Bernardo G. Barros, quien fue el primero en estudiar la caricatura cubana en los primeros años de la República, develó con agudeza los problemas que tenía ante sí este tipo de producción creativa para poder ser considerada como una de las tantas manifestaciones de las artes. En uno de sus ensayos capitales, «La caricatura contemporánea», Barros advertía:
Las pupilas del caricaturista poseen el secreto de la refracción de la vida. Risa o dolor, triunfo o fracaso, hallarán una interpretación que no imaginamos. Analizando, observando, veremos cómo en el estudio de cada emoción puede encontrarse el origen de una idea que tergiverse la intimidad de esa emoción. Y al caricaturista —fiel observador y gran comprensivo— es a quien corresponde presentar la ironía, la carcajada o el llanto que se ocultan a las miradas impasibles de los que no supieron detenerse a escudriñar esa honda psicología de la vida cotidiana.1
En muchas ocasiones, no se han asumido a las imágenes como fuentes o documentos, sino como consecuencias que permiten explicar el fin de un suceso artístico, cultural e histórico. Y, en verdad, hoy es imposible continuar sosteniendo una postura de este tipo en cualquiera de las esferas del saber cultural.
El personaje creado por Nuez es necesario analizarlo entonces como parte de una tradición de la caricatura y del humor en Cuba. Hoy se corre el riesgo de que las sus producciones de otros autores se pierdan en las más diversas publicaciones periódicas la historia cultural de la isla. La tarea de rescate de esas otras imágenes, no hay otra forma de decirlo, parece ser ya casi imposible dado el estado de muchas de esas fuentes documentales.
Esa es la insistencia del autor de este libro acerca de la necesidad de la contextualización, no solo histórica, por supuesto, sino también de aquella que tiene que ver con los soportes en los que estas imágenes aparecían: revistas, textos publicitarios, periódicos, tiras cómicas que en buena parte de los casos ya resulta imposible rescatar.
¿Por qué un loco como personaje central en René de la Nuez? La locura y su tratamiento forman parte también del entramado y las redes de la cultura a través de la historia. La locura ha sido vista, pues, de diversas maneras, entre ellas, como una forma de negatividad a partir de la cual se despliega todo un discurso. Michel Foucault ha caracterizado este rasgo de la locura como una: «(…])relación entre la sinrazón, como sentido último de la locura, y racionalidad como forma de verdad»2. Iuri Lotman, uno de los más grandes semiólogos del siglo XX, consideraba que:
(…) es el comportamiento insensato, el comportamiento del loco. Este se diferencia por la libertad posterior que este individuo tiene gracias al hecho de violar las prohibiciones de poder cometer actos prohibidos al hombre «normal». Esto confiere a sus acciones el carácter de imprevisibilidad. Esta última cualidad, destructiva en tanto sistema de comportamiento constantemente activo, inesperadamente se revela muy eficaz en situaciones fuertemente conflictivas.3
Uno de los retos de René de la Nuez debió ser el cómo vestir a este personaje. La vestimenta era, por supuesto, parte del juego entre el caricaturista, su personaje y el público. Así, surge «El loquito». Como un hombre estrábico, despeinado, que lleva siempre consigo un sombrero de papel periódico donde, irónicamente, no es posible leer ninguna noticia. Nada de lo aquí descrito hasta el momento denota un equilibrio, una armonía en el trazo o en el dibujo, esa es la genialidad del caricaturista a la hora de expresar la comicidad, el humor, la ironía o el sarcasmo.
La comicidad, estrechamente vinculada al mensaje político, la alcanzó el artista a partir de la representación de objetos y sonidos. Una sierra de carpintero era una referencia a la Sierra Maestra. El tic-tac de Radio Reloj constituía una clara alusión a la espera de la hora de la salida al aire de Radio Rebelde. El sofocante sol que asfixiaba y molestaba al Loquito era un apelativo al Indio que era como llamaban a Fulgencio Batista por su origen mestizo. Las llamadas «pachanguitas» era una referencia directa a los «chivatos» porque siempre la usaban. René de la Nuez utilizó una buena cantidad de elementos visuales que podían llevar a la risa, pero que eran una advertencia a los lectores de situaciones de peligro. No se olvide nunca que la risa debe ser, al decir de un Bergson «un alcance de gesto social».4
Mirar estas imágenes rescatadas por Axel Li es una forma de acercamiento a la historia desde múltiples aristas. Esas caricaturas no son solo un viaje al pasado, sino también a la cultura y al arte de esta isla. Esa es la principal valía de este libro, la razón que le hace decir a Iván de la Nuez que, quizás también, como a nosotros, todavía podemos sorprendernos: «(…) con la mano metida en la camisa a la altura del estómago, la mirada estrábica y un sombrero de periódico en la cabeza».
Notas:
1. Bernardo G. Barros: «La caricatura contemporánea». En: Caricatura y crítica de arte. Selección y prólogo de Jorge R. Bermúdez, Ed. Letras Cubanas, La Habana, 2008, p.29.
2. Michel Foucault: Historia de la locura, Fondo de Cultura Económica, México, 2002, p. 391.
3. I. LOtman: Cultura y explosión. Lo previsible e imprevisible en los procesos de cambio social, Ed. Gedisa, Barcelona, 1999, p. 61.
4. Bergson: La risa, Ed. TOR, Buenos Aires, p. 22.
Visitas: 76
Deja un comentario