Al publicar Las honradas y Las impuras, novelas cuyas primeras ediciones aparecieron en 1917 y 1919, respectivamente, Miguel de Carrión se aseguraba un lugar entre los más importantes narradores cubanos, un espacio preferencial en el gusto de los lectores y un nombre que, más allá del ámbito de la literatura, se hizo conocido en el contexto de la cultura nacional.
La vida de Carrión (9 de abril 1875-30 de julio de 1929) transcurrió en un período de grandes trasformaciones para Cuba: los últimos veinticuatro años de la Colonia, los tres de la Intervención norteamericana y los primeros veintisiete de la República.
Tampoco su trayectoria —estudiantil, laboral, vital— siguió un hilo de fácil recorrido. Miguel de Carrión inició estudios de Derecho que abandonó al estallar la Guerra del 95, emigró a Estados Unidos, regresó para ganar por oposición una plaza de maestro primario —renunció a ella— y emprendió estudios de Medicina que sí concluyó.
Pese a su breve tránsito por la educación, fundó en 1903 la revista Cuba Pedagógica, especializada en el tema, y un año después, otra, que tomó por título La Edad de Oro. Esto, al tiempo que producía artículos periodísticos, redactaba en colaboración con Alfredo Aguayo un texto escolar de Estudios de la Naturaleza y, en el terreno de la Medicina, veía la luz su investigación Los cálculos renales y su diagnóstico.
El gran narrador que pugnaba dentro de sí irrumpió con sus dos muy populares novelas: Las honradas, indagación de corte psicológico en el alma femenina, y Las impuras, suerte de contrapartida de la anterior. Ambas aportan un cuadro de la realidad cubana, un testimonio del pasado, o lo que es igual, la recreación de un mundo prostituido y no muy esperanzador.
El novelista hizo en ocasiones olvidar al cuentista, género que Carrión cultivó con frecuencia, aunque parte de este quehacer permaneciera inédito buen número de años (por ejemplo, hasta 1961 no se publicó su relato La esfinge). Aparte de las dos novelas citadas, que le dieron tanto renombre, publicó en 1903 los volúmenes La última voluntad y El milagro, este último de mayor extensión, insertados ambos, como la generalidad de su obra, dentro de la corriente naturalista.
Si como escritor despertó interés en lectores y críticos, su participación en la vida social y cultural de la nación le confirió un toque adicional de popularidad. Fue miembro de la Academia Nacional de Artes y Letras, pronunció conferencias y colaboró con asiduidad en la prensa.
Su firma —como médico y publicista— frecuentó las páginas de las publicaciones, pues motivos halló en el medio circundante para investigar y escribir. Se interesó con audacia en el tema de la psicología femenina y su problemática social, a través de la cual desveló facetas poco exploradas de un mundo con lunares preocupantes.
Difícil en su tiempo —las décadas del 10 y del 20 del siglo pasado— hablar de literatura, de pedagogía, de Medicina y hasta de feminismo sin que aflorara en los labios el nombre de Miguel de Carrión, el autor que hizo a más de un contemporáneo preguntarse cuáles eran en el fondo «las honradas» y dónde se encontraban, ciertamente, «las impuras».
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