descubrir nuestros parientes canarios, la familia del hermano de mi abuelo, llamado también Miguel Lemus, cuya descendencia con franco apellido Lemus me ha acompañado con alegría desde comienzos del siglo. El primo Javier, Javi, me recorrió gran parte de la isla, recuerdo una bella playa al pie de un acantilado, cercana al pueblo de Tacoronte.
Con Michael fuimos a La Gomera, allí estuvimos dos días hospedados en Hermigua, tierra natal de nuestro abuelo. En la parroquia pude revisar los libros de la región y advertí Lemus y Lemos, que son el mismo apellido, asentados en esos libros de bautismo desde el siglo XV. Copiamos los datos de nuestro abuelo don José Domingo Serafín Lemus Herrera, y luego, en Santa Cruz de Tenerife, lo refrendamos en el Obispado. En una emisora de radio local de Playa de Santiago, nos entrevistaron, apreciamos el parque nacional de Garajonay, donde crece la legendaria laurisilva, y tuvimos que correr en el coche de un amigo reciente, porque el barco se nos iba, llegamos cuando partía y de un salto entramos antes de que despegara por completo de la costa. Algo así le pasó a nuestro abuelo de visita en La Gomera, sobre 1919, pero a él se le fue la embarcación y llegó a Tenerife un día después de que su barco partiera hacia Cuba, así el infortunado Balvanera salió sin él, para hundirse luego en las costas de Santiago de Cuba. Mi abuelo se salvó de milagro. Mi primo y yo salimos de la isla con gran sobrecogimiento. Nos gustó muchísimo, quedó grabada en nuestra memoria. De San Sebastián apenas vimos un torreón legendario y algunas calles, nada más.
Nueve veces estuve en Canarias entre 1998 y 2004, dos veces en 2002 y 2003, este año cuando gané el Premio Internacional de Ensayo Millares Carlo sobre Investigación de Humanidades, otorgado por el Gobierno canario y la Uned, universidad nacional española a distancia.
Cuánta gente canaria vive ahora mismo en mi memoria, el pintor Pepe Dámaso, mi amigo Juan Gómez Pamo, Elena, la esposa de Maximiano Trapero, cuyo obsequio guardo con alegría y placer por su bella amistad, el poeta Justo Jorge Padrón y su esposa macedonia Kleopatra, a quien vi encinta, luego con la niña bellísima Lara que he visto ya mujer, la mencionada Belén Castro Morales y su familia de artistas, mis primos Lemus, Garciarramos y Arminda… Se me quedan en la memoria todos y todas, amables, linda gente de Canarias. Mi abuelo paterno fue hijo de canarios López y Hernández, esos bisabuelos míos campesinos (¿qué nombres tendrían?) murieron en Limonar, Matanzas, por enfermedades en la reconcentración de Weyler entre 1897 y 1898, nunca más vieron su suelo natal. De manera que haber estado tantas veces en las Islas Canarias fue para mí un tributo a mis ancestros. Dicha sea la verdad, tengo tantas historias canarias en mi cabeza, que tendría que hacer una larga crónica, pero baste aquí la evocación en entusiasmo. Mis ojos están ahora mismo llenos de imágenes de solo tres de las siete Islas Afortunadas, natural paraíso de la Tierra.
Visitas: 29
Deja un comentario