
De no ser una académica de renombre, investigadora del Instituto de Historia de Cuba y profesora auxiliar en la Facultad de Filosofía e Historia de la Universidad de La Habana, la doctora en Ciencias Históricas Mildred de la Torre Molina hubiera sido escritora de literatura de ficción, actriz, música, geóloga, bióloga marina o cosmonauta.
Así nos comentó, en conversación con Granma, la destacada intelectual, merecedora, por estos días, del Premio Nacional de Ciencias Sociales y Humanísticas 2024, que otorgan el Instituto Cubano del Libro y el Consejo Superior de las Ciencias Sociales y Humanísticas.
«Menos las matemáticas, todo me apasiona», nos dice la doctora, y pronto entramos en materia relacionada con lo que sí ha sido, desde hace mucho tiempo, el centro de su vocación. «Mi interés por la historia comenzó después de ver una película sobre la vida de Juana de Arco, interpretada por Ingrid Bergman. Tenía cinco años y vivíamos en el central Matilde, en San Felipe, estado de Lara, en Venezuela. Imité a la protagonista en mis juegos infantiles e imaginaba que era una luchadora por alguna causa que no comprendía, pero que debía ser justa. El ambiente recreado en el filme me resultó apasionante y empecé a leer sobre la época de los reyes inmediatamente después de alfabetizarme».
La tentación de seguirle el rastro a la disciplina llegó también «con La Edad de Oro, de José Martí; las obras de Emilio Salgari; Monteiro Lobato; Horacio Quiroga y los textos de la Primaria. Posteriormente, durante el bachillerato, tuve profesores estelares: Hortensia Pichardo, Dolores Breuil y Fernando Portuondo, cuyas singulares enseñanzas fortalecieron mi gusto por la historia.
¿Cómo valora el tiempo una historiadora?
El pasado nos permite comprender el presente y avizorar el futuro. Vivimos en el mundo de las contradicciones, desigualdades y agonías. No podemos separarnos de esas tragedias, aunque nuestro universo investigativo sea el de los siglos anteriores al actual. La historia nos ayuda a instrumentar la reflexión sobre los fenómenos y conductas contemporáneas, y proponer soluciones o caminos para su entendimiento total o parcial, según lo que nos propongamos. Un ejemplo lo podemos apreciar en el resurgimiento del fascismo y el conservadurismo, y sus concreciones en el poder gubernamental. ¿Cómo enfrentarlos si desconocemos su historicidad? Lo que parece leyenda se torna un suceso global al que la memoria histórica puede dar respuestas inteligentes y útiles. Por eso soy optimista y sé que esos engendros de la maldad no sobreviven al enfrentamiento con sus contrarios. Creo en un futuro en el que prevalezca la justicia social.
¿Cuál es la mejor manera de hacer que la investigación intelectual sea de provecho al propio país?
Para que la investigación se concrete en la transformación de la sociedad, en cualquier etapa o época, es imprescindible la presencia de dos elementos: una intelectualidad capacitada para proponer soluciones acordes a las exigencias del desarrollo integral y perspectivo de la sociedad, y una gobernabilidad culta, inteligente y receptiva que viabilice el caudal de los resultados investigativos y no los engavete o posponga.
El aula es otro de sus escenarios frecuentes. «Uno de mis mayores orgullos es la docencia que he ejercido durante 60 años. No saques la cuenta», nos dice, y se ríe. «Tenía 17 cuando me enfrenté a las aulas de la Secundaria Básica José María Heredia, en Santos Suárez. Apliqué siempre, en el ámbito docente, incluyendo el universitario, el mismo método de mis profesores del Bachillerato: escenificar el pasado y trasladarlo al presente con ejemplos puntuales. La historia no es una ciencia muerta, vive en los hábitos, en la forma de mirar y sentir la vida, en los sueños, ideales y quimeras, y en todo lo que somos y queremos ser».
¿De qué modo pueden las ciencias sociales contribuir a que este mundo sea menos horrendo de lo que ya es?
El rol de las ciencias sociales es decisivo para la elaboración de los proyectos conducentes a la transformación paulatina y permanente de la sociedad. Estas facilitan dilucidar las causas y complejidades de la vida cotidiana, los procesos internos, la naturaleza de las desigualdades y contradicciones sociales, la marginalidad, los problemas de género, la educación y la cultura, entre otras muchas problemáticas. Desconocerlas en los planes y programas políticos es ver la sociedad sin su soporte real. No hay estrategia que triunfe sin la participación de los que estudian al hombre como ser social. Las características de las regiones, ciudades y barrios deben tenerse en cuenta para el ejercicio gubernamental. Ese debe ser el centro de las políticas, las que deben ser horizontales y polisémicas.
Muchos son los nombres que menciona cuando indagamos en las personalidades históricas cubanas que más admira: José Martí, Antonio Maceo, Carlos Manuel de Céspedes, Ignacio Agramonte, Máximo Gómez, Mariana Grajales, Ana Betancourt, Gertrudis Gómez de Avellaneda, Aurelia Castillo de González, Haydee Santamaría, Melba Hernández, Celia Sánchez, Julio Antonio Mella, Rubén Martínez Villena, y Fidel…; y entre las foráneas: Carlos Marx, Federico Engels, Vladimir Ilich Lenin, Ho Chi Minh, Simón Bolívar, José de San Martín, Benito Juárez, Abraham Lincoln, Federico García Lorca, Juana de Arco, Gabriela Mistral, Sor Juana Inés de la Cruz, por solo mencionar algunos.
Pero quiero señalar que amo y respeto a los que no son figuras del liderazgo y conforman las filas de los desconocidos, ellos son los hacedores de las grandes causas y también protagonistas de las gestas ideológicas y militares.
Usted obtuvo en 2016 el Premio Nacional de Historia y acaba de merecer el Premio Nacional de Ciencias Sociales y Humanísticas. ¿Qué viene para un profesional después de otro premio así?
Junto a los premios —y después de ellos— llega una inmensa alegría por la de muchos que han sido y son parte de mi historia profesional. No niego mi felicidad. Después, me queda continuar como hasta ahora, sin cesar y con la misma fe en el futuro. Es el premio a las oportunidades que he tenido para hacer por mi pueblo. Es el de los años de duro andar. Por eso, quedará en el tiempo como la primera vez.
Casi al terminar la charla, le preguntamos a la doctora por otros asuntos, tal vez más comunes, pero que también la definen.
- ¿Qué me hace feliz? La alegría de los demás.
- ¿Qué me apasiona mucho? La lectura, la música y el mar.
- ¿Qué no tolero? La vulgaridad, el mal decir y escribir, tampoco la intolerancia ni el prejuicio.
Sobre lo que le gustaría hacer el último día de su vida también nos deja sus impresiones Mildred de la Torre.
«Ese día quisiera estar escribiendo, o en cualquier escenario docente, leyendo, contemplando el mar o escuchando música», nos dice con dulzura esta dama aguerrida que considera su mayor virtud «la fuerza de voluntad». ¡Qué extraño que tenga que ver con aquello a lo que ha dedicado su fecunda existencia!
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