Haber sido un cineasta genial y polémico descompensa un poco la asimilación del bullente poeta que fue Pier Paolo Pasolini (1922-1975), quien dijo en «La realidad»: «…Cuando / escribo poesía es para luchar y defenderme, / comprometiéndome…» Y en ese mismo poema: «Prisión / solo de mi amor, por lo demás libre, / en cualquiera de mis juicios, en toda mi pasión». Es la declaración de un poeta-pensador que llegaba al verso para ser sincero, para expresar casi con furia su emotividad, para sentir la libertad de la poesía.
Pasolini escribió sobre la sexualidad, pero, más que exactamente sobre el amor, su tema muchas veces es la libido, y a la par observa al mundo circuido de violencia. En Poesía en forma de rosa (1964, trad. de Juan Antonio Méndez), lo que hay de la flor será el color, ese rojo intenso que parece a veces presidir sus páginas, y nunca, o casi nunca, la rosa tipo Rilke o al modo de Ronsard. Fuertes contradicciones y pugnas aparecen en sus versos, llenos de un sentido ideológico de la mirada, que va desde lo íntimo y muy personal, incluso biográfico, a lo social descarnado. Su agresivo tono conversacional ofrece la posibilidad de descomponer la estructura versada del poema en un texto en prosa, sin que se pierda siquiera sea el ritmo propio de las ideas.
El poeta es un hombre que resiste. Su rebeldía aumenta con el ejercicio de vivir, y de pensar. El sujeto lírico resulta sin dudas un pensador, no un filósofo, sino una persona que al observar la vida social y la praxis erótica advierte la irrealidad de lo real. Pasolini fue un rebelde que se enfrentó a la batalla contra el mundo. Es posible que su condición homosexual le haya impuesto ese acto de rebeldía, de inadaptado, del muchas veces rechazado que, sin ser marginal, se ve precisado a vivir una vida «al margen», pero también su orientación ideológica «de izquierda» lo conmina a la lucha, a la protesta, a indicar el mal corrosivo del capitalismo, sin que deje de darse cuenta de que, a veces, los luchadores socialistas se convierten en «… lívidos moralistas que han hecho del socialismo un catolicismo igualmente aburrido!», y lo expresa en mayúscula, como gritando, en el larguísimo texto que es «Poema para un verso de Shakespeare».
En «Una desesperada vitalidad» sintió al amor como un recuerdo «que me invadía los ojos castaños», pero que, finalmente, «Recuerdo que en aquello amor monstruoso / llegaba incluso a gritar de dolor». Ese sentido violento de la pasión (y Pasolini es un poeta muy pasional) a veces, y al final de ese mismo poema, va convirtiendo al amor en un ideal, no que sea imposible, sino que resulta deseado en medio de una pureza sana, apreciable, no despreciable, fuera del sentido o sentimiento de «pecado», porque en él esa sensación pecaminosa heredada del cristianismo actúa sobre la aprehensión erótica.
En «Nueva poesía en forma de rosa» va buscando estructurar el texto en toda la página, quizás bajo el influjo de Apollinaire, como si deseara «nuevos textos para nuevas profecías». Alaba las flores que llenan «de esa única y descolorida violencia toda una región», que fluye hacia «El sueño de la razón», poema donde reflexiona sobre «no la esperanza, sino la desesperación»: «Porque no es esa esperanza sueño de la razón, / sino razón a secas, hermana de la piedad». Y ese sentido de violencia subyacente se desata de manera «social» en el conjunto lírico que titula «Israel», donde ve «Cachorros de un pueblo hambriento, / animalitos de maravillosos ojos de hombre», y mira a los muchachos, probablemente palestinos, para preguntarse: «¿Acaso no están aquí para ser asesinados?». Más adelante, en «El alba meridional», vuelve a la imagen de los muchachos en flor y expresa mediante el roce íntimo la sensación general de violencia:
Otro en sus andrajos, escucha y asiente,
mientras que, como un cachorro, se me aprieta,
sin otra sensación, en el prado suburbial,
en el desierto palestino, en el mundo,
que un mísero sentimiento de amor.
Ya al final del libro Poesía en forma de rosa vemos a un poeta casi desesperado en medio de la presencia de la libido, del amor apasionante más bien convertido en solo sexo, de los gritos ideológicos de un hombre revolucionario, que quiere cambiar al mundo aunque se sienta un «pequeño burgués literario», un poeta que quiere escribir una «pasolinaria / acerca de los modos de ser poeta». Infancia e inocencia parecen que se fueron contaminando con la vida.
Pier Paolo Pasolini es un nombre imprescindible del cine del siglo XX. Ya se puede decir de la cinematografía de todos los tiempos, pero fue asimismo un novelista, un ensayista y este poeta que tuvo en Transhumanar y organizar (1971, trad. de Ángel Sánchez-Gijón) una estación de poeta fuerte por el dominio de la palabra frente a una apasionante manera de ver (y vivir) el mundo. Él no fue un poeta-de-paso, publicó unos dieciocho conjuntos de poemas antes de su muerte trágica. Diez piezas más serían su obra cinematográfica total. Sus ensayos se han reunido en numerosos libros, y sus narraciones alcanzan unas siete durante su vida y once en total. Es bastante para un hombre que vivió intensamente solo cincuenta y tres años y que dejó filmes tan intensos como Accatone (1961), Mamma Roma (1962), El evangelio según San Mateo (1964), Teorema (1967), o la violenta Saló o los 120 días de Sodoma (1975).
En esos films se encuentra también sus apremiantes miradas de la vida, de la libido, de la inocencia violada, pero también el despertar juvenil ante el mundo y las contradicciones de la sociedad capitalista avanzada. En ese poemario de 1971 se ve a sí mismo, a su generación y a la circunstancia en el poema «La poesía de la tradición», texto importantísimo para comprender el pensamiento y el alcance de su poesía, al inicio dice:
¡Oh, generación desdichada!
Qué ocurrirá mañana, si tal clase dirigente—
cuando hicieron sus primeras armas
no conocieron la poesía de la tradición
hicieron de ella una experiencia desafortunada porque sin sonrisa realista les fue
inaccesible
e incluso por lo poco que la conocieron, debían demostrar que querían conocerla,
sí, pero con desapego, fuera del juego.
La poética de Pasolini está atada a su experiencia de hombre combatiente, de soñador, de tenaz persona discrepante, disidente, mordaz, herido e hiriente. Pero no se halle solo esa poética en sus versos, está dispersa en su cine y su narrativa, en su modo de vida, y en su modo de muerte.
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