Cuando enfrentamos la poesía de un Premio Nobel, un aura sagrada como aro supra testa, nos detiene ante el respeto inicial, que no necesariamente se yergue como devoción. La devoción adviene cuando nos compenetramos tanto en la poesía que nos propone un poeta. Admito que llego a Saint-John Perse (1887-1975) con respeto y devoción. No porque toda su poesía escrita me conmueva, pero la que lo hace, toca reverentemente mi sensibilidad. Y tal suceso alcanza su realización mejor en Lluvias (1945), traducido y publicado por José Lezama Lima en Orígenes en el año de mi nacimiento, el ya remoto 1946. Esa fue la primera edición en lengua española, pero yo vine a conocerlo en la Ediciones La Tertulia, de 1960. Desde entonces, Perse fue para mí un dei sagrado.
Cuando leo otra versión de Lluvias, que no la de Lezama, me asombra la diversidad de posibilidades que ofrece Perse desde el inicio: «El árbol Bayan de la lluvia saca sus cimientos de la ciudad…», dice Lezama. Mi amigo el poeta y traductor Manuel García Verdecia (cuyas traducciones sigo aquí), dice: «El baniano de la lluvia toma su arraigo en la ciudad». El puertorriqueño Luis López Nieves aclara: «El baniano de la lluvia echa sus raíces sobre la ciudad». Jorge Zalamea desgrana: «El baniano de la lluvia pierde sus raíces en la ciudad». Así podríamos llenar espacio de comparaciones en que la poesía de Perse se entrega al español con gracia y altura. Para Lezama esta poesía (toda la poesía) «prefiere ser la configuración del azar concurrente», y Perse es un gran poeta del azar, del hermetismo que lo azaroso extiende sobre la mirada humana.
Para festejar una infancia, de 1907, creció como libro en la contemporaneidad de un Rilke, pero qué distintos son, aunque ambos tengan dosis de hermetismo. Los recuerdos infantiles del Libro de horas rilkeanos son suyos, como la «muerte propia», la infancia propia. En la mirada pretérita, casi elegíaca de Perse se halla un aire caribeño, de lejana isla natal, que no puede mostrar el europeo Rilke. Ese sentido exótico, tal vez exótico dicta aquel: «…Mi niñera era mestiza y olía a aceite de ricino», que muestra el impulso sensorial, olfativo, muy presente en casi toda la obra poética del autor de lengua francesa (Rilke también lo fue, con sus breves poemas en francés). Un lector atento comienza a percatarse en este libro de los instantes de «mal gusto» que Perse prefiere para dotar a su palabra de un sesgo llamémosle masculino, que no edulcora la realidad sensorial.
Perse es muy descriptivo, pero su descripción se oscurece por medio de una palabra tropologizada, en la que el símil, la metáfora y otras figuras que no enmascaran la circunstancia: «Los que son viejos en el país sacan una silla al patio, beben poches de color del pus». No podría ningún poeta europeo que no fuera Perse exclamar así: «La mar, entre las islas, se sonrosa de lujuria; su placer es asunto para debatir». Quizás lo logre un poeta griego, cantor de islas, pero no con el sentido caribeño que matiza páginas de la poesía de Perse.
Qué bello es Anábasis (1924) cuando el poeta exclama: «¡Soledad! ¡Huevo azul que refleja un gran pájaro marino y las bahías de la mañana totalmente saturadas de limones de oro!» La cita muestra asimismo el colorido de la poesía de este gran autor. El huevo azul junto al limón amarillo ofrece un contraste riquísimo, propio de un pintor de paleta alegre. En la parte V de ese extraordinario poema se dice: «Los Reyes confederados del cielo hacen la guerra desde mi techo y, señores de las alturas, allí establecen sus campamentos», con lo que desvía el sujeto gramatical: los Reyes, hacia un «yo» debajo de los techos donde ellos realizan su estruendo (¿de trueno, jupiteriano?). Y vuelve a lo sensorial, al agudo sentido del olfato que tantas veces alude: «¡Me escaparé con los gansos salvajes, en el empalagoso olor de la mañana!…». Ya en la parte VI el olfato centra a los sentidos: «Aquellos que al nacer no han olido tales ascuas, ¿qué han de hacer entre nosotros? ¿Y podría ser que hicieran relaciones con seres vivos?».
Poeta, profeta, ante el calentamiento global ya en el siglo xxi, vale recordar que en la parte IX de Anábasis, Perse enunciaba: «Te pronostico tiempos de un intenso calor…».
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