Ezra Pound (1885-1972) no estaba loco como lo enunciaron alguna vez, pertenecía a la llamada «generación perdida» estadounidense (John Dos Ppassos, Erskine Caldwell, William Faulkner, Ernest Hemingway, John Steimbeck, Francis Scott Fitzgerald…), y vivió intensamente la Segunda Guerra Mundial, tan intensamente que en su patria natal tras ella lo declararon «traidor», estuvo frente a la posibilidad de que le aplicaran la pena de muerte, y mejor era pasar en un manicomio largos años de su vida que la opción de morir bajo infamia. Sus Cantos o Cantares han influido por mucho tiempo a la poesía occidental.
En Italia de los años desde 1930 se comprometió tanto con Benito Mussolini, que se le consideró un seguidor antijudío. En el poeta se amalgamaban varias filosofías, entre ellas los credos esotéricos, no creo que fuesen ellos los que dañaron su mirada radical y fascista de la vida, pero coincidía en ello con cierto sector de la cúpula nazi. Pero antes der todo ello se había ido a vivir en la primera juventud a Londres, donde tuvo una relación de amistad y admiración hacia W. B. Yeats, algunas veces le cumplió labor como secretario y realizó otros trabajos de subsistencia, hasta casarse con la hija de una amante de Yeats.
Era 1914 y sobre Europa se extendían los albores de la Gran Guerra. Se sabe que en Londres se destacó, ya como escritor, en el ámbito de corrientes estéticas como el Imaginismo (precisión de la imagen, lenguaje claro) y el Vorticismo (efímero, al que Pound dio ese nombre), entre varios autores luego célebres, el poeta se forjaba y realizaba sus primeras obras. A la par que con los integrantes de esos movimientos, Pound se relacionó con grandes poetas y escritores como James Joyce, W. Lewis, William Carlos Williams, Robert Frots, entre varios otros autores de mucho relieve. Pound se deslumbró con La tierra baldía de T. S. Eliot, quien habría de publicar ese texto excepcional en 1922. Pound entró en un juego experimental en 1915 al reelaborar Cathay, traducido (¿del chino?) por Ernest Fenollosa. Entre ambos lograron una obra comprensible y vertieron a Li Po a la lengua inglesa según presupuestos imaginistas.
Antes de mudarse a París sobre 1920, Pound reunió su poesía de la década de 1910 a 1920 en Personae, y se iba a Francia con los Cantos comenzados. En París se ligó con los grupos Dadá y surrealistas, escribió música y textos operísticos, hizo crítica literaria, se volcó a la intensa vida cultural de la posguerra francesa. Poco después comenzó la etapa más compleja de su vida, al irse en 1924 a Italia y comenzar a relacionarse con el fascismo italiano, a escribir textos antisemitas, y a poner su admiración en los brazos del dictador Mussolini. En la década siguiente se había convertido en vocero del Eje, y militó de forma decidida entre los grupos fascistas italianos, sobre todo en la proclamación de la llamada República de Saló, ya en 1943. En tanto, su obra lírica crecía, propia del genio poético que sin dudas era.
Preso por los partisanos al final de la guerra, resultó prisionero bajo control estadounidense en Pisa, donde escribió los rotundos y meditativos Cantos pisanos. Preso ya en Estados Unidos, para conjurar la pena de muerte fue declarado loco, y permaneció doce años internado en un hospital psiquiátrico, donde debe de haber avanzado mucho en los Cantos. Quizás demoró tanto tiempo posterior en concluir esta obra por su poca valoración sobre ella, viviendo ya en Italia la continuó hasta morir en 1972.
Pound escribió una poesía despojada de sentimentalismos, de cierto modo «objetiva» y hasta» «realista», con algún grado narrativo y una fuerte presencia de una voz masculina, libre de los adornos que él llamaba «fiorituras», seca a veces, pero intensa, como en su poema «Cino», en el que traza un recuento de vida por momentos sin dudas líricos, pero con expresión fuerte, no dada a las conquistas de la poesía romántica. Ese lenguaje a veces áspero se refuerza en «Sextina: Altaforte»: «¡Maldición! Todo este sur apesta a paz», dice en un poema viril, pero de una virilidad agresiva, con versos duros y guerreros: «¡Quiera el infierno que pronto oigamos chocar de nuevo las espadas!», y que en su parte «V» declara que la paz es «mujeril». Prefiere que las tempestades maten: «la paz hedionda de la tierra». Terrible, sí, pero el poema está construido con una belleza indudable, Pound dominaba no solo el lenguaje, sino también el efecto, la vibración de las palabras, la armonía (incluso violenta) del conjunto. Dominó con una belleza ejemplar el verso libre y lo potenció, contado entre lo mejor en ese tipo versal de su tiempo.
En la «Balada del buen compadre» se ratifica ese Pound gran poeta, capaz de reinterpretar el mito cristiano, sobre la figura de Cristo visto como el «Buen Compadre», un hombre tan fuertemente masculino que Pound lo observa: «Le he visto comer de un panal de abejas / desde que le clavaron al madero». En verdad hay en este poema una preferencia por lo marginal, por cierto sentido de la valentía, en la que hasta los milagros son ejercicios de ese poder heterocéntrico, y en que la figura central es un cofrade, un camarada de ruta, alguien en el fondo admirable pero al que los elogios vienen a ser mundanos, hasta lograr un poema de entre los mejores que se puedan hallar sobre la interpretación poética y polémica de la figura central del cristianismo.
¿Cuál es su visión sobre el amor, la amistad, los sentimientos? Pound es objetivo, clava el aguijón de la palabra: «Ya hay bastante con que estuviésemos juntos una vez. / El tiempo lo ha visto y no volverá a pasar». Nada de caricia, labio, beso… En «Silet» el hombre macho, varón y masculino no se deja arrastrar por el sentimiento sutil y, sin embargo, logra un poema de amor. Esto se aprecia muy bien en «Portrait d´une femme», que comienza de modo antirromántico: «Tu mente y tú sois nuestro mar de los Sargazos», y el elogio a la dama la lleva al valor-precio: «vales la pena. Sí, vales una fortuna».
Pound halla versos rotundos, preciosos, como aquel de «La zambullida»: «Querría bañarme en extrañeza», que pudo gustar enormemente a los surrealistas, y otros de singular penetración: «los ricos tienen mayordomos en vez de amigos». En el poema breve «El desván» se apiada de la riqueza material, de los ricos, y es en ese poema donde halla una imagen de profunda sutileza: «La aurora entra con sus pies diminutos como una dorada Pavlova». Hay que ser un poeta extraordinario para lograr un verso así, homérico y modernísimo, ¿quién puede decir tras leer ese verso que la visión de Pound es solo tosca, ruda solamente?
Claro que una obra tan fuertemente tejida dejó detrás de sí influjos, y los sigue ejerciendo. Se ha dicho que la generación Beat lo adoró, que sirvió a Allen Ginsberg, quien lo tomó como modelo, ¿cuánto puede haber de su periplo creativo en grandes firmas como las de Yeats, Eliot, Frost…? Ezra Pound, odiado por sus ideas durante la Segunda Guerra Mundial, es uno de esos poetas insoslayables en el siglo xx, un siglo extremadamente rico para la poesía de todo el Planeta. Él mismo, maestro del poema breve, dejó una suerte de epitafio para su poesía viva en «Salutación segunda»:
Os alababan, libros míos, Porque yo acababa de llegar del campo. Yo estaba veinte años anticuado Y por eso hallasteis un público bien dispuesto. No reniego de vosotros, Vosotros no reneguéis de vuestras criaturas.
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