Sobre el autor
Rafael María de Mendive (La Habana 24 de octubre de 1821 – La Habana 24 de noviembre de 1886) Destacado intelectual, comprometido de palabra y de hecho con la justa causa liberadora de la segunda mitad del siglo XIX en Cuba. Literato, poeta y eminente educador de vasta cultura.
A pesar de ser a veces más recordado por haber sido maestro de José Martí, Mendive cuenta con una obra poética de legítimo valor, caracterizada por la perfección formal y el sentido de la musicalidad. Refinado y pleno de matices, parece ser un poeta transicional entre la primera y la segunda generación romántica; con él se abandonan las tendencias más facilistas del criollismo, sin dejar de reflejar en su poesía una sensibilidad íntimamente cubana. Mendive es coautor de Cuatro laúdes, junto con Ramón Zambrana, José Gonzalo Roldán y Felipe López de Briñas. En colaboración con José de Jesús García publicó su antología América poética. Prologó, además, la segunda edición de las Poesías de Fornaris. Fue traductor, dejó dramas inéditos y utilizó los seudónimos Tristán del Páramo, La Caridad y Armand Flevié.
Como homenaje en el aniversario de su natalicio compartimos el artículo «Influencia de la poesía» que publicara en la Revista de La Habana correspondiente al periodo septiembre de 1853 – marzo de 1854, incluido en la antología Atravesar los umbrales. Cuba: crítica, ensayo y otras vecindades de la ensayista e investigadora Cira Romero, que forma parte de nuestro catálogo editorial.
Fragmentos de su obra
Influencia de la poesía
Al ver la marcada indiferencia con que algunos escritores, tan pobres de espíritu como ricos de soberbia, afectan mirar a la Poesía en la época innovadora que travesamos, no hemos podido menos que preguntarnos con la franqueza que es propia a los que tienen una más alta idea de la inteligencia humana, si en efecto esa segunda vida de las almas sensibles y bien templadas, habría plegado para siempre sus alas de oro bajo la pesada mano de la peor y más desgarradora de las realidades ¡la impotencia!
No se nos oculta que las épocas transitorias de la vida, como la existencia misma de los hombres, tienen sus períodos de ilusiones, de fortaleza y de decadencia, y que muy contados serán los pueblos de la tierra, desde la Grecia de Homero hasta nuestros días, en los que el desino de la Poesía no haya pasado por esa triple graduación, que a semejanza del sol tiene también su oriente, su mediodía y su occidente; pero que como el sol también nos ha dejado siempre tras la huella de su paso, un cielo sembrado de estrellas, donde podemos admirar todo el poder de su belleza, y todo el encanto de su luz vivificante y bienhechora.
Negar, pues, toda influencia de la Poesía, solo y a pretexto de que el espíritu de la época la rechaza, sin darle otra importancia que la que merece el simple juguete de un niños, es a todas luces el colmo de la aberración y de la locura, y los que tales cosas creen se verán en la necesidad, si es que les place ser lógicos con los principios mismos, de negar las bellezas inspiradoras del arte, y con ellas los riquísimas tesoros de poesía que encierra ese gran poema de Dios que se llama Naturaleza.
Un distinguido escritor francés nos ha dicho en sus lecciones de Literatura «que la Poesía pertenece a todas las naciones, pero que no es propiedad exclusiva de ninguna; y que según el juicio de célebres críticos, la gran Poesía, tal como la comprendían los antiguos, pertenece menos a los pueblos instruidos y civilizados, que a aquellos cuya naturaleza inculta no obedece a otra voz que a la de las pasiones».
Parece, en efecto, que la educación al enseñarnos a pensar y a sentir, enerva la sensibilidad de la imaginación, reprime la energía del alma y modera el ardor del sentimiento; y que el hombre que solo se ocupa de ciertas ideas abstractas, hijas de la ilustración, pierde necesariamente toda su impetuosidad, como la lengua cuando adquiere la elegancia y la pureza de la corrección, se despoja casi siempre de aquel carácter distintivo de sencillez y vaguedad primitivas. Los salvajes tienen un lenguaje figurado que es la esencia de la Poesía, y no hablan casi nunca sino por medio de imágenes, porque le faltan signos con que poder expresar sus pensamientos y porque no teniendo otro libro que el de la naturaleza abierto ante sus ojos, es en los objetos de la misma naturaleza donde encuentran, por serles más familiares, los medios de manifestar sus pensamientos y sus deseos. Y de aquí resulta que, como la naturaleza exterior no es la misma en todos los países, el carácter de la poesía no es siempre el mismo en todos los pueblos. El amor, los celos, la ambición de la gloria, son pasiones comunes a todos los hombres, pero los hombres del Mediodía no las expresarán jamás del mismo modo que los del Norte. Los sentimientos serán tal vez los mismos, pero las maneras de expresarlos serán siempre diferentes. Y es esto precisamente lo que da a ciertos pueblos un carácter primitivo y nacional que los hace originales, mientras otros parecen, bajo cierto punto de vista, condenados a la imitación, porque ni su naturaleza, ni su clima tienen nada de excepcionales, y sí mucha semejanza con la naturaleza y el clima de otros países.
Pero todo este razonamiento tan fácil y natural a primera vista, no es en nuestra humilde opinión sino un error lastimoso, porque a nadie, hasta ahora que sepamos, podrá ocurrírsele que la educación enerve en manera alguna el pensamiento humano, ni que reprima la energía del alma, ni que modere el ardor del sentimiento; y mucho menos que la corrección y la pureza hagan otra cosa que dar mayor elegancia y brillo al idioma, así en la prosa como en el verso. No es pues, la ilustración, como equivocadamente se dice, la que hace perder sus naturales bríos a la imaginación, esto sí, la ignorancia.
Si Homero inmortalizó a su siglo legándole una celebridad imperecedera con la Ilíada y la Odisea, fue porque tuvo fuerzas bastantes para sobreponerse, como el águila en su vuelo, atraso en que se encontraban sus contemporáneos, y porque además de esto, ya él había podido preparar con sabias y elocuentes lecciones al mismo pueblo que más tarde con tanto entusiasmo había de juzgarlo. El nombre de Homero nos trae a la memoria no solamente el recuerdo de un gran poeta, sino también la imagen de una civilización entera; y pruébalo muy eficazmente el número casi fabuloso de sabios, filósofos, artistas y poetas que tras sus huellas aparecieron luego, particularmente en el siglo de Pericles, y que como una cadena mágica ha ido aumentando sus eslabones hasta llegar a nuestros días.
Por otra parte, la Alemania, que sin disputa alguna es un pueblo pensador por excelencia y de cuyo seno apenas se pasa un día sin que la ciencia, las artes o la literatura no recojan alguna de sus más portentosas maravillas; ese país clásico de la gravedad, y cuya educación es tan severa, pero tan en armonía con sus principios mismos; la Alemania, repetimos, es el pueblo donde con más amor y más entusiasmo se ha cultivado y cultiva la poesía. ¿Cuál es, pues, la causa de tan decidida afición hacia la lengua de los dioses, hoy, que ya según ciertas opiniones no tiene influencia alguna en el destino de los pueblos, porque nada dice al corazón, ni a la fantasía? La ignoramos. Pero sí sabemos que no bien se llega a la frontera de ese país, cuando ya se advierte la verdadera pasión que allí domina en materia de Poesía. Canciones y melodías para todas las fiestas, para todas las circunstancias solemne de la vida, y para todas las clases de la sociedad, y apenas se encuentra una colina, un monte, un lago que no hayan sido celebrados en toda clase de versos y por todos los poetas. El humilde labrador deja su choza y vuelve a ella después de sus diarias tareas cantando algunos versos de los poetas más populares de su país, y por donde quiera que el viajero vuelve los ojos, y dirige el oído, no ve más, ni escucha otra cosa que hombres, mujeres y niños recitando versos, con el mismo entusiasmo y la misma alegría infantil que las avecillas de los bosques.
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