En el año 2012, un original cuaderno poético se alzó con el Premio La Edad de Oro, que otorga anualmente la editorial Gente Nueva a la mejor obra presentada a este concurso, dedicado a la creación literaria para la infancia y la juventud cubanas. Se trataba de La Novia de Cuasimodo, una exquisita propuesta de la escritora Mildre Hernández Barrios, nacida en Jatibonico, Sancti Spíritus, en 1972.
La obra regala a su público lector un sinfín de sutilezas, marcadas por los amores imposibles que se hacen realidad pese a todo, animados por la esperanza más sublime. La primera parte del libro se titula «Circos de agosto», y está integrada por cuartetas escritas a manera de cartas, que honran a personajes comunes del circo, una manifestación artística generalmente menospreciada por quienes se desempeñan en grandes escenarios, debido a su origen y extracción popular, su manera artesanal de proponer la actuación y su principio fundacional de partir del asombro y la más instintiva creatividad. Así, Mildre dedica sentidos poemas al Payaso, al Tragafuego, al Domador, al Equilibrista, al Mago y al Trapecista. La segunda parte de este cuaderno, nombrada «Cuando se cierran todas las ventanas», está conformada por diez sonetos en cuyos versos se adivinan los personajes de cada cuento de hadas (El soldadito de plomo, La bella y la bestia, La bella durmiente del bosque, Caperucita roja, La sirenita, Blanca Nieve y los siete enanitos, y por supuesto, El jorobado de Notre Dame, especie de filosófico hilo conductor que enlaza esta creación de principio a fin), cuyos conflictos son tratados como parábolas de realidades muy tangibles.
Los trances de amor de personajes muy reconocidos desde la niñez son el pretexto de la poeta para crear este texto, merecedor de uno de los galardones más ansiados por los creadores literarios cubanos, otorgado esta vez por un jurado compuesto por Magaly Sánchez Ochoa, Teresita Fornaris y Amanda Calaña Carbonell, destacadas figuras de la creación artístico-literaria para la infancia y la juventud cubanas. Los protagonistas, aparentemente tomados de la literatura para la infancia, se encuentran transmutados en voces trágicas que confiesan sus pesares amatorios. De esta manera, una vez más, Mildre da voz a quienes se encuentran socialmente silenciados o apartados de un protagonismo real: aquellas personas discapacitadas, deformes, homosexuales, mujeres, y un largo etcétera de todo ser humano que se ve imposibilitado de manifestar plenamente sus sentimientos por considerarlos inalcanzables o peor aún: incorrectos, inadecuados, difíciles de experimentar; quienes pueden padecer una enfermedad visible, tener un defecto físico o cualquier supuesta anomalía registrada fuera de los cánones de la sociedad tradicional patriarcal y su incansable y dañina competencia.
En el poemario se percibe una delicadeza especial al referirse a aquellos protagonistas literarios más humildes, pero al fin y al cabo, más interesantes, vitales y humanos, con quienes podemos identificarnos en cualquier momento de la vida. La autora despliega en sus versos un lenguaje intimista, de estilo confesional, muy apto para las personas más sensibles, de cualquier edad, que deseen refugiarse y deleitarse con una lectura delicada, comprensiva y compasiva, que abraza el amor en todas sus manifestaciones humanas.
Mildre Hernández Barrios no solo da voz a los personajes de la literatura universal escrita para la niñez y la juventud que dialogan en su obra: también se viste con la piel de autores clásicos como Hans Christian Andersen. En la tercera parte de su libro, titulada «Un sitio para mis miedos», la autora ofrece, nuevamente, como un elegante y simétrico cierre a través de cuartetas consignadas cual cartas, su respuesta a las ansias de Cuasimodo, su simbólico jorobado, a quien acepta su amor.
A Cuasimodo:
Vine a verte, Cuasimodo. Espero sea admisible mi pretensión de mirar tus ojos que me hacen libre. Necesité tu impudor, la terquedad con que vives, y tu forma tan desnuda y apasionada de herirte. Abrigaré tus jorobas, pues son las gotas de almizcle dejadas en esas noches de amor, a las que temiste. Te he seguido en cada cuento, y en cada oración coincide mi impaciencia de tenerte, con tu avidez más humilde. Soy yo la que te ha encerrado en esa campana insigne. Te alejé de las princesas y en mi silencio, te quise. Soy la novia que has buscado. Ojalá me quieras… Mildre.
La obra no queda abierta: tiene un final cerrado, que marca la confirmación de su amante, la seguridad de que su ilusión puede existir en la realidad, viéndose correspondida en la propia autora, devenida juez y parte —síntesis dual de persona y personaje— en su texto:
A Mildre:
¿Quién eres? No te he encontrado en ningún cuento. Ya todos los he recorrido, hambriento de un final, el más hermoso. ¿Cómo sabes de mis ansias, de mi fealdad, de mi entorno? ¿Por qué me escribes tus versos, tan sosegados del odio? ¿Es cierto que no te importa la aspereza de mi rostro? ¿Crees, Mildre, llegues a amarme, a sabiendas de mi encono? No puedo verte, mas siento una terneza que añoro desde mi bondad raída, desde mi silencio tonto. Corre a verme. Te he esperado en un bregar tan remoto como cada historia muerta, sin velo ni matrimonio. Te regalaré una tarde las campanadas del ocio, para que huelgues, princesa, en esa quietud, que obro como el agasajo oculto de una leyenda con monstruo. ¡Mildre, Mildre! ¿Ese es tu nombre? He de repetirlo loco, por ver quién me escribe cartas desde un primor quieto y hondo. ¿Eres entonces mi novia? ¿La novia de Cuasimodo?
Mildre Hernández Barrios posee una extensa labor creativa. Ha obtenido prestigiosos premios nacionales como Pinos Nuevos, Abril, Casa de las Américas, Ciudad de Santa Clara, y el Mercedes Matamoros, entre otros. Ha sido reconocida y publicada dentro y fuera de su país. Encarnando La novia de Cuasimodo, homenajea el sentir de amores trágicos de la literatura creada para la infancia y la juventud, que son tomados como excusa para el reflejo de un mundo adulto insatisfecho que tampoco deja de soñar y amar.
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