Por mucho tiempo se le llamó «mi señor Rubén Darío». Fue un dómine, un poeta de excelsitudes que resumió una época, sobre todo la de entre siglos del XIX y el XX. Muerto en 1916, es una deuda asumida por el Premio Nobel, lo cual no significa mucho si sabemos que Miguel de Unamuno, Antonio Machado, Cernuda, Borges, Lezama, et al, pasaron frente a ese premio sin saber que pasaron, a pesar de ser centros de letras irradiantes en el idioma español. Él fue mucho más que un príncipe de la poesía, pues representó la innovación, la torre referencial, el listón admirado y seguido por casi todos los escritores de su hora viva.
Rubén Darío «heredó» el supuesto título de adalid del modernismo, corriente lírica que tuvo en el siglo XIX sus iniciadores-estrellas en figuras como José Martí, Julián del Casal, José Asunción Silva, Gutiérrez Nájera, entre otros que murieron antes del arribo del siglo XX, cuando ya Darío se coronaba como el excelso, el patrón poético, aquel que incluso comenzó al final de su vida a ser su propia superación, pues dio pasos neorrománticos y hasta de cierto tono próximo a las vanguardias literarias. Su contribución al enriquecimiento del verso español es una verdad que aun merece más estudios especializados, que los hay. Fue un explorador de la lengua, un innovador, pero también hundió sus manos creadoras en la tradición, en la vena popular, en el fecundo octosílabo y en la gracia de sus combinaciones versales.
En cuarenta y nueve años vividos, ya era un poeta-padre cuando rebasó la primera juventud. Solo tenía doce años cuando escribió su buen soneto «La Fe», y apenas un año después publicó sus primeros poemas en un diario centroamericano: El Termómetro, de nombre feliz, porque apreció la temperatura creativa del adolescente poeta. Antes de 1888 y la irrupción de su gran aldabonazo: Azul, Darío había viajado a Chile, donde editó sus primeros dos poemarios, y luego laboró en esferas de bajo perfil gubernamental en su país natal, escribió poemas y cuentos y toda su labor se resumió en ese libro que lo situó de lleno entre los poetas vivos más significativos de Hispanoamérica.
Es su poesía lo que sigue importando con creces, pero sería bueno reditar y revisar su obra narrativa pues, como Oscar Wilde, Darío escribió cuentos antológicos, valga recordar «El pájaro azul». Es su poesía la que lo convirtió en figura insoslayable a la hora de apreciar el desarrollo de la lírica de lengua española, y de degustar poemas, de leerlos con placer y pasión, en una buena antología que separe lo alto que logró de lo más circunstancial. Pero aún eso que llamo «circunstancial» tiene en él dichas escriturales. Fue un rey Midas para la poesía.
El poeta de Nicaragua publicó su Azul en Valparaíso, y desde allí comenzó una carrera poética que duraría desde ese 1888 muy poco más de una treintena de años, pues él sobrevivió a Martí, a Casal, a Silva y a Nájera, que con sus muertes le cedieron el terreno absoluto de maestro del modernismo. Consolidaron su prestigio sus viajes a Chile, España, Argentina, Cuba, Estados Unidos de América, donde llegó a conocer a Martí, y cada uno de esos países tiene huellas decisivas en sus creaciones. En Cuba, conocido y admirado por la juventud modernista, (re)conoció a Casal, quien le dedicó su singular y bello poema «Páginas de vida», y publicó en sus órganos de prensa hasta su misma muerte. Su Canto a la Argentina… (1914) sigue figurando entre los textos más hermosos de su poesía, mientras que en España se movió entre la intelectualidad como pez en el agua, respetado y amado y seguido por poetas como Antonio Machado, Miguel de Unamuno y casi por completo por la intelectualidad de la hora. Allí se casó con Francisca Sánchez, mujer sencilla y hermosa, con la que tuvo un hijo.
Su sentido de lo exótico le llevó a congeniar dioses griegos y latinos con tradiciones orientales, españolas y francesas. Aprendió mucho de la riquísima poesía francesa finisecular del XIX, desde Baudelaire a Verlaine, y volcó lo que pudo sincretizar de ella en su mejor sendero poético. Cuando en 1905 publicó Cantos de vida y esperanza, ya era el maestro de la poesía de lengua española.
Cuando se hable de la décima espinela en América, Darío es un puntal decisivo, porque comenzó su labor y su fama mediante esta estrofa, pero su primer fogueo internacional quizás haya sido su poema de 1884 en tercetos «A Ricardo Contreras», una suerte de autodefensa ante críticas cuando aún él era un adolescente, y donde le dice a Contreras frente a la obra dariana ya creciente: «Mira, Ricardo, no te desconsueles / busca y encontrarás piedras preciosas, / que no solo tenemos oropeles». Es cierto que llenó su obra inicial de joyas y de exotismos, pero no hay en ella solo agalma, adorno, fantasía. Fue esta una época suya de largos poemas-cartas a personalidades de relieve (incluida evocación larguísima en alejandrinos a Víctor Hugo), salvo «El arte», de redondillas: «El arte es el creador / del cosmos espiritual». De modo que cuando aparece Azul, ya el juvenil poeta era todo un señor del verso.
En Abrojos (1887) había bajado el tono hacia poemas muy breves, ingeniosos en su decir, enfocados en el amor y numerados en romanos como en este XLI: «Vamos por partes: / comenzará muy puro, / pero al fin… ¡carne!». Las Rimas de 1887 van en el derrotero de Gustavo Adolfo Bécquer, pero Darío muestra ya un dominio del verso variado, que ofrece una rápida simpatía en el lector.
Azul cuaja esa etapa creativa inicial del poeta, sus sonetos brillan con especial relieve, como el clásico «Caupolicán», o en los «Medallones» en que ya ha descubierto el efecto francés, impronta que lo acompañará en lo mejor de sus logros poéticos, pero también exalta a Whitman, a Díaz Mirón y al cubano José Joaquín Palma, que fue una de sus admiraciones de la primera juventud, cuando aquel se hallaba exiliado en Centroamérica y llegó a escribir la letra del Himno Nacional de Guatemala. Prosas profanas (1896-1901) consolidó su fama y su aceptación mayoritaria como el poeta esencial de su hora. Se recuerda siempre su «Sonatina», aquel poema en que enuncia que «La princesa está triste… ¿qué tendrá la princesa?», y casi nos obliga a que ello nos importe, aunque sea más hermoso su poema «Heraldos». Por entonces fue mucho más tenido en cuenta su «Coloquio de los centauros».
Caso de que por entonces hubiera dudas de su ejemplar magisterio, en 1905 apareció Cantos de vida y esperanza, los cisnes y otros poemas. «Si en estos cantos hay política, es porque aparece universal. Y si encontráis versos a un presidente, es porque son un clamor continental. Mañana podremos ser yanquis (y es lo más probable); de todas maneras, mi protesta queda escrita sobre las alas de los inmaculados cisnes, tan ilustres como Júpiter». Tras esta robusta declaración, vienen los dos primeros versos: «Yo soy aquel que ayer no más decía / el verso azul y la canción profana», que dejan en pasado sus dos libros fundamentales antes que este. Y pasa a ser el gran poeta de la América hispana y de la hispanidad, rotundo en «Salutación del optimista», con este saludo frontal: «Ínclitas razas ubérrimas, sangre de Hispania fecunda, / espíritus fraternos, luminosas almas, ¡salve!» Luego pregunta en «Los cisnes»: «Seremos entregados a los bárbaros fieros», en lo que tal vez se sienta alguna influencia de José Martí.
Luego, luego el alcohol, la vida itinerante sin la fijeza del hogar perenne, luego tanta escritura de ganar el pan fueron haciendo de él un hombre veterano cuando solo llegaba a los cuarenta años. Escribió mucha poesía más, porque él estaba en su propio Empíreo, había que leerlo, todo poeta habría que cuidar no imitarlo, su voz era una antorcha, sus versos referencias, poeta para el goce y para la reflexión, eminente e inmenso. Entonces, en plena belleza creativa, mereció el Premio Nobel que no le dieron injustamente, pero ya él había conquistado un lugar de privilegio en la poesía de lengua española. Aquí está Rubén Darío vivo entre nosotros, poeta esencial.
Obras de Rubén Darío
Poesía (primeras ediciones)
- Abrojos. Santiago de Chile: Imprenta Cervantes, 1887.
- Rimas. Santiago de Chile: Imprenta Cervantes, 1887.
- Azul. Valparaíso: Imprenta Litografía Excelsior, 1888. Segunda edición, ampliada: Guatemala: Imprenta de La Unión, 1890. Tercera edición: Buenos Aires, 1905.
- Canto épico a las glorias de Chile Editor MC0031334: Santiago de Chile, 1887.[43]
- Primeras notas, [Epístolas y poemas, 1885]. Managua: Tipografía Nacional, 1888.
- Prosas profanas y otros poemas. Buenos Aires, 1896. Segunda edición, ampliada: París, 1901.
- Cantos de vida y esperanza. Los cisnes y otros poemas. Madrid, Tipografía de Revistas de Archivos y Bibliotecas, 1905.
- Oda a Mitre. París: Imprimerie A. Eymeoud, 1906.
- El canto errante. Madrid, Tipografía de Archivos, 1907.
- Poema del otoño y otros poemas, Madrid: Biblioteca Ateneo, 1910.
- Canto a la Argentina y otros poemas. Madrid, Imprenta Clásica Española, 1914.
- Lira póstuma. Madrid, 1919.
Prosa (primeras ediciones)
- Los raros. Buenos Aires: Talleres de La Vasconia, 1906. Segunda edición, aumentada: Madrid: Maucci, 1905.
- España contemporánea. París: Librería de la Vda. de Ch. Bouret, 1901.
- Peregrinaciones. París. Librería de la Vda. de Ch. Bouret, 1901.
- La caravana pasa. París: Hermanos Garnier, 1902.
- Tierras solares. Madrid: Tipografía de la Revista de Archivos, 1904.
- Opiniones. Madrid: Librería de Fernando Fe, 1906.
- El viaje a Nicaragua e Intermezzo tropical. Madrid: Biblioteca Ateneo, 1909.
- Letras (1911).
- Todo al vuelo. Madrid: Juan Pueyo, 1912.
- La vida de Rubén Darío escrita por él mismo. Barcelona: Maucci, 1913.
- La isla de oro (1915) (inconclusa).
- Historia de mis libros. Madrid, Librería de G. Pueyo, 1916.
- Prosa dispersa. Madrid, Mundo Latino, 1919.
Obras completas
- Obras completas. Prólogo de Alberto Ghiraldo. Madrid: Mundo Latino, 1917-1919 (22 volúmenes).
- Obras completas. Edición de Alberto Ghiraldo y Andrés González Blanco. Madrid: Biblioteca Rubén Darío, 1923-1929 (22 volúmenes).
- Obras poéticas completas. Madrid: Aguilar, 1932.
- Obras completas. Edición de M. Sanmiguel Raimúndez y Emilio Gascó Contell. Madrid: Afrodisio Aguado, 1950-1953 (5 volúmenes).
- Poesías. Edición de Ernesto Mejía Sánchez. Estudio preliminar de Enrique Ardenson Imbert. México: Fondo de Cultura Económica, 1952.
- Poesías completas. Edición de Alfonso Méndez Plancarte. Madrid: Aguilar, 1952. Edición revisada, por Antonio Oliver Belmás, en 1957.
- Obras completas. Madrid: Aguilar, 1971 (2 volúmenes).
- Poesía. Edición de Ernesto Mejía Sánchez. Caracas: Biblioteca Ayacucho, 1977.
- Obras completas. Madrid: Aguilar, 2003. (A pesar del título, solo contiene sus obras en verso. Reproduce la edición de Poesías completas de 1957).
- Obras completas. Edición de Julio Ortega con la colaboración de Nicanor Vélez. Barcelona: Galaxia Gutenberg, 2007- ISBN 978-84-8109-704-7. Está prevista la publicación de tres volúmenes (I Poesía; II Crónicas; III Cuentos, crítica literaria y prosa varia), de los que solo el primero ha aparecido hasta el momento.
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