“Soldado de la fortuna” es un texto que reúne —a modo de palimpsesto articulado sobre una base a la que se le nota, de manera muy evidente, las junturas— todas las convenciones y convencionalismos de la ciencia ficción bélica y del space opera. Las elecciones del personaje pueden ser calificadas, a falta de mejor palabra, como demasiado obvias, previsibles, ya que pasan por el tamiz de una utopía descarnada que poco de valor aporta al cuento. Es difícil intentar mapear a “Soldado de la fortuna” desde un ámbito crítico pues las costuras del texto se perciben a simple vista: no es necesario usar lupa.
La historia no es, por sí, el mayor error, aunque el tema elegido por el autor ha sido explotado hasta el cansancio no solo dentro de las convenciones del género elegido, sino también en buena parte de la literatura mainstream y en la Historia. El desacierto aquí es no conseguir que, de un material reciclado, se pudiese sacar algo novedoso, se pudiese lograr una vuelta de tuerca o un giro dramático sustanciales, se consiguiera desarrollar un personaje que abandonara lo típico y lo archiconocido, en virtud de maneras/formas más inteligentes de construir una identidad. En “Soldado de la fortuna” se asiste, parcialmente, a la conversión de un “pecador”, un mercenario que —luz plena, epifanía, magia, no hay otra forma de calificar su acción— descubre que es incapaz de asesinar a sangre fría a los niños de una facción enemiga. Al traicionar a los suyos, termina uniéndose a la cultura alienígena (entiéndase en su condición de otredad) contra la cual luchaba; y despliega vínculos, tanto carnales como espirituales, con la ya mencionada civilización. Obviemos que, a primera vista, al menos según nos cuenta el narrador personaje del texto, no existe un antecedente que marque la coherencia de este punto de giro ad libitum; punto de giro que, quizás por este motivo, y por la repetición de cadencias ya enunciadas y trabajadas en la literatura hasta el hartazgo, demuele la historia desde sus cimientos.
La elección de este personaje con un pasado “oscuro” y un alma benevolente, que constantemente vuelve a ese pretérito abandonado —y no olvidado, como si el autor tuviera que recordar a los lectores todo el tiempo que en su personaje viven claridades y sombras; no sea esto anulado por lo escrito— no es carta inteligente para la construcción del relato. El punto de vista —abanderado por un narrador personaje en primera persona—, si bien hubiera podido ser aprovechado por el autor para despertar la simpatía o el odio hacia sus criaturas literarias, falla. No es culpa del punto de vista (es lugar común advertirlo) ya que este hubiera podido arrojar óleos sobre el lienzo de la historia, sino de la inverosimilitud utópica de las acciones del personaje y del mundo que lo rodea: constantes recordatorios de la mala articulación del relato. No resulta de mucho apoyo el hecho de que los tiempos verbales de la narración y el de los diálogos cambien una y otra vez, de presente a pasado: este hecho otorga, por el contrario, una sensación de cierta corrosión dentro del cuento, de cierto mecanismo mal engrasado que requiere nuevas y actualizadas lecturas del género.
Son rescatables, por otro lado, los diálogos. Su calidad no resulta esplendente, pero dentro del contexto pueden verse como lo más logrado por el autor, en tanto —a pesar de cierta rigidez y artificialidad— se perciben al menos como momentos en los que los personajes son capaces de expresar conceptos sin que la voz del protagonista abrume y opaque la historia. La síntesis del texto, sin embargo, una vez más condena el desarrollo de la trama: la reduce a un compendio en formato .zip que no ayuda a que los lectores puedan desarrollar demasiadas empatías ni hacia el contexto del relato ni hacia sus personajes.
Otros elementos de nula o escasa lógica dentro del texto aparecen sin demasiado esfuerzo para el lector. Las preguntas son las siguientes: ¿por qué una sociedad asediada, y ligeramente paranoica según deduzco, decide aceptar sin más a un mercenario de la facción contraria?, ¿solo por el hecho de que este ha decidido no asesinar a unos niños?, ¿esa sociedad ha llegado a ser tan benevolente, tan superior y tan ilusa que es incapaz de pensar que, en tiempos de guerra, existen espías, que su cultura puede ser arrasada desde el interior por, precisamente, un mercenario “arrepentido”?, y si es así, ¿por qué nunca se pone en tela de juicio al personaje, por qué se le acepta sin un más ni un menos, sin dilaciones? Eso me lleva a otro punto: ¿era realmente necesario que el final de la historia nos condujera a un remedo de filme donde el héroe, ya nunca más antihéroe, devenido pharmakós trágico, demuestra su apego y fidelidad a sus nuevos ideales con el sacrificio y el martirologio sin cuestionamientos? Ya hemos visto las luces del personaje, ¿pero dónde sus oscuridades salvo en un pasado que se percibe artificioso, jaula, caja de fuerza sin otro objetivo que la contemplación no activa? Por último: en un género tan polifónico como la ciencia ficción, ¿existe aún espacio para historias que retornan hacia la cara pulp más obsoleta de la escritura? Muchos me responderán que sí y, como siempre, el lector tendrá la última palabra.
No obstante la crítica a este texto sí se percibe que el autor ha conseguido, de una forma u otra, aunar en un mismo cuerpo narrativo, diversas referencias culturales —leit motivs— que, quizás, en otros contextos superiores en cuanto a experiencia de escritura, podrán servirle en su búsqueda de nuevos horizontes. En relatos como “Soldado de la fortuna” importa la articulación de los personajes, quizás incluso por encima de lo narrado. Para mí, como lectora, el desarrollo de los dramatis personae resulta baza de triunfo o de condenación. Para ello, se requiere más que de buenas intenciones a la hora de rozar la hoja en blanco. La narrativa es reto, y cuentos como este nos recuerdan, quizás, aquellos primeros relatos que todos escribimos alguna vez, donde tantas y tantas referencias de la cultura audiovisual y literaria suelen aplastar nuestra manera propia y única de decir. No es esto justificante, si bien se nota aquí la mano de un autor primerizo, cuyas emergentes luces y sombras escalan la página e intentan, de forma fallida, llegar a su pináculo. Quizás en esto el autor sí tuvo razón: en la escritura, todos somos soldados de la fortuna. Y yo agregaría más: soldados también de la práctica y la disciplina, esas herramientas de la constancia que nos permiten, en la guerra por y contra el texto, no quemar las naves ni cerrar los portales hacia otros mundos.
Raúl Nápoles Ávila (1972). Vive en Santiago de Cuba. Narrador. Cultiva la ciencia ficción y la fantasía con influencias del pulp, el space opera y la distopía. Soldado de la fortuna es su primer cuento publicado en la columna Fabulaciones de Cubaliteraria.
SOLDADO DE FORTUNA
I
Soy un mercenario, ni una letra más ni una menos. Unos, poéticamente, me pueden llamar soldado de fortuna; otros, con eufemismo un tanto empresarial, me llaman contratista. Pero mi conciencia, en un arranque inmisericorde, me espeta así, en pleno rostro, lo que soy: un vil mercenario, un despreciable mercader de la muerte.
Para mí es una rareza haber sobrevivido tanto tiempo en este oficio por el obvio peligro que encierra, pero, como muchos en este universo, de algo tengo que vivir, y guerrear, es lo que mejor sé hacer. En otros tiempos fui pirata. Durante la segunda expansión humana, nuevos mundos y nuevas rutas se abrían ante nosotros. Fue bueno mientras duró. Luego nos dieron caza de forma implacable. La Alianza Humana Intragaláctica y la Liga Espacial Aaroniense, crearon poderosas armadas que acabaron nuestra fiesta.
Gravité como un asteroide hasta que ocurrió, dentro de la alianza, el cisma que dio origen a la Confederación Colonial Humana. Sus ávidos consorcios se lanzaron tras los recursos de Tülle, uno de los planetas gemelos del sistema Rapsody Prime. En vísperas de la guerra colonial fui contratado por la empresa bélica “Los Hijos de Marte” quien recibió un pedido especial de un cliente especial. El consorcio “Prospecciones Betha” necesitaba de nuestra ayuda para acabar con los focos de insurgencia de los nativos de Tülle que en ese entonces estaba ocupado, casi en su totalidad por la confederación.
Desembarcamos sorpresivamente en el lugar donde nos informaron que estaba el bastión principal de los insurgentes. Enfundados en armaduras exoesqueléticas hicimos uso de nuestro poder de fuego, superior al del enemigo. Este oponía tenaz resistencia causándonos algunas bajas, pero le respondimos con brutalidad consiguiendo aniquilarlos en su gran mayoría.
Mi escuadra recibió la orden de eliminar los remanentes de resistencia de uno de los sectores más difíciles de destruir. El enemigo se defendió con ferocidad necia, desesperada y digna de admiración haciendo que de mi escuadra solo sobreviviéramos su jefe, Zorro-180 y yo. Una garganta rocosa nos esperaba al final de la explanada donde los insurgentes tenían enclavadas sus obras defensivas. Nuestros instrumentos detectaban señales de vida en lo profundo del accidente geográfico.
—Águila-306 —me ordena el jefe nombrándome con mi indicativo—, efectúe un descenso por cable en esta columna de estructuras. Yo iré por la otra.
Sin responder, cumplí la orden aplicando el procedimiento estándar para estos casos. Construidas verticalmente sobre la pendiente rocosa, seis casas de forma semiesférica, se sucedían unas tras otras hasta el fondo, las cuales serían revisadas cuidadosamente por mí. Igual cantidad le correspondió a Zorro-180, mi jefe.
Sucesivamente, fui abriendo cada una de las puertas circulares de las viviendas a medida que descendía con el cuidado de no causar la detonación de alguna mina. Una ráfaga disparada por Zorro-180 me hizo mirar hacia su sitio. Obviamente encontró algo.
—¡Águila-306! —su voz exaltada sonó en mi auricular—. ¡Desciende a la última casa, detecto tres enemigos allí!
Las suelas de mis botas chocaron con la superficie rocosa y maquinalmente abrí la portezuela de la última casa. Con mi arma lista busqué en cada rincón y justamente en uno de ellos encontré tres niños tüllenianos acurrucados tras unas cajas de madera. Titubeé, no tenía por principio matar civiles inocentes y mucho menos niños.
—¿Qué esperas para apretar el gatillo? —la voz de Zorro-180 sonó a mis espaldas—. Vamos, dispárales.
—No mato niños ni civiles inocentes —le respondí.
—Entonces, lo haré yo —dijo fríamente—. No olvides que matamos a sus padres; cuando crezcan serán rebeldes.
—Mientras nos paguen, volveremos por ellos nuevamente —le respondo sin pensar.
Zorro-180 intentó dar un paso para cumplir su propósito pero me interpuse entre él y los niños que, presintiendo lo que les sucedería, comenzaron a gemir.
—¡No lo harás! —giré sobre mi posición plantándole cara.
—¡Águila-306! ¡Me importa un bledo tus principios de mierda! ¡Déjame terminar esto ahora! —gritó fuera de sí.
—Bien sabes mi respuesta —le dije preparándome para lo peor.
—¿No te basta con incumplir una orden directa sino que también me vas a dar lecciones de moral? —subió el tono amenazador—. Los mercenarios no tenemos honor y eso bien lo sabes, además esta gentuza no es humana…
—¿En realidad crees toda esa mierda que nos dice la confederación? ¡Mira bien a esos niños! ¡Hasta el deshonor tiene un límite! —le grité mientras lo empujaba hacia afuera.
Nuestras armaduras ultra kevlar chocaron. Desenfundamos unas katanas de trofeo con el evidente propósito de separar las cabezas de nuestros cuerpos en la primera oportunidad.
—¡No vale la pena, Águila-306! ¡Aún estamos a tiempo de evitar esto y terminar lo que vinimos a hacer! —evidentemente mi jefe de escuadra estaba preocupado, ya me había visto en acción y sabía que no estaba enfrentando a un adversario fácil de vencer.
No respondí y arremetí contra él. Mis estocadas fueron contundentes. Lo arrinconé contra la pared del barranco hasta que me pateó el pecho proyectándome hacia el suelo. Sabiendo ya que no me podía derrotar en un combate con arma blanca, recargó su shotgun y en fracciones de segundos me disparó en un hombro casi en el mismo instante en que le arrojé mi cuchillo hiriéndole en el cuello y perforándole la carótida. Su rostro, con una mueca de dolor y asombro, se me quedó en la memoria. El cuerpo, al caer, emitió un sonido cuando la armadura chocó contra la superficie.
Me invadió un fuerte dolor en el hombro herido. Traté de ponerme inútilmente de pie, pero unos extraños zapatos de piel me aprisionaron el hombro sano. Extrañas voces tüllenianas me rodearon. Todo parecía indicar que eran insurgentes. Por sus gestos, trataban de decidir si matarme, abandonarme o llevarme con ellos. Uno de los niños que salvé, se arrojó sobre mí escudándome con su cuerpo. Los demás niños lo secundaron desviando de mi rostro los cañones de las armas que me apuntaban. Una voz que parecía ser la del jefe dijo en un casi ininteligible neo esperanto:
—Llevémoslo con nosotros. Vámonos de aquí lo más pronto posible. Todavía quedan invasores que pueden venir en su rescate.
Perdí el conocimiento. Cuando volví en mí, me percaté que me llevaban a rastras en una parihuela improvisada. Obviamente había perdido la noción del tiempo y no sabía entonces cuántos días estuve restableciéndome ni mucho menos en qué lugar de Tülle me encontraba. Mis captores, utilizando hierbas autóctonas y otros medicamentos, fueron curando mis heridas hasta hacerlas sanar por completo. En ese tiempo hice progresos. Logré caminar nuevamente y aprender algo del saloum, dialecto tülleniano sin escritura. En cambio les enseñé neo esperanto, esgrima y defensa personal. Al principio, no confiaban en mí. Solo los niños que salvé osaban acercarse además de los encargados de curarme. Nunca permanecíamos mucho tiempo en un mismo lugar, la persecución de mis antiguos compañeros era implacable. No cesarían hasta que Prospecciones Betha no tuviera plena seguridad de controlar la situación.
De veras me propuse ayudarlos. Los entrené en el conocimiento de las tácticas utilizadas por “Los Hijos de Marte” y las formas de contrarrestar sus ataques. Aprendieron bien y rápido. Pero la superioridad numérica del adversario era aplastante. El cerco, alrededor de la región donde nos movíamos, se iba estrechando cada vez más y solo éramos alrededor de quinientas personas, en su mayoría, mujeres y niños. En cierta ocasión, llegamos a un lugar sagrado para los tüllenianos, el Oráculo, le llamaban. Se encontraba en unas catacumbas en lo profundo de una garganta mucho más recóndita que el lugar donde salvé a los niños. Los pasadizos eran sustentados por gruesas columnas de toscos capiteles. En la superficie de las mismas se encontraban grabados numerosos jeroglíficos pequeños que apenas se podían distinguir a la luz de las linternas.
El líder del grupo, un tülleniano que al parecer era un erudito en las cuestiones referentes a la antigüedad de su mundo, me confesó que ese sería el último lugar en el que acamparíamos. No hice preguntas pero sí le referí sobre la posibilidad de ser descubiertos en un lugar que nada nos favorecía a la hora de defendernos ya que era una ratonera con todas las de la ley. Ese día fue una de las pocas veces en que Nema se comunicaba conmigo en neoesperanto.
—Ven, sígueme —me guió por un pasadizo que nos llevaba por una escalera que descendía a otro nivel.
—Entenderás muchas cosas en cuanto veas lo que te mostraré —me dice casi al llegar—. He aquí el Gran Anillo de nuestros padres.
Frente a nosotros, había a ras de suelo un disco metálico con un diámetro aproximado de cuatro metros. En su centro, un diafragma se abrió cuando Nema accionó el mecanismo de apertura y el disco se convirtió en anillo dejando entrever un pozo profundo y oscuro.
—¿Qué es eso? —indago sin hacer mucho por acercarme.
—El camino a nuestra libertad —responde mientras me enseña el mecanismo que acciona nuevamente y hace que el anillo vuelva a su posición original.
Anexo al mecanismo circular de cierre, unas circunferencias discoidales representaban, según me explicó Nema, las órbitas del sistema Rapsody Prime. Dicho mecanismo estaba sincronizado con la rotación del planeta alrededor del sol rapdsodiano. Nema me explicó que al producirse una alineación muy especial de los astros del sistema, el portal del Gran Anillo se abriría para darle paso a otro mundo. Realmente desconfié un poco de sus palabras. Quizás ese “otro mundo” referido por él no era más que la misma muerte. Quizás preferían suicidarse masivamente antes de caer prisioneros.
Luego de una minuciosa observación aparté de mi mente esa idea inicial. Ellos querían vivir pero, una segunda duda asaltó mi mente. ¿Estaban conscientes de hacia dónde iban? ¿Lo sabían realmente? ¿Y si iban hacia una muerte segura sin saberlo?
—¿Cuándo será la alineación? —le pregunto a Nema.
—Mañana a mitad del día —me responde instándome a que lo siguiese.
Esa noche apenas pude dormir. Al siguiente día, a la hora señalada, nos agrupamos todos cerca del Gran Anillo. Una sirena comenzó a ulular en todas las cavernas del Oráculo. Era la señal que la alineación planetaria se estaba produciendo y así lo pude observar en los anillos del mecanismo de cierre. El Gran Anillo abrió su diafragma esparciendo una luz intensa que nos enceguecía. Sin titubear, los niños y las mujeres se arrojaron hacia el anillo siendo “tragados” por su luz.
—Eres libre de decidir si te quedas aquí o te vas con nosotros —me dice Nema—, pero sí te puedo decir una cosa: cuando el anillo se cierre definitivamente, no tendrás otra oportunidad. ¿Lo sabes?
Asentí mecánicamente cuando una mujer corría tras los niños que salvé y que se dirigían hacia mí. A una señal de Nema, la mujer se detuvo.
—¡No nos iremos sin ti! —los niños sollozaban al unísono mientras me abrazaban por la cintura.
Se me hizo un nudo en la garganta mientras miraba a Nema y a la mujer que sonreían al contemplar la escena.
—Puedes irte, Silah —le ordena Nema a la mujer—, los niños irán con nosotros.
Minutos después, Nema, los niños y yo éramos tragados por la inmensidad de la luz del Gran Anillo.
II
Un rayo de sol, maravillosamente invasivo, me hizo abrir los párpados. Tendido bocarriba en un verde pastizal, dirigí la mirada hacia el azul magenta del cielo. En la brevedad de ese instante aún no podía recordar cómo había llegado a un lugar tan maravilloso. Coloqué un antebrazo sobre la frente para protegerme de la luz del sol. Era tal el éxtasis placentero en que estaba que no tenía ganas de levantarme. Hasta que pude ver ante mí a Silah y a los niños que me tendían sus manos. Ya de pie, quedé más maravillado aún. En armónica conjunción llegaban a mis ojos desde el horizonte, la tonalidad dorada de un campo de trigo, la sinuosidad impresionante de una cordillera donde provenía, desde una ladera cercana, la cascada de un río caudaloso que a su vez, desembocaba en un lago inmenso.
Silah y los chicos me toman de las manos y me llevan hacia una de las casas de madera que estaban a la orilla del lago.
—Vamos, Nema nos espera —la voz de Silah, al fin me hizo reparar en su belleza extraordinaria, en el calor de sus manos que provocó en mí, reacciones que ya creía olvidadas.
La casa de madera donde estaban Nema y los demás era bastante espaciosa, un recinto de tres pisos en el que cabían varias familias que provisionalmente pernoctaríamos allí hasta poder construir nuestros propios domicilios. Al vernos tomados de las manos a Silah y a mí, Nema no hizo más que sonreír. Me indicó un espacio donde se colocaría la yacija acolchonada que fungiría como mi cama. Después de comernos unos frutos deliciosos parecidos a manzanas rojas pero con un sabor diferente un tanto agridulce, Nema y yo comenzamos a pasear en silencio por la orilla del lago.
—Silah no tiene hombre ni vástago. Ustedes dos bien pueden formar una familia —me dijo de pronto.
—Esto es un paraíso —le dije cambiando el tema y sin dejar de pensar en algo que me estaba resultando agradable.
—Un paraíso soñado y hecho realidad. Nos lo dejaron nuestros primeros padres —me explica Nema.
—Entonces me alegra mucho estar aquí con ustedes —le respondo.
—Lo que hiciste por los chicos te hace merecedor de ello —el rostro de Nema pronto adopta una expresión sombría.— Ellos son huérfanos. Si te unes a Silah, los puedes adoptar.
—Veamos qué piensa ella al respecto —le digo.
El tiempo pasó apenas sin darnos cuenta. Silah y yo nos unimos en el amor y en la vida. Al construir nuestra vivienda nos llevamos a los chicos con nosotros. Vivíamos una vida de felicidad que para mí creía inmerecida debido a mi pasado con “Los Hijos de Marte”. Cierto día, estando Silah en su quinto mes de embarazo, un mensajero de Nema vino por mí. Me despido de mi esposa y de los niños y junto al mensajero me dirijo adonde Nema, en el Gran Anillo cerca de la cascada.
—La Confederación acaba de descubrir la ubicación del Oráculo —me dice con preocupación—, si logran aniquilar la escasa guarnición que dejamos allá no demorarán en llegar hasta nosotros. Llévate a todos los varones en condiciones de combatir, las armas y los explosivos. No voy con ustedes ya que soy el único que puede abrir o cerrar el portal desde este lado sin que ocurra una alineación planetaria en aquel lado. ¿Me entiendes?
Al asentir en silencio, continuó:
—El objetivo es impedir a cualquier costo que ellos entren por el Gran Anillo hasta aquí, aunque tengas que detonar la entrada del Oráculo e incluso el mismo Anillo.
Dicho esto, Nema me entregó un artilugio bastante raro, copia fiel de otro que él tenía. Era algo así como una llave.
—Es para que hagas una apertura forzada del Anillo sin necesidad de alineación planetaria en Rapsody Prime —me dice—. Cuando llegues aquí puedes cerrar el portal nuevamente. Váyanse ya, por favor.
—Nema… —le digo cuando todos los hombres saltaron a través del anillo de la cascada y solo faltaba yo—…si algo sucede conmigo, ocúpate de Silah y los niños…
—Nada pasará contigo…trata de regresar en una sola pieza —me dio una palmada en el hombro antes de mi salto.
Al llegar a las plataformas superiores del Oráculo pude percatarme que mis antiguos compañeros de los “Hijos de Marte” no eran los únicos atacantes. Además, venían los infantes expedicionarios de la Confederación. Venían con todo contra nosotros. Desde mucho antes de mi deserción, tanto el Oráculo como el Gran Anillo, eran símbolos de salvación para los tüllenianos. Para nosotros eran solo mitos. Al menos yo no creía en eso hasta involucrarme con Nema y su gente. Tal vez para la Confederación y los Hijos de Marte era necesario descubrir el lugar y destruir lo único que les quedaba a los habitantes del planeta.
Hasta un día en que lograron descubrirlo. Todo parece indicar que interceptaron una comunicación entre el grupo dejado por Nema en el Oráculo y un destacamento disperso que necesitaba llegar allí lo antes posible. A mi llegada, el combate era encarnizado. Tomé el mando y ordené colocar los detonadores en el Gran Anillo y en los únicos lugares por donde los atacantes podían llegar a los niveles inferiores. Pero a medida que el poder de fuego enemigo aumentaba, nos veíamos obligados a retroceder hacia el Gran Anillo.
Los explosivos detonaron provocando derrumbes que obstaculizaron el avance enemigo pero no por mucho tiempo. Me quedaban pocos hombres que intentábamos defender el espacio que nos quedaba en las catacumbas. Recibí muchos impactos de bala y, para empeorar las cosas, una esquirla de granada me hirió el ojo izquierdo en el justo momento en que otros detonadores estallaron en la misma entrada del salón del Gran Anillo. Nuevos derrumbes. Obstaculización del paso para el enemigo. Una gran masa rocosa se interpuso, por suerte, entre ellos y los pocos defensores que quedábamos.
Jadeando con dificultad, me arrastré hacia donde estaba Silk, uno de los muchachos de la guardia personal de Nema. Un fuerte dolor en el ojo izquierdo me impedía hablar apenas. Solo pensaba en Silah, en los niños, en Nema, en todos ellos. No, esos hijos de puta no podían pasar por el Gran Anillo.
—Silk, toma esto, dáselo a Nema —le entrego la “llave”.— Váyanse ya, ahora. No hay más nada que hacer. Solo asegúrate de que Nema cierre esta mierda de portal al otro lado, yo haré el resto aquí.
Silk y los demás se pusieron de pié a duras penas. Tambaleándose se dirigieron hacia el Gran Anillo mientras me recostaba a la pared. El fuerte ruido de un taladro comenzó a horadar las rocas. “De verdad que vinieron con todo”, pensé. Silk fue el último en desaparecer. El anillo se apagó minutos después cerrando el diafragma y cesando el conocido ulular de la sirena. Activé la cuenta regresiva de los detonadores para que estallaran en tres minutos. Cuando apenas quedaban dos minutos, la voz de Dragón-509, mi ex jefe de destacamento, sonó en el radio que llevaba el cadáver de un mercenario, el último que había matado hasta entonces.
—Águila-306, sé que estás ahí e iremos por todos ustedes ahora, traidor. Solo tú podrías matar de ese modo a Zorro-180, ¿quién si no?
Arranqué el radio del cinturón del cadáver, apreté el botón de transmisión y comencé, en voz alta, la cuenta regresiva que hizo enmudecer a Dragón-509 y todos los que venían con él.
—Cincuenta y nueve, cincuenta y ocho, cincuenta y siete… —mi voz comenzó a escucharse con una firmeza inusual dada la situación en que me encontraba.
…cincuenta… imagino a Silk entregándole la llave a Nema… cuarenta y cinco… Nema refleja tristeza y consternación en su rostro… cuarenta… impotencia… treinta y siete… rostro de Silah… veinte… los niños… quince… la casa… diez… paraíso… cinco… dolor… tres… taladro que se apaga… dos… uno… cero.
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