¿Por qué murió el Premio Nobel de Literatura Albert Camus aquel 4 de enero de 1960? ¿Acaso estaba predestinado? ¿Estaba implicado el KGB en un presunto atentado porque el intelectual aprobaba las revueltas, el crecimiento individual y la negación de Dios?
Contestarnos todas estas especulaciones sería adentrarnos en esa filosofía, creada por él, en la que siempre tendría que haber una respuesta lógica en cada paso diario de la vida. ¿Vivir la vida vale la pena o no?
Sería impensable, mirando su teoría, que habiendo vivido en el barrio más miserable, siendo hijo de una sordomuda analfabeta y de un granjero, al que la sociedad nombraba despectivamente «Pies negros», saldría uno de los grandes pensadores del siglo XX.
Vinculado al existencialismo declara que «causa y efecto» son una creación racional del hombre, y expresa: «siempre estamos en una situación absurda… Buscar lo que es verdad no es buscar lo que se desea».
Como si él mismo fuera Sísifo, Camus afirma: «Exalto al hombre ante lo que lo aplasta y mi libertad, mi rebelión y mi pasión se unen en esa tensión, esa clarividencia y esa repetición desmesurada. Sí, el hombre es su propio fin. Y es su único fin. Si quiere ser algo, tiene que serlo en esta vida. Ahora lo sé de sobra».
Pensó que moriría de tuberculosis, la misma que lo hizo desistir del fútbol. ¿O serían los zapatos miserables, que no podía darse el lujo de romper, quienes lo hicieron renunciar? Pero esa es una pregunta retórica a su filosofía. Para él la respuesta fue siempre la tuberculosis, que sería la causa principal de su muerte, la que no lo dejó ni ser maestro, ni entrar en el ejército.
Mas la vida —siempre ilógica—, lo hizo ir, a los 46 años, por la ruta 5, en Villeblevin, Francia, pincharle un neumático, hacerlo perder el control y en un par de segundos estrellarlo contra un árbol a la orilla del asfalto.
Murió hace ya 61 años. Anarquista por convicción, opinaba que toda doctrina ideológica aleja al hombre de lo humano. Sus obras El mito de Sísifo, El hombre rebelde, El primer hombre, El extranjero, El malentendido, La peste y Calígula, así lo confirman.
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