
Porfirio Barba Jacob (1883-1942) fue un coetáneo próximo en edad de Konstantino Kavafis y su obra poética tiene espalda lírica en los Hijos de Adán de Walt Whitman. En su tiempo se le llamó un «inmoralista» por poemas apasionados como «Retrato de un jovencito», «La carne ardiente» y su arriesgada «Elegía platónica». Quizás debería pasar casi un siglo para entenderle mejor su desenfado homoerótico como un intento de plenitud, de legitimidad y de poseer la valentía de ser tal y como se es frente a las circunstancias. Uno de sus poemas antológicos, «Balada de la loca alegría», puede ser reivindicado por los movimientos gais, y seguramente fue de mucho interés para Federico García Lorca, si lo escuchó en los propios labios del colombiano en La Habana de 1930. Quién sabe si el exiliado Luis Cernuda, con quien ocasionalmente platicó en México, también llegó a conocer ese desenfado expresivo.
Jamás habría escrito su coterráneo tan conservador Guillermo Valencia estos dos versos: «Como en Sodoma un día, / nuestro goce es para el goce estéril», pues esos versos habrían arruinado la carrera política del autor de Catay, pero a Barba Jacob no les arruinarían nada: él sólo podía perder sus cadenas, como el proletariado, según Marx. La horaciana «Canción del día fugitivo» es uno de los mejores carpe diem escritos en América. Barba Jacob se daba el lujo de gozar de su sinceridad al borde del escándalo, en tanto celebraba a su tierra de una manera peculiar y erótica:
Aldeanas del Cauca con olor de azucena;
Montañesas de Antioquia, con dulzor de colmena;
Infantinas de Lima, unciosas y augurales,
Y princesas de México, que es como la alacena
Familiar, que resguarda los más ricos panales;
Y mozuelos de Cuba, lánguidos, sensuales,
Ardorosos, baldíos,
Cual fantasmas que cruzan por unos sueños míos;
Mozuelos de la gran Cuscatlán —¡oh ambrosía—
Y mozuelos de Honduras,
Donde hay alondras ciegas por las selvas oscuras:
Entrad en la danza, en el feliz torbellino:
Reíd, danzad al son de mi canción...
¿De quién es la canción? Parece una medieval Danza de la Muerte, es un juego de eros con thanatos, o una suerte de danza latinoamericana de la vida en la que la juventud aparece, hombre y mujer, gozosa, sin trabas, en un himno a la alegría: es la felicidad de estar carnalmente vivo, lo cual importa más que la orientación sexual que el poeta posea o incluso que quiera darle a sus versos. Pero debajo de esa alegría fluyente se halla el conflicto del hombre con su medio social, el desencuentro del poeta sincero —nunca evasivo— con la praxis económica dominante. Para un poeta como él, el escándalo no está en la sexualidad, en su propia conducta bohemia, sino en las relaciones sociales imperantes que denunciaba en sus versos.
Vamos a volver a las comparaciones: las mujeres en la poesía de Valencia tienen la serenidad que les halla el italiano D’Annunzio en la suya, traducida por el colombiano; las de Barba Jacob no huelen a finas esencias, sino a seres vivos; los mozos de Valencia tiene el estilo de Stefan George, también en sus manos traductoras; los de Barba Jacob poseen la lubricidad caribeña. Valencia es un poeta de estirpe «literaria», que se alimenta de literatura; Barba Jacob no renuncia a ello, pero su poesía marcha en su equipaje casi de gitano y se enloda y suda y vibra con él. Valencia es un poeta de biobibliografía; Barba Jacob lo es solo de biografía. ¿A cuál preferir? Hay espacio para ambos en el Universo. Colombia se dio el lujo expresivo de poseer estos magníficos poetas antitéticos.
El realmente llamado Miguel Ángel Osorio Benítez anduvo revuelto en una idea de socialismo ligado con anarquía. El travestismo nominal que poseyó este poeta, lo hizo ser conocido también como Maín Ximénez y sobre todo en Centroamérica como Ricardo Arenales, nombre con el que apareció en Cuba en 1912. En Cuba fue muy bien recibido, ya se le conocía incluso mucho, pese a que Barba Jacob no había publicado libros sino poemas sueltos aquí y allá. Poetas de la cubana década de 1920, como José Z. Tallet o Juan Marinello, lo abrazaron, admiraron y un poco le temieron por su escándalo vital.
Barba Jacob se aproximaba a la conducta marginal en la ética al uso, y no era muy respetuoso del «orden establecido», con manifiestas simpatías hacia los movimientos de izquierda y paradójicamente también al porfirismo mexicano, y una obra poética innovadora por el empleo de un tono conversacional que nunca había tenido un mejor representante que él en América Latina.
Se siente un fuego renovador intenso en sus versos tan próximos a veces a la prosa. Como persona, no tuvo que aliarse a las oligarquías colombianas y no le importó adoptar poses incluso escandalosas, mientras tanto se desplazaba por el Caribe hasta radicarse en México, donde halló vida y muerte. En su poesía, «lo nuevo» también es ideológico e identitario y así lo explicita en el prólogo de sus Poemas intemporales (México, 1944), que posee un formal concepto de la poesía que ya había incluido en la edición guatemalteca de Rosas negras, aunque la fecha de su escritura es 1920. Allí afirmó:
La lírica hispanoamericana necesita dilatar el imperio de sus libertades. No es posible dejarla en el lugar a donde la llevaron los maestros desaparecidos y sus contemporáneos que declinan: Jorge Isaacs, precursor, José Asunción Silva, Gutiérrez Nájera, Rubén [Darío], Salvador Díaz Mirón… Es necesario ir más adelante, no solo para que resuene en nuestros cantos la voz de esta edad, sino para que nuestros sucesores en el culto apolíneo reciban la lira con nuevas cuerdas. Yo trabajo en ese glorioso empeño.
Consciente de sí y de su obra, Barba Jacob no es un poeta olvidable, raro y múltiple, humilde y soberbio, fue una figura paradojal que mantiene el interés de su poesía, también paradójica, desbordada y de sublime vigencia.
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