Ni tan olvidado, pero tampoco estudiado como lo merecen su obra y su gestión pública, Alfonso Hernández Catá (1885-1940), narrador, poeta, periodista, dramaturgo y ensayista, además de diplomático de larga carrera, resulta una de las figuras más interesantes de la literatura cubana de la llamada primera Generación Republicana de narradores, aquella integrada por nombres como los de Miguel de Carrión, Jesús Castellanos y José Antonio Ramos y Carlos Loveira, entre los más sobresalientes. Nacido en Aldeávila de la Ribera, Castilla, España, muy niño vino a residir a Santiago de Cuba, regresó a la península a realizar estudios, donde vivió la bohemia española de la época, y en 1905 regresó a la Isla, para establecerse en La Habana. En 1909 adoptó la ciudadanía cubana y de inmediato se integró al servicio diplomático. Representó a Cuba en numerosos países europeos, renunció a dicha posición cuando el gobierno de Gerardo Machado arreció en sus desmanes y se reincorporó a dichas funciones poco después del derrocamiento de este. En 1940, cuando se desempeñaba como embajador de Cuba en Brasil, el avión en que viajaba se precipitó en la bahía de Guanabara, en Río de Janeiro.
A la par de esta labor, desarrolló una importante obra literaria iniciada en 1907 con Cuentos pasionales, a la que siguieron más de veinte títulos en las diversas manifestaciones antes aludidas. Varias antologías de sus cuentos se han publicado en Cuba y en fecha reciente, 2009, se editó por vez primera en nuestro país una de sus novelas de mayor relevancia, El ángel de Sodoma (1928), que tuve la oportunidad de prologar, donde trata con valentía un tema tabú en aquello años: el del homosexual reprimido y cercado por la sociedad. Fue la suya, a través de esta novela, una propuesta afirmativa y poderosa, construida sobre el propio e íntimo destino de un ser humano estigmatizado por la sociedad y cuyo único camino fue el suicidio. Antes, en el 2004, organicé sus cartas existentes en los fondos de diversos autores cubanos, que están en el archivo del Instituto de Literatura y Lingüística, publicadas bajo el título de Compañeros de viaje. Allí figuran misivas suyas dirigidas a Juan Marinello, José Antonio Ramos —uno de sus destinatarios más constantes—, Enrique José Varona, Rafael Suárez Solís, Jorge Mañach y Antonio Iraizoz, entre otros. Su libro Un cementerio en las Antillas (1933) constituyó una denuncia del régimen sanguinario de Machado.
La muerte de Hernández Catá en el aludido accidente provocó una consternación nacional e internacional. Sus restos mortales fueron velados, primero, en Río de Janeiro, donde hubo discursos de los escritores Gabriela Mistral y Stefan Zeiwg, entonces residente, este último, en dicho país, y posteriormente se trasladaron a Cuba, donde reposan en el cementerio de Colón.
Uno de los mejores amigos de Hernández Catá fue el magistrado Antonio Barreras y en 1942, en honor a su entrañable amigo, creó el Premio Hernández Catá de cuento, de periodicidad anual, que primero fue para autores cubanos y después tuvo alcance internacional. Entre los ganadores estuvieron Onelio Jorge Cardoso, Félix Pita Rodríguez, Lino Novás Calvo, Dora Alonso y el dominicano Juan Bosch, entre otros muchos nombres relevantes.
En 1953 el propio Barreras fundó y dirigió la publicación mensual Memoria de Alfonso Hernández Catá, dedicada exclusivamente a recoger trabajos y otros materiales de Alfonso Hernández Catá y relacionados con él. El primer número apareció el 8 de noviembre, día en que se conmemoró el aniversario décimo tercero de la desaparición física del escritor, y en él expresaba su director:
Estos pequeños cuadernos, pues, estarán dedicados a la difusión de su vida y de su obra, consustanciándose de tal suerte con esta última, que deberán considerarse como complemento de la misma, por cuando registrarán todo lo que acerca de él o de sus trabajos, se haya escrito o escriba; insertará ensayos, crónicas o cuentos inéditos o poco conocidos amparados con su firma, y, como mensuario especializado que es, llevará a cabo una propagación sistemática de la totalidad de su obra. En este sentido, pues, se propone ofrecer secciones fijas, como las destinadas a su «Ideario» —compuesto fervorosamente por el que esto escribe—, su «epistolario», que representa uno de los costados más interesantes y ricos de su labor literaria, y, también, la titulada «El Catá que yo conocí», escrita especialmente para esta revista, que nos aumentará su conocimiento en lo anecdótico y en lo biográfico.
Colaboraron en sus páginas Juan Marinello, Jorge Mañach, Raimundo Lazo, Agustín Acosta, Fernando G. Campoamor, Luis Rodríguez Embil, Félix Lizaso, Salvador Bueno, uno de los mejores antologadores de su obra cuentística, y José María Chacón y Calvo. Aunque de corta duración, pues al parecer solo aparecieron ocho números, el último correspondiente al 24 de junio de 1954, esta revista mantuvo viva la vida y la obra de Hernández Catá. Sumada a esta acción el propio Barreras organizó hasta casi su fallecimiento, ocurrido en 1973, una peregrinación anual a su tumba para recordarlo en el día de su muerte, homenaje que en años recientes retomó su nieta, la también escritora Uva de Aragón.
En una carta fechada en Madrid a comienzos de agosto de 1934, dirigida a su siempre querido amigo y colega José Antonio Ramos, le expresaba a propósito de su situación personal, tras su renuncia al cuerpo diplomático, y también preocupado por Cuba:
Renuncio a hablarte de mi situación: pésima desde todo punto de vista —enfermedad, miseria y miserias, desilusión. Como no quiero que me vean con las suelas rotas aquí, donde he representado a nuestro país, a fines de agosto saldré para Cuba. ¿A qué? No lo sé. A morir tal vez, y lo digo sin demasiada solemnidad y sin ninguna melancolía […] Yo ya a lo único que aspiro es a que Cuba recobre bajo no importa cuál grupo de hombres, la cohesión social, la disciplina de constancias necesarias para ser un pueblo. ¡Cuánto mal le han hecho en un cuarto de siglo sus gobernantes!
La figura de Alfonso Hernández Catá, a la que tanto aportó para mantenerla viva la actuación de Antonio Barreras a través de su revista, merece la mayor atención. Él fue, como bien lo ha subrayado Ambrosio Fornet, el primer escritor cubano en alcanzar reconocimiento internacional, y aunque muchos le han querido arrancar su pertenencia a la literatura cubana, tanto por su nacimiento como por el carácter cosmopolita de muchas de sus obras, tales intentos han quedado siempre destronados tanto por su actuación pública como por la valía de sus obras. Baste revisar estas Memorias de Alfonso Hernández Catá para percatarnos de su relevancia como hombre público, por su amor permanente a Cuba, su patria de adopción, y por la excelencia de su obra literaria.
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