En el centenario de Veinte poemas de amor y una canción desesperada
Veinte poemas de amor y una canción desesperada (1924) llegó este 2024 a su centenario. La notable importancia de este libro en la cultura de lengua española es muy amplia. Hay que comenzar por decir que es patrón indiscutible de la corriente de poesía neorromántica del siglo xx, y es un hito en la obra del joven veinteañero Pablo Neruda (Neftalí Ricardo Reyes, 1904-1973), quien lo concibió, y colocó su nombre y obra en el centro de la muy amplia creatividad lírica de la poesía hispanoamericana A la vez sirvió de modelo a numerosos poetas del ámbito de la lengua española, y su éxito no ha disminuido en el siglo que ya se le cuenta. Neruda, además, cumple este año su ciento veinte aniversario, a los cincuenta y tres años de su Premio Nobel de Literatura. De modo que hay muchos motivos para celebrarle el cumplesiglo a su primer libro rotundo.
Veinte poemas de amor y una canción desesperada conmovió a la juventud de su momento. Ya la corriente lírica tenía al menos unos diez años de existencia, y tal vez haya que situar a tres poetas cubanos como sus mentores principales, así como al mexicano Amado Nervo. Los cubanos Guillermo de Montagú, Gustavo Sánchez Galarraga e Hilarión Cabrisas, miraron hacia el siglo xix, y hacia el romanticismo, sobre todo a lo Bécquer, antes que incorporarse a las vanguardias artísticas y literarias, que en la poesía latinoamericana tenía a Vicente Huidobro y Jorge Luis Borges como dos paradigmas diferentes. Una red de neorrománticos se iba tejiendo en los albores de la muerte de Rubén Darío en 1916, quien a su vez dejaba tras de sí una zona de su poesía que podría acercarse mucho al ideal de los poetas jóvenes inclinados al monotema del amor.
Veinte poemas de amor y una canción desesperada llegaba oportunamente, y resumía en sus páginas los ideales básicos de esa corriente poética: el tema del amor, el tono elegíaco, el lenguaje sencillo para grupos de lectores muy amplios, el verso rítmico de recursos nemotécnicos, o sea, de relativa facilidad de mantenerse en la memoria, alto sentido de la emotividad, cierta dosis de sensualidad que rayaba con el erotismo, devenido de la poesía amatoria europea, sobre todo de las pastoriles y cortesanas de los siglos xvi y xvii, y en particular del romanticismo del xix. En la gama del amor va desde el amor imposible, la ruptura, la despedida, el ideal femenino, la cortesía asumida con sutiles roces de intimidad y sensualidad, el amor fatal, la pérdida amorosa (sobre todo ante la muerte, como en La amada inmóvil de Nervo) y a veces rasgos del «amor feliz». El dolor y el sufrimiento por motivos amorosos llenan páginas de arrobamiento y sentimentalismo.
Veinte poemas de amor y una canción desesperada tenía los resortes efectivos para convertirse en un libro muy popular y en eje de esa corriente poética. Y lo fue, lo ha sido. Influyó sobre otro poeta paradigmático del neorromantcismo: el cubano José Ángel Buesa, pero también sobre buena parte de la poesía femenina de Hispanoamérica de los años posteriores a 1924, llámense Juana de Ibarbourou, Delmira Agustini, Alfonsina Storni. Neruda no se detuvo, por supuesto, en ese libro, y al descubrir su éxito (y el de su real primer poemario, Crepusculario, de 1923), extendería ese poder de lo emotivo sobre El hondero entusiasta (1933) y sobre todo el aldabonazo superior de Residencia en la tierra (1925-1931), publicado en 1935.
Veinte poemas de amor y una canción desesperada acude a los resortes típicos neorrománticos: un primer verso que atraiga al lector: «Cuerpo de mujer, blancas colinas, muslos blancos» («Poema 1»), más un verso (o dos) de cierre que resuma y fije la vibración del poema: «Aunque este sea el último dolor que ella me causa, / y estos sean los últimos versos que yo le escribo» («Poema 20»). La reverencia e idealización de la mujer amada viene de la poesía española (y europea) de siglos anteriores, muestra que la sensibilidad humana se mantiene constante en materia erótica, con ligeros cambios expresivos, y que el poema de amor debe apelar a ello: la lejanía («Amo lo que no tengo. Estás tú tan distante»), la soledad, la necesidad espiritual de la pareja, el goce corporal, el sentimiento de «propiedad» de lo íntimo y de la amada («Eres mía, eres mía, voy gritando en la brisa»), el sentido fatal del desencuentro, la pérdida, el abandono («Ya no la quiero, es cierto, pero cuánto la quise»), la huida, la muerte… Todo ello podía ser bastante inefectivo si el poeta se hubiese limitado al lenguaje heredado del romanticismo. Es la época de las vanguardias, de modo que Neruda dejaba desatada y abierta la puerta de las metáforas, de las asociaciones sorprendentes, de ciertas comparaciones (símiles) insólitos en su momento, como se ve en el «Poema 18»: «Me miran con tus ojos las estrellas más grandes. / Y como yo te amo, los pinos en el viento, / quieren cantar tu nombre con sus hojas de alambre». El «Poema 20» es un dechado de ejemplos de vanguardismo metido dentro de la poesía de aliento romántico.
Veinte poemas de amor y una canción desesperada fue un hito para la poesía de América. Aquel bordón: «Puedo escribir los versos más tristes esta noche», hizo historia en la poesía de lengua española y debe estar en el trasfondo de aquel otro de Buesa: «Pasarás por mi vida sin saber que pasaste». Neruda se convirtió con ese breve libro en «el poeta», suerte de prototipo o modelo de creador lírico y con ello creció el número de sus seguidores, atentos a sus últimas letras mientras estuvo vivo. Cien años no son nada. Este poemario lo demuestra. En el alma humana, en la sensibilidad amorosa de la especie vale leer a Garcilaso, a Bécquer o a Neruda como una continuidad que no respeta los siglos. Estoy seguro de que en 2124 se celebrarán los doscientos años de este poemario que mantiene a Neruda de veinte años, la edad de Rimbaud, la edad de la poesía lírica: todo poeta tiene veinte años siempre, mucho más si su inspiración abraza al amor. Aquí está vivo y palpitante Veinte poemas de amor y una canción desesperada.
Visitas: 60
Deja un comentario