En el aniversario 78 de la escritora, crítica cinematográfica y periodista cultural, Dra. Mercedes Santos Moray (1944-2011), quisiera evocar la sagrada memoria de mi inolvidable colega y amiga, a través de la última entrevista que me concediera en vida la también poetisa de alto vuelo lírico.
La Revista de la Biblioteca Nacional José Martí, con motivo del centenario del natalicio del doctor Raúl Roa García (1907-1982), Canciller de la Dignidad, le dedicó un número especial a la venerada memoria del extitular del Ministerio de Relaciones Exteriores de la República de Cuba. En esa edición de lujo, aparecen dos crónicas firmadas por la Dra. Santos Moray, quien hace una valoración de la obra literaria de la multilaureada poetisa y ensayista Fina García Marruz (1923-2022) y de la bibliógrafa, escritora e historiadora Zoila Lapique Becali .
En ese encuentro con quien fuera miembro ilustre de la Asociación de Cine, Radio y Televisión de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), de la Unión de Periodistas de Cuba y de la Asociación Cubana de la Prensa Cinematográfica, me habló de esas relevantes personalidades de la cultura insular y de mucho más allá de nuestras fronteras geográficas.
¿Cómo valoraría usted el contenido del número especial que la Revista de la Biblioteca Nacional José Martí le dedicara al centenario del doctor Raúl Roa García?
Conocí al doctor Raúl Roa García en mi adolescencia, cuando le escuché, desde la primera fila, uno de sus apasionados y apasionantes discursos, en la escalinata del edificio de Ciencias, frente a la actual Plaza Agramonte (antigua Plaza Cadenas).
Fue verdaderamente impresionante, una emoción que retengo como una experiencia insólita, que me enseñó no solo cuánta energía habitaba en aquel hombre que podía ser mi abuelo, sino del caudal de su cultura, de su pasión y del dominio de la palabra oral, del ejercicio límpido de la oratoria, ajena a dogmas y lugares comunes.
Después, como tantos cubanos, seguí su trayectoria, estudié sus obras, en especial, sus textos sobre José Martí, Pablo de la Torriente Brau y Rubén Martínez Villena, compartí su emoción al evocar y defender a su polémico abuelo, el coronel Ramón Roa; por eso, cuando me aproximo a su figura nunca puedo dejar de ser subjetiva. Y me conmovió mucho ver cómo —una vez más— la Revista de la Biblioteca Nacional José Martí, rendía tributo a una de las más espléndidas personalidades de la cultura cubana (y universal) en el siglo XX, para entregarnos un volumen que será —no lo dudo—, de consulta para los estudiosos de nuestro país, tanto en los ámbitos de las letras y la cultura, como de la historia y las ideas políticas.
Como historiadora, escritora y periodista ¿cuál es, a su juicio, la función clave desempeñada por el Canciller de la Dignidad en el campo de la cultura cubana y universal?
Muchas, le reitero, fueron las huellas de Roa (…), y si nos ceñimos al contexto de la diplomacia cubana, cuando mereció el calificativo de Canciller de la Dignidad, puedo decirle que elevó tanto, dignificó tanto y, además, le dio un acento tan propio, mezcla de buen Quijote y cubano de pura cepa a las labores diplomáticas que nunca ha podido ni podrá —así lo creo— ser superado (…), solo podemos apropiarnos —tanto en el campo de la diplomacia, como en otras disciplinas en las que incursionara con paso firme y seguro— de su ejemplo para no desmerecer el respeto de continuar su obra por la vía que a cada cual nos corresponda.
¿Podría explicar cuáles fueron las motivaciones fundamentales que le acariciaron la mente y el alma y, en consecuencia, la conminaron a escribir sobre Fina García Marruz y Zoila Lapique Becali, esas personalidades emblemáticas de la cultura insular y de allende los mares, y también infatigables investigadoras de la Biblioteca Nacional José Martí?
He dicho, y lo reafirmo, que escribo acerca de quienes respeto, y sobre todo, desde el amor. Aunque a veces, lo confieso, la vida y la profesión me han obligado a escribir por encargo acerca de personas meritorias en su labor profesional, pero sobre quienes no siento el más mínimo afecto (…). Pero esos textos a los que usted alude, y que aparecen en ese volumen de la Revista de la Biblioteca Nacional José Martí, nacieron de la alegría, sobre Fina al saber de su premio Neruda, más que legítimo —en mi novela Donde habita el olvido, publicada en la península ibérica y en la ínsula antillana, afirmo que podría ser nuestro Premio Nobel de Literatura […], eso le da mi valoración exacta a su obra, tanto como ensayista como poetisa—.
Y sobre Zoila, ver cómo trabaja, lo incansable que es, su laboriosidad generosa, que no oculta sus descubrimientos a otros, y cómo se brinda sin miedo a la sombra, conocer su obra y su calidad humana, también me motivaron —como sucedió con Fina— a escribir la crónica.
Con apoyo en una técnica psicoanalítica conocida como asociación de ideas, ¿cómo conectaría a Fina y a Zoila con Roa? ¿Es posible establecer esa asociación?
Claro que sí, porque son seres humanos espléndidos, desde el amor, la familia y la amistad. Lo son más allá de su calidad como intelectuales, sencillamente son personas muy hermosas. Y como escritores, creadores, pensadores los tres son expresión de una cultura viva, de carácter universal, sembradora de ideas, ¿puede haber relación mejor?
¿Algo que desee añadir para que no se le quede nada en el tintero?
Bueno, no soy muy partidaria de dar consejos (…) ni tampoco de recibirlos (…), pienso que cada cual vive su vida, y enfrenta su destino (…), pero sería siempre revelador saber que hay gente, de cualquier edad, en cualquier lugar, que puede descubrir un poema de Fina, un ensayo de Zoila, o una anécdota de ese buen humorista, y cubanísimo, que fue Roa.
***
La doctora en Ciencias Históricas Mercedes Santos Moray fue muy gentil por haber accedido a dialogar en aquel momento para que, tiempo después, sus palabras pudieran llegar a los lectores de Cubaliteraria, a quienes —estoy seguro— les ha impartido una clase magistral de ética periodística, humanismo y espiritualidad, porque —al igual que la palabra del Apóstol— la suya era «seda y miel».[1]
[1] Rubén Darío. Los raros. Buenos Aires: Editorial Losada, 1929: p. 237.
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