Nicolás Guillén (1904-1989) alcanzó con su obra a ser considerado eso que llamamos un «gran poeta», y dentro de la poesía cubana seguirá siendo estrella de brillo singular; pero creo muy sinceramente que esa alta condición la alcanzó con El son entero (1947). Los libros anteriores, muy buenos y notables, iban consolidando primero su fama, luego su carácter de innovador, y la condición que se le reconocería más adelante de «poeta nacional», sobre todo por sus temáticas, por develar para la poesía nuestra condición étnica de pueblo mestizo.
En los años finales de la década de 1940-1950 escribió sus poemas más suculentos: las elegías, entre las que descuella su singular «Elegía a Jesús Menéndez», el poema de intensión política más importante de Cuba y, tal vez, del idioma español. Los años cuarenta y cincuenta pueden considerarse como los centrales de su etapa elegíaca. No de un tipo de elegía íntima, ontológica o existencial, sino de sus grandes textos de amplísimas connotaciones estéticas, políticas, de identidad, y entre ellas destaca también la «Elegía a Jacques Roumain». Con estas obras Guillén realizó la «elegía social», el texto en que la muerte observada no es la propia, ni la de un amor infeliz o la de un familiar, pues el poeta logró ofrecerle matices épicos al tono elegíaco, cargarlo de significantes sociopolíticos y mostrar así una marca de identidad del pueblo o de la poesía cubana desde el siglo XIX.
Los poetas «vanguardistas» cubanos de los años finales de la década de 1920, desarrollaron curiosos derroteros. Si aceptamos que las tres direcciones poéticas principales de las manifestaciones de las vanguardias europeas en Cuba, fueron las poesías negra, social y pura. Entre todos ellos, Guillén fue una figura singular en muchos sentidos, porque desde sus primeras ediciones de poemarios dio muestras de ser un poeta renovador y a la vez fiel a la tradición de la lírica hispánica. Toda su obra en lo sucesivo ofrecería equilibrio entre la renovación y la ruptura. Pudo ser asociado de inmediato con la corriente neopopularista que, en España, capitaneaban Federico García Lorca (1898-1937) y Rafael Alberti (1902-1999). En el neopopularismo guilleniano habría —como en el de aquellos— ascendentes clásicos, sustrato barroco, enseñanza gongorina y quevedesca, a lo que él agregó dirección cubanísima, afín a la idiosincrasia cubana, a la propia tradición poética nacional y sus sucesos de su tiempo.
Ese alto grado de expresión de la idiosincrasia nacional sentaba la diferencia esencial de su obre con la otros poetas, y le permitía al autor de Motivos de son (1930) dar un rápido giro desde el folklorismo, los juegos lexicales, las asociaciones tropológicas vanguardistas y el matiz de divertissement artístico de ese primer conjunto publicado; hacia una poesía comprometida con la circunstancia, cada vez más abiertamente social y politizada, pero que no por ello dejaba de ser refinada, de alta jerarquía estética. Un grupo quizás mayoritario de los poetas cubanos avanzaban en la década de 1930 hacia la despolitización de sus discursos creativos, lo que se reforzó con la estancia habanera de Juan Ramón Jiménez en 1936, pero Nicolás Guillén asumió una difícil poética devenida desde la trascendencia artística de lo popular y el carácter identitario del mestizaje cubano, hasta la intención partidista.
Había que ser muy artista, muy poeta, para ascender desde tales direcciones de lo local hacia una poesía universal. Si bien su «materia prima» partía de la mediocre realidad republicana durante e inmediatamente posterior a la dictadura de Gerardo Machado, Guillén tuvo el acierto de revestir su obra con un sentido —formal e incluso de contenido— propio de la hispanidad, capaz de ser muy bien asimilado en la inmensa constelación de literaturas nacionales que conformaban —y conforman— el gran espíritu identitario de la lengua española.
En tal contexto, el localismo trascendente de Guillén, su militancia política pronto definida como comunista y expresada en sus versos y, sobre todo, su genio creativo, lo condujeron hacia una serie de obras de alto relieve en la cultura cubana y en el desarrollo identitario de la hispanidad: Sóngoro cosongo (1931), aún envuelto, pero superando ya con rapidez el folklorismo inicial de Motivos de son. West Indies LTD (1934), donde lo local cubano se convierte en regional antillano, con sutil pero evidente halo continental dado por la influencia whitmaniana. Cantos para soldados y sones para turistas (1937), libro en el que hace gala de sapiencia métrica, cualidades formales de la poesía tradicional de la lengua española, ratifica su sentido popular del ritmo, atavía el mensaje político con humorismo, sentencias, refranes y el sentido «cancionero» que le ofrece el son, para comentar de manera aparentemente ligera crudas realidades políticas y sociales cubanas y del escenario internacional. España. Poema en cuatro angustias y una esperanza (1937) es su obra desgarrada de la hora, donde el son se hace elegíaco y la solidaridad no solo se transparenta en las angustias que expresa, llenas de amor por la tierra española martirizada por la Guerra Civil, sino que, además, reúne en metro clásico y en versos semilibres un latido esencial de intenso sentido de panhispanidad.
Si en Romancero gitano de Federico García Lorca hay una efectiva expresión étnica, del ser social ante el abuso del poder, la posible denuncia se queda en lo pintoresco, aunque con lo pintoresco se haga alta literatura. Guillén resultaba entonces más ambicioso en Cantos para soldados y sones para turistas, que es un libro de llegada plena y consciente a una poesía social e identitaria, donde la «guardia civil» a la que apela algún personaje de García Lorca, se torna un «soldado» reconocible en cualquier latitud, pero asimismo cargado de la situación ambiental cubana. Este libro muestra ya mucho más claro cómo Guillén entreteje los contenidos inmediatos cubanos con lo mediato formal hispánico, para ofrecer en conjunto una ejemplar universalidad.
Y El son entero reina entre sus libros porque allí alcanzó su mejor registro lírico, depuración de lenguaje, concentración —síntesis— del matiz lírico, y un grupo de poemas que revisten valores antológicos. Guillén logró con este libro su momento de consumación. Tras el triunfo de la Revolución de 1959, se reconoció a cabalidad el papel del poeta en la literatura cubana, él acreció su obra y, ya al frente de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, alcanzó el sitial que le había anunciado Mirta Aguirre: el de poeta nacional. Sobre todo ello, su obra da placer de lectura, es alta poesía que sigue viva, y continúa siendo altamente significativa en el desarrollo poético de la nación cubana.
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