Sobre el autor
Miguel Hernández Gilabert (Orihuela, 30 de octubre de 1910- Alicante, 28 de marzo de 1942) fue un poeta y dramaturgo de especial relevancia en la literatura española. De origen humilde y escasa instrucción, resultó una de las mayores voces de la poesía en lengua hispana en el siglo pasado. Vinculado al sector republicano durante la Guerra Civil Española, fue hecho prisionero al finalizar esta y murió, después de estar recluido, gravemente enfermo, en diversas cárceles españolas.
Fragmentos de su obra
1
Un carnívoro cuchillo de ala dulce y homicida sostiene un vuelo y un brillo alrededor de mi vida. Rayo de metal crispado fulgentemente caído, picotea mi costado y hace en él un triste nido. Mi sien, florido balcón de mis edades tempranas, negra está, y mi corazón, y mi corazón con canas. Tal es la mala virtud del rayo que me rodea, que voy a mi juventud como la luna a mi aldea. Recojo con las pestañas sal del alma y sal del ojo y flores de telarañas de mis tristezas recojo. ¿A dónde iré que no vaya mi perdición a buscar? Tu destino es de la playa y mi vocación del mar. Descansar de esta labor de huracán, amor o infierno no es posible, y el dolor me hará a mi pesar eterno. Pero al fin podré vencerte, ave y rayo secular, corazón, que de la muerte nadie ha de hacerme dudar. Sigue, pues, sigue cuchillo, volando, hiriendo. Algún día se pondrá el tiempo amarillo sobre mi fotografía.
6
Umbrío por la pena, casi bruno, porque la pena tizna cuando estalla, donde yo no me hallo no se halla hombre más apenado que ninguno. Sobre la pena duermo solo y uno, pena es mi paz y pena mi batalla, perro que ni me deja ni se calla, siempre a su dueño fiel, pero importuno. Cardos y penas llevo por corona, cardos y penas siembran sus leopardos y no me dejan bueno hueso alguno. No podrá con la pena mi persona rodeada de penas y cardos: ¡cuánto penar para morirse uno!
7
Después de haber cavado este barbecho me tomaré un descanso por la grama y beberé del agua que en la rama su esclava nieve aumenta en mi provecho. Todo el cuerpo me huele a recién hecho por el jugoso fuego que lo inflama y la creación que adoro se derrama a mi mucha fatiga como un lecho. Se tomará un descanso el hortelano y entretendrá sus penas combatiendo por el salubre sol y el tiempo manso. Y otra vez, inclinado cuerpo y mano, seguirá ante la tierra perseguido por la sombra del último descanso.
8
Por tu pie, la blancura más bailable, donde cesa en diez partes tu hermosura, una paloma sube a tu cintura, baja a la tierra un nardo interminable. Con tu pie vas poniendo lo admirable del nácar en ridícula estrechura, y donde va tu pie va la blancura, perro sembrado de jazmín calzable. A tu pie, tan espuma como playa, arena y mar me arrimo y desarrimo y al redil de su planta entrar procuro. Entro y dejo que el alma se me vaya por la voz amorosa del racimo: pisa mi corazón que ya es maduro.
29
(En Orihuela, su pueblo y el mío, se me ha muerto como el rayo Ramón Sijé, con quien tanto quería.)
Yo quiero ser llorando el hortelano de la tierra que ocupas y estercolas, compañero del alma, tan temprano. Alimentando lluvias, caracolas y órganos mi dolor sin instrumento, a las desalentadas amapolas daré tu corazón por alimento. Tanto dolor se agrupa en mi costado, que por doler me duele hasta el aliento. Un manotazo duro, un golpe helado, un hachazo invisible y homicida, un empujón brutal te ha derribado. No hay extensión más grande que mi herida, lloro mi desventura y sus conjuntos y siento más tu muerte que mi vida. Ando sobre rastrojos de difuntos, y sin calor de nadie y sin consuelo voy de mi corazón a mis asuntos. Temprano levantó la muerte el vuelo, temprano madrugó la madrugada, temprano estás rodando por el suelo. No perdono a la muerte enamorada, no perdono a la vida desatenta, no perdono a la tierra ni a la nada. En mis manos levanto una tormenta de piedras, rayos y hachas estridentes sedienta de catástrofes y hambrienta. Quiero escarbar la tierra con los dientes, quiero apartar la tierra parte a parte a dentelladas secas y calientes. Quiero minar la tierra hasta encontrarte y besarte la noble calavera y desamordazarte y regresarte. Volverás a mi huerto y a mi higuera: por los altos andamios de las flores pajareará tu alma colmenera de angelicales ceras y labores. Volverás al arrullo de las rejas de los enamorados labradores. Alegrarás la sombra de mis cejas, y tu sangre se irán a cada lado disputando tu novia y las abejas. Tu corazón, ya terciopelo ajado, llama a un campo de almendras espumosas mi avariciosa voz de enamorado. A las aladas almas de las rosas del almendro de nata te requiero, que tenemos que hablar de muchas cosas, compañero del alma, compañero. (10 de enero de 1936)
Canción del esposo soldado
He poblado tu vientre de amor y sementera, he prolongado el eco de sangre a que respondo y espero sobre el surco como el arado espera: he llegado hasta el fondo. Morena de altas torres, alta luz y ojos altos, esposa de mi piel, gran trago de mi vida, tus pechos locos crecen hacia mí dando saltos de cierva concebida. Ya me parece que eres un cristal delicado, temo que te rompas al más leve tropiezo, y a reforzar tus venas con mi piel de soldado fuera como el cerezo. Espejo de mi carne, sustento de mis alas, te doy vida en la muerte que me dan y no tomo. Mujer, mujer, te quiero cercado por las balas, ansiado por el plomo. Sobre los ataúdes feroces en acecho, sobre los mismos muertos sin remedio y sin fosa te quiero, y te quisiera besar con todo el pecho hasta en el polvo, esposa. Cuando junto a los campos de combate te piensa mi frente que no enfría ni aplaca tu figura, te acercas hacia mí como una boca inmensa de hambrienta dentadura. Escríbeme a la lucha, siénteme en la trinchera: aquí con el fusil tu nombre evoco y fijo, y defiendo tu vientre de pobre que me espera, y defiendo tu hijo. Nacerá nuestro hijo con el puño cerrado, envuelto en un clamor de victoria y guitarras, y dejaré a tu puerta mi vida de soldado sin colmillos ni garras. Es preciso matar para seguir viviendo. Un día iré a la sombra de tu pelo lejano, y dormiré en la sábana de almidón y de estruendo cosida por tu mano. Tus piernas implacables al parto van derechas, y tu implacable boca de labios indomables, y ante mi soledad de explosiones y brechas recorres un camino de besos implacables. Para el hijo será la paz que estoy forjando. Y al fin en un océano de irremediables huesos tu corazón y el mío naufragarán, quedando una mujer y un hombre gastados por los besos.
Vida solar
Cuerpo de claridad que nada empaña. Todo es materia de cristal radiante, a través de ese sol que te acompaña, que te lleva por dentro hacia adelante. Carne de limpidez enardecida, hueso más transparente si más hondo, piel hacia el sur del fuego dirigida. Sangre resplandeciente desde el fondo. Cuerpo diurno, día sobrehumano, fruto del cegador acoplamiento, de una áurea madrugada del verano con el más inflamado firmamento. Ígnea ascensión, sangrienta hacia los montes, agua sólida y ágil hacia el día, diáfano barro lleno de horizontes, coronación astral de la alegría. Cuerpo como un solsticio de arcos plenos, bóveda plena, plenas llamaradas. Todos los cuerpos fulgen más morenos bajo el cenit de todas tus miradas. Cuerpo de polen férvido y dorado, flexible y rumoroso, tuyo y mío. De la noche final me has enlutado, del amor, del cabello más sombrío. Ilumina el abismo donde lloro por la consumación de las espumas. Fúndete con la sombra que atesoro hasta que en la transparencia te consumas.
55
Callo después de muerto. Hablas después de viva. Pobres conversaciones desusadas por dichas, nos llevan a lo mejor de la muerte y la vida. Con espadas fraguadas en silencio, fundidas en miradas, en besos, en pasiones invictas nos herimos, nos vamos a la lucha más íntima. Con silencio te ataco. Con silencio tú vibras. Con silencio reluce la verdad cristalina. Con silencio caemos en la noche, en el día.
El hombre que no reposa
El hombre no reposa: quien reposa es su traje cuando, colgado, mece su soledad con viento. Mas, una vida incógnita como un vago tatuaje mueve bajo las ropas dejadas un aliento. El corazón ya cesa de ser flor de oleaje. La frente ya no rige su potro, el firmamento. Por más que el cuerpo, ahondando por la quietud, trabaje, en el central reposo se cierne el movimiento. No hay muertos. Todo vive: todo late y avanza. Todo es un soplo extático de actividad moviente. Piel inferior del hombre, su traje no ha expirado. Visiblemente inmóvil, el corazón se lanza a conmover al mundo que recorrió la frente. Y el universo gira como un pecho pausado.
Sigo en la sombra, lleno de luz ¿existe el día?
Sigo en la sombra, lleno de luz; ¿existe el día? ¿Esto es mi tumba o es mi bóveda materna? Pasa el latido contra mi piel como una fría losa que germinara caliente, roja, tierna. Es posible que no haya nacido todavía, o que haya muerto siempre. La sombra me gobierna. Si esto es vivir, morir no sé yo qué sería, ni sé lo que persigo con ansia tan eterna. Encadenado a un traje, parece que persigo desnudarme, librarme de aquello que no puede ser yo y hace turbia y ausente la mirada. Pero la tela negra, distante, va conmigo sombra con sombra, contra la sombra hasta que ruede a la desnuda vida creciente de la nada.
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