Tocó las nubes dos veces al salir ganador en el Premio de Cuentos La Gaceta de Cuba, gracias a sus relatos Los heraldos negros y Corazón partido bajo otra circunstancia. Llegó hasta el cielo cuando obtuvo en España, con la diferencia de un mes y días apenas, dos importantes galardones de cuentos por intermedio de El pianista de cine mudo y Miserias del reloj.
Y se sintió como un verdadero elegido de los dioses cuando su relato Disparos en el aula fue colocado, en la antología española Cuentos históricos De la piedra al átomo, entre una obra de sus maestros Juan Rulfo y otra de Jorge Luis Borges, sin pasar por alto que en la mencionada antología lo acompañaron autores del calibre de Arturo Uslar Pietri, Manuel Mujica Lainez, Juan Goytisolo y Manuel Vázquez Montalván.
Con 62 años a cuesta, sintiéndose un humilde escritor de Marianao, y con todo el aliento del mundo para inscribirse en las carreras de fondo de la literatura, lo mismo en un relato largo que en una novela, Alberto Guerra Naranjo, de un tiempo a esta parte, apuesta por lo que ha llamado los minialbertos, narraciones cortas e intensas, con cierres contundentes.
El primer estímulo para escribir lo que entonces llamó minicuentos le llegó del escritor, amigo y guionista Mario Martínez, quien lo incluyó en un grupo de WhatsApp donde Mario publicaría, diariamente, un relato de este tipo. Alberto sintió que, si lo habían incluido en aquel grupo, no sería solamente para ser un ente pasivo, para leer los textos de otros y aplaudirlos.
Quería participar. Ser parte activa del grupo en que lo habían incluido. Se lanzó entonces a escribir los primeros minicuentos, hasta que dos jóvenes autores, amparados en deprimentes «teorías» aprendidas de memoria en un curso de narrativa, negaron que las propuestas de Alberto fueran en verdad minicuentos.
No se amilanó el autor de La soledad del tiempo con las opiniones adversas. Si no eran minicuentos, pues serían minialbertos, no porque respondieran al capricho de un autor con ganas de escribir cualquier cosa, sino porque un grupo de sustantivos conceptos sobre la vida, la sociedad, la Historia, una larga preparación, lecturas de todo tipo y una admirable interpretación artística de la realidad cotidiana le daban las armas suficientes para conmover la sensibilidad del más exquisito lector, aunque fuera desde la brevedad de unas pocas líneas.
Pesan 62 años en la espalda, la diabetes lo tiene en guardia, y si a ello se suman los cuidados intensos a una madre en delicado estado de salud, que requiere visitas a golpe de caros «almendrones» para la ida y la vuelta y, sobre todo, atención constante, no importa cuál sea la hora, entonces es preciso rearmar el modo en que tus historias llegarán a los lectores. No tendrás tiempo alguno para enfrentarte a otra novela de doscientas páginas; pero el talento puede alcanzarte ―y hasta sobrarte— para decir muchas cosas en apenas unas pocas líneas.
No solo Augusto Monterroso o Max Aub han tenido el talento suficiente para hacerlo. Guerra Naranjo también. Y otros autores que, contagiados, ahora publican minigiraldos y minikenias en el grupo literario digital Café Naranjo, fundado por Alberto en el año 2000, con cerca de mil seguidores y abierto a la publicación de un sinfín de autores, consagrados y nobeles, con residencia en Cuba y fuera de ella.
Ese era el reto. Y lo ha enfrentado Alberto Guerra, aunque no gustara a ciertos escritores jóvenes que aún están por escribir la historia que él ya escribió con sus premios nacionales e internacionales, y siguió escribiendo, esta vez desde sus minialbertos. Escribir e intercambiar con miles de lectores. Lo ha logrado con creces. Es la resonancia que disfruta Alberto desde el milagro de las redes sociales, más que cualquier premio.
De esta aventura «minialbertera» son estos tres relatos que ahora regalamos a los lectores de Cubaliteraria, Queda en sus manos la última palabra respecto a la calidad de esta polémica —aunque muy sincera― variante de escribir la vida desde la narrativa literaria.
Tres relatos de Alberto Guerra Naranjo
Rebrote
Marcos y yo bajamos la escalera de mi edificio con sus paredes repletas de suásticas.
Cada vez pintan más, dije ya montado en el carro. Íbamos hacia el este, acompañados por una canción de los Van Van que me hacía tamborilear sobre mis piernas, pero, de repente, Marcos me entregó una cabilla entisada y sacó un machete debajo de su asiento.
‒¿Qué pasa, compay?
‒Esos nos quieren linchar, dijo mirando al retrovisor.
‒Ah, carajo.
‒Neonazis, compay.
Entonces nos detuvimos en una gasolinera y, como mambises nerviosos, caímos implacables sobre los nueve tipos.
Luego, ya en el ascensor, Marcos y yo conversábamos sobre este peligroso rebrote cuando un jovenzuelo, tan repleto de tatuajes con suásticas como las paredes de mi edificio, al verse junto a dos negros manchados de sangre, se desmayó en el acto.
Aclaración necesaria
Acabo de ahorcarme con la soga del vecino. Primero, aparté las ropas de la tendedera; luego, hice un nudo en la viga del techo y, con el lazo de abajo alrededor del cuello, me dejé caer.
Ahora mi cuerpo de balancea prudente y ya tengo un charco de orina en el piso, como un ahorcado de barrio que se respete.
Pero no lo quería hacer, bastante insistí a mi hermano para que viniera, Enrique, necesito pasar unos días con ustedes, olvidarme de esa soga y de la tendedera, por Dios.
¿Hasta cuándo iba a estar yo sentado sobre el muro de la bodega, como si formara parte de él?
No puedo, Armandito, no puedo, mucho trabajo, compadre, y miren esto: el vecino por fin ha descubierto que falta la ropa de su tendedera y grita a su mujer, robaron, Minerva, robaron, pero después, casi sin quererlo, detiene su vista frente a mis ojos saltones, nota el balance de mi cuerpo gracias a su soga, descubre que no hubo robo alguno, sabe que yo sería incapaz, la ropa está en el piso, vecino, solo tomé la soga un momento, necesitaba apretarme un poco el cuello, nada más.
Azar concurrente
Nada podía imaginar la estudiante de 9 no. 3, Yunisleidys Cabrera Matos, fanática de las canciones de Laura Paussini, cuando pidió permiso a su profesora de Literatura para salir unos minutos antes, porque tenía un turno médico en el policlínico.
A Yunisleidys no le había bajado la menstruación ese mes y aquello la preocupaba, a ella no le podía ocurrir lo mismo que a su hermana y que a su madre. Nada de embarazos indeseados, carajo, que en ese cuarto del solar ya no cabía un alma, en eso pensaba cuando de repente un billete de 500 dólares se le pegó en su mejilla.
Entonces Yunisleidys Cabrera Matos pudo ver decenas de billetes en el aire, vio, además, gente agitada, inclinada, emocionada, y con espanto también comenzó a cazarlos.
No le bastó con extraer todos los libros de la mochila y repletarla con aquel milagro que le caía del cielo.
Cuentan que la estudiante de 9 no. 3, de repente, cambió de planes y en vez de continuar al policlínico decidió correr hacia el cuartico donde vivía con sus nueve familiares, pero lo hizo, además, con la saya del uniforme en modo de bolsa repleta de billetes, cuya sumatoria, luego de cierto sosiego, con toda la familia en derredor de la cama, ascendió a 57 mil 700 dólares contantes y sonantes.
Supo después, por los comentarios, que quien lanzaba billetes a los cuatro vientos desde una ventana de hotel no era más que un rapero famoso y a ella, para ser justos, no le gustaba mucho el rap, prefiere las canciones románticas de Laura Paussini, pero, bueno, así eran las cosas de la vida, qué le vamos a hacer.
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