En varias ocasiones lo había visto: en reuniones de la Sección de Traducción Literaria de la UNEAC, o quizás en la sede del ICL en la Habana Vieja. Pero hablé con él por primera vez –o me habló él a mí– durante la Feria del Libro de 2006, en La Cabaña.
Era una de esas actividades «maratónicas» en las que varios textos se disputan la atención de los asistentes, sus hipotéticos lectores. Me tocó presentar los cuentos del escritor austríaco André Heller que, seleccionados y traducidos por mí, acababa de publicar la Colección Sur de Ediciones Unión, bajo el título Y otra vez Viena. Si no recuerdo mal, los libros presentados eran diez, y fui la última en hablar; tuve la impresión de que la gente ya estaba cansada y distraída. Terminados los discursos y discursillos, casi todo el mundo se alejó de la mesa de presentación para ir a comprar las obras de su interés. Fue entonces cuando se me acercó Marré y me dijo que se alegraba mucho de conocerme, porque una vez le habían dado a evaluar un texto mío que le gustó, y lamentaba que la editorial a la cual lo propuse no lo hubiera editado en aquel momento.
Casi diez años habían transcurrido desde la evaluación hecha por Luis, y ese texto —por él recordado—, Cartas de la nostalgia, había sido publicado por Ediciones Bayamo. Le prometí regalarle un ejemplar; era lo menos que podía hacer, tras la grata experiencia de que un poeta reconocido se acercara a mí con tanta sencillez, y recordara mi texto y mi nombre después de tanto tiempo. «Pues, si quiere, me hace la visita» —me dijo—, y me dio su dirección y teléfono.
La proverbial modestia de quien así se acercaba a una desconocida, contrastaba con la sólida trayectoria intelectual que le mereció, en 2008, el Premio Nacional de Literatura. Poeta, narrador y ensayista, Marré fue también traductor del francés y del ruso, y trabajó como editor y lector para las editoriales Unión y Letras Cubanas, entre otras. Colaboró en las revistas Orígenes, Ciclón, Unión, Casa de las Américas y La Gaceta de Cuba, de la cual fue jefe de Redacción durante dieciocho años. Publicó varios libros de poesía y prosa, y poemas suyos fueron traducidos a más de quince idiomas, e incluidos en numerosas antologías en Cuba y en el extranjero.
Un sábado por la mañana, le llevé a Luis mis Cartas de la nostalgia, con otros libros y revistas, entre estas, el número especial de Unión, preparado por un grupo de traductores cubanos y dedicado totalmente a la literatura austríaca contemporánea, que prometió leer con detenimiento. Comenzó por invitarme a un café y conversamos por más de una hora en su casa de La Víbora. Hospitalario, afable y lleno de entusiasmo creador, me habló de la novela que estaba escribiendo y que no sé si habrá podido terminar —ojalá que sí—, y me contó de su encuentro con Dulce María Loynaz, a quien conoció en los años cincuenta, cuando se acababan de publicar sus Juegos de agua. Por supuesto, no faltó el tema de la traducción, que para él era parte del oficio de escribir.
Me regaló, dedicados, tres de sus poemarios, y me prestó el único ejemplar que le quedaba de su noveleta Techo a cuatro aguas, un bello relato de infancia campesina que leí con sumo placer y que, para devolvérselo, motivó una segunda visita. Esta, como la primera, fue ocasión de escuchar al conversador ameno y atento, y disfrutar de sus sabios comentarios sobre literatura y traducción.
El pasado 31 de octubre se cumplieron nueve años de su fallecimiento, y el portal Cubaliteraria le rindió merecido homenaje al que me sumo ahora compartiendo con los lectores dos poemas que Marré leyera para mí en una de aquellas inolvidables visitas.*
Correspondencias
Un hombre mira desde su ventana del hotel Rossía la soberbia catedral dedicada a San Basilio y la plaza donde nieva; pero tras los cristales reverberan la humilde torre de la parroquia de su barrio y azoteas con sol. Piensa: «a esta hora son las siete en casa», piensa en su mujer que habrá abierto la ventana y mira más allá del campanario el cielo, por si ha de llevar la capa o la sombrilla. Una mujer ha abierto la ventana y mira más allá de la colina y el campanario de Jesús del Monte, como todos los días, porque puede ser que llueva; y mientras pliega sobre las persianas las dos hojas, ha creído ver las cúpulas de esmalte y oro de una catedral bizantina.
Testo
Que tú seas completo
–no te falte
cabeza.
Y que tu corazón no sustituya
a tu cabeza.
Que el sol sin veladura llegue
hasta tu corazón
y rebrille en tus ojos
su luz completa.
Que seas, hijo mío,
la reunión amorosa de mis miembros
y mi cabeza se alce sobre el río
de fuego
que la arrebata
para mirar la tierra por tus ojos.
Nota
* Tomados de Luis Marré: Para mirar la tierra por tus ojos, Arte y Literatura, La Habana, 1977.
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