¿Cuál es el rumbo final y concluyente de la obra poética de Octavio Paz (1914-1998)? Es una pregunta difícil de responder desde la extensa variedad formal que este poeta recorrió a lo largo de su extensa obra, solo si nos atenemos a la poesía. Toda su carrera de artista de la palabra es móvil, de reafirmaciones y agregados formales e incluso temáticos o de nuevos enfoques de sus temas esenciales. Su obra juvenil no fue una etapa de inmadurez y de preparación, porque en ella el joven artista trazó la mayor parte de los argumentos de toda su poesía, y el interés definido de hacer cambios formales en ella.
En el contexto poético latinoamericano, Paz fue un exacto coetáneo de grandes, solo por mencionar a algunos, recuérdense a Borges, Lezama Lima, Parra, Cardenal, Baquero, o su perfecto coetáneo Samuel Feijóo, entre tantísimos otros. La poesía parecía ser por entonces signo de un mundo violento y convulso, que habría de buscar sosiego, realización estética de pensamiento profundo, asiéndose al logos, porque el acto tiembla ante el furor de la violencia. La palabra se fecundaba en ese fragor, y el poeta mexicano, nacido al estallar la Primera Guerra Mundial, llegó a su aprehensiva adolescencia en un lapso de postguerra en el que se confiaba mucho más en la praxis política que en la práctica estética. En tanto la primera conducía al mundo hacia la conflagración, los poetas latinoamericanos de esa generación ascendente parecían querer alcanzar en diverso grado y como sutil divisa la idea de José Lezama Lima: «…un país frustrado en lo esencial político, puede alcanzar virtudes y expresiones por otros cotos de mayor realeza».
Claro que el aserto lezamiano no va a estar en la exacta conformación de la poética de Paz, pero puede argumentarse que tal es también su espíritu. Está en el enunciado que aparece como preámbulo a Libertad bajo palabra: «Contra el silencio y el bullicio invento la Palabra, libertad que se inventa y me inventa cada día». Paz también colocó a la Poesía, bajo la metonimia de «la Palabra», en el centro de su orbe creativo. ¿Estaba Mallarmé detrás de su regusto clásico y en el concepto de que la poesía se hace con palabras? Tampoco es fácil responder a esta inquietud, pero debe tenerse en cuenta que Paz fue un gran conocedor de la poesía francesa.
El léxico intimista de su primera etapa creativa de 1935 a 1942, propuso un matiz que lo aproxima al tono amatorio del neorromanticismo, que algunos llaman con término más impreciso neomodernismo, lo cual es visible en el tono lírico de la canción y en la aprehensión de una música-otra, que se siente con el oído lírico, como aprehensión sensorial. El poeta no había rebasado los veinticinco años de vida cuando la sensorialidad fecundada por la emoción apareció prístina en un poema como «VI. Mira el poder del mundo», sensorio abierto: «toca mi piel, de barro, de diamante, / oye mi voz en fuentes subterráneas, / mira mi boca en esa lluvia oscura». El sentido corpóreo lo iba acercando más a Luis Cernuda —y por la tangente al cubano Emilio Ballagas—, y aunque se ha advertido en su obra la presencia influyente del maestro de la década: don Juan Ramón Jiménez, es preciso ver el juego formal que Paz eligió hasta 1941, en el que predomina el contacto formal, intencional o no, con Vicente Aleixandre. En este lapso, hay un equilibro en el dominio del verso y en la aprehensión emotiva del mundo, sobre todo en su interés amatorio. Paz está incorporando una espiritualidad no exactamente mística, que brota de lo corporal. Esa percepción es de estirpe neorromántica, aunque refinada por el juego lexical.
La decisión de centrar su voz en las peripecias del amor, no lo convierten en un poeta intimista per se. Si fuese así, no sería difícil entenderlo en su primera poesía solo como un neorromántico, pero lo alejaría de su vinculación con lo social cuando se desarrollaba la Guerra Civil española. Paz hace del amor vivencia, ejercicio de vida. Por eso no acude a una poesía del susurro ni a un ambiente solo confesional. El amor para él resulta la praxis esencial de la vida. Nunca se apartará de este matiz definidor en toda su poesía. Más adelante incluso va a teorizar al respecto en La llama doble. Amor y erotismo (1993).
Ni evasión erótica ni malabarismos sentimentales. Paz es un poeta de la dignidad del amor en la vida humana. Dice bien Klaus Müller-Bergh cuando afirma que una de las características de la primera poesía de Paz connota a «…la poesía como experiencia, como algo que tiene que ser vivido», porque «el amor, como la poesía, es una tentativa por recobrar al hombre adánico». Müller-Bergh realizó una exhaustiva exegesis de la obra y el contexto epocal de Paz, tanto en lo intraliterario como en la vida sociopolítica de la Guerra Civil española, la Segunda Guerra Mundial, las revistas mexicanas que el propio poeta fundó o ayudó a fundar, y las relaciones con los escritores de su hora. Así, llegó a una conclusión con la que estoy perfectamente de acuerdo: «…las claves de la poesía de Paz se remontan hacia los años de la juventud».
Mucho después habría de vincularse con la poesía «modernista» del Brasil, o sea, con la vanguardia artístico literaria del coloso latinoamericano de lengua portuguesa, porque Paz tiende su mano hacia la experimentación formal, se anida en él un buscador de esencias, que si bien no lo aleja de sus intensos momentos iniciales, lo muestran como un poeta preocupado por la evolución de la poesía, porque ella no se quede en expresión detenida ante los nuevos tiempos. Hoy no hay la menor duda de que Paz es una de las firmas literarias más poderosas del continente americano, si bien el Premio Nobel lo exaltó al rango que ya merecía, al de poeta mundial, su obra vibra con la intensidad de la lengua española, de la cual dependen sus logros lexicales, su fuerte sentido de la vibración de la palabra. Gran ensayista, lo que Paz tocaba en el ámbito de la literatura reverdecía, parecía labor prístina, sola en el maremagnum de la creatividad hispanoamericana: vieja y joven, fresca y oscura, entregada con facilidad o dadora de ideas que requieren el espacio de la reflexión. En verdad se inscribió entre lo más subyugante creado por sus coetáneos de idioma común, y entre ellos, Paz gozó del privilegio de su grandeza creativa.
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