
Para Laidi Fernández de Juan
Nuestros clubes de Base ball, siempre galantes, han determinado en obsequio del bello sexo, admitir gratis en los desafíos, a todas las señoras y señoritas que quieran asistir, mientras vayan acompañadas de sus correspondientes caballeros.
La Tarde, c. 1885
No es posible escribir la historia del beisbol habanero del siglo XIX, sin hacer referencia a la destacadísima función que tuvieron en dicho juego las mujeres de diferentes edades y clases sociales, significativamente de los sectores acomodados —«muchas niñas encantadoras se disponen a aplaudir con sus blancas manos al valiente Almendares…», repetían sin cesar las gacetillas de la época—, en la etapa que hemos denominado como juego galante.[1] Precisamente esa galantería venía dada por el protagonismo femenino en los partidos, a los que acudían como el público más selecto y educado, encargado de halagar y animar a los jugadores con sonrisas, aplausos y gestos corteses, que resultaban después alegres damas de compañía de las cenas y bailes con los que terminaban muchos desafíos. Es difícil exagerar la presencia de las mujeres en los juegos de béisbol del siglo XIX, a los que imprimió un sello de sensualidad y erotismo, compartido con sus pares masculinos, que fue exacerbado hasta el cansancio por la crónica social de la época. Como afirma con razón Roberto González Echevarría:
Como el danzón, el beisbol contenía una carga erótica considerable, y como el baile —y aliado a él— facilita el encuentro de jóvenes que llegarán a constituir parejas, convirtiéndose así en una especie de rito prenupcial (…) Una vez en el terreno, estos muchachones, ante un público a veces nutrido de jóvenes del sexo opuesto, se dedicaban a hacer proezas físicas que ponían de manifiesto su agilidad, fuerza y buena constitución. A lo que las jóvenes respondían otorgando «moñas» (hechas de cintas de colores) a aquellos que hacían buenas jugadas.[2]
Es un hecho que las damas criollas no pudieron constituir conjuntos femeninos, como ya sucedía en los Estados Unidos, pero desempeñaron un importante papel al integrar las Directivas de Honor de los clubes, servir como madrinas y protectoras de los equipos, promover juegos de beneficencia, bordar banderas e insignias y cumplir roles de sociabilidad con los peloteros en las glorietas, cenas, bailes y excursiones que rodeaban la celebración de los partidos. Unido a lo anterior, las féminas podían ejercer cierta presión pública para interesar que un jugador de su preferencia tomara parte en algún desafío. Entre varios ejemplos, podemos mencionar la solicitud que un grupo de señoritas hizo en 1889 al más simpático de los tacos de la Acera del Louvre, Carlos Maciá, considerado como el epítome del sportman decimonónico: «Suplicamos al distinguido player Carlos Maciá, juegue el domingo la tercera en el Olivette, para que él, como almendarista, defienda y eleve la enseña azul».[3] Este recurso de petición galante no podía esconder la popularidad y el atractivo físico del intrépido y gallardo Carlos entre las mujeres y, desde luego, que su deseo fue concedido.
Al finalizar el primer campeonato oficial, en febrero de 1879, la crónica periodística fue muy enfática en destacar la presencia femenina y su condición de portadoras del premio para el triunfador: «Más de dos mil personas presenciaron el desafío en el terreno que el Habana tiene en el Vedado, cerca del mar, cuyo terreno no puede estar más acertado y elegantemente dispuesto. Entre tan considerable concurrencia, se veían gran número de señoras y señoritas de las más conocidas de la sociedad habanera. Las señoritas del Vedado (…) tenían preparada una rica corona para el club vencedor, que fue entregada, naturalmente, al Habana».[4]
A este certamen corresponde la más antigua crónica femenina dedicada a elogiar y promover la práctica del beisbol entre los jóvenes cultos criollos. La reseña pertenece a una mujer que firmaba con el seudónimo «Florinda», y que era en realidad Juana Spencer de Delorme,[5] quien redactaba gacetillas de actualidad en la revista La Familia, dedicada a las madres cubanas, cuyo contenido era principalmente de asuntos literarios, históricos, científicos, artísticos y de fomento de los derechos de las mujeres. «Florinda» fue testigo del primer juego de beisbol oficial organizado en la Isla, el 29 de diciembre de 1878, y escribió para sus lectoras lo siguiente:
He visto con placer que varios jóvenes de nuestra buena sociedad se habían organizado en clubs para jugar a la pelota; diversión que (…) siempre atrae numerosa concurrencia a presenciar los partidos en que los jugadores se disputan pacífica y amistosamente la palma de la victoria. Aplaudo el pensamiento de estos jóvenes con tanto más motivo, cuanto que el juego de pelota, sea a la vizcaína, sea a la americana, a la vez que un ejercicio divertido, es de lo más a propósito para desarrollar la fuerza, la agilidad y la salud en la juventud de Cuba, demasiado propensa a la indolencia que es efecto natural de nuestro clima abrumador; si he de juzgar por lo que vi cuando se jugó el primer partido entre el Club de La Habana y el de Almendares, irá cada día en aumento el entusiasmo por el base ball, pues eran muy numerosas las señoras y señoritas que allí se habían reunido y sabido es que basta con que algunas de ellas pongan un poco de interés en ese juego para que todos los jóvenes quieran tomar parte en él.[6]
Semanas más tarde, cuando ya había concluido este primer y brevísimo torneo, «Florinda» hizo una valoración del campeonato desde una perspectiva de unión y concordia entre los clubes participantes, cuyo razonamiento exponía que se trataba de una disputa cordial, donde no se producían derramamientos de sangre, y todos, vencedores y vencidos, quedaban compenetrados. En una lectura alegórica, que toma en cuenta que los clubes azul y rojo representaban posturas políticas diferentes, y que el fin de la Guerra de los Diez Años estaba reciente, es posible advertir en estas palabras un llamado implícito a la paz y la reconciliación al interior de la sociedad cubana:
Después de ser vivamente disputado por los tres «Clubs» el premio del «Championship», quedó por fin a favor del de la Habana, cuyos miembros han probado ser los jugadores más afortunados este año, y si no digo más hábiles, es porque he oído asegurar por personas competentes que tanto el de «Almendares» como el de «Matanzas» cuentan también con magníficos jugadores; pero esta vez la suerte les ha sido contraria, y quizás el año que viene tomarán una brillante revancha de la derrota que acaban de sufrir; mientras tanto los del Habana Club gozan de su triunfo con tanta más satisfacción cuanto que lo han conseguido sin haber tenido que verter la sangre de nadie, ni hacer correr las lágrimas de ninguna madre, esposa o hermana. Dulces triunfos son aquellos en que después de haber luchado, quedan más amigos y más unidos, vencedores y vencidos, que antes de haber medido sus fuerzas.[7]
En 1881, una enigmática señorita que firmaba Elena E., educada en los Estados Unidos, publicó en el semanario Base ball un artículo apoyando el juego de pelota, donde expresaba: «El base ball ha venido a la Isla de Cuba a cumplir la alta misión de hacer de nuestros jóvenes hombres y no muñecos (…) Mucho me alegraría no decayese nunca el entusiasmo que se nota hoy por el base ball (…) Cuando [sic] jugaremos las cubanas, si no este juego, otros que hay análogos y que a la par que nos divirtieran nos desarrollaran».[8]
La profecía de Elena E. resultó ineficaz en lo relativo a la conformación de equipos femeninos de pelota, lo que no impidió que visitaran la Isla clubes de beisbol estadounidenses integrados por mujeres. En febrero de 1885 se anuncia que: «En breve llegará a esta capital una troupe de señoritas norteamericanas con objeto de desafiar a nuestros primeros jugadores. Los periódicos de Nueva York, aseguran que las tales señoritas, además de ser muy bellas, tiene fama de pelotistas».[9]
Años más tarde, se produjo un hecho que tuvo gran resonancia en la prensa de la época, por razones bastante turbias, cuando un conjunto de muchachas estadounidenses visitó La Habana, en marzo de 1893, con el muy optimista pronóstico de que jugarían contra hombres y los vencerían. Se trataba de un apócrifo New York Female BBC, integrado por: Bertha Gordon, P; Emily Forrester, C; George Devere, 1ª B; Lida Stockbridge, 2ª B; Fronie Sheldon, 3ª B; Sadie Brunelle, SS; Lizzie Sheldon, CF; Josie Douglas, LF; Lottie Livingstone, RF y Jeanette Perry (suplente).[10] Se hospedaron en el hotel Saratoga y esperaban enfrentar a un picked nine criollo, capitaneado por Evaristo Cachurro, en los terrenos de Almendares. Se dijo que traer este conjunto femenino había ocasionado cuantiosos gastos a los organizadores, los que trataron de engañar a las autoridades y al público, pues el programa deportivo que presentaron no especificaba que tomarían parte mujeres y adulteraron el precio de las entradas. En realidad las damas norteñas eran unas jugadoras mediocres, y todo no fue más que una estafa para obtener ganancias con un espectáculo extravagante. Al descubrirse la trampa, una turba de espectadores invadió el terreno, derribaron las cercas, propinaron golpes, lanzaron piedras y obligaron a las muchachas a buscar refugio en el edificio del club. La prensa censuró duramente a la Liga General de Base ball, por permitir que se suspendiera un match del campeonato y ceder su lugar al atrabiliario desafío; y el gobierno español debió responder ante las autoridades consulares estadounidenses, por los supuestos agravios sufridos por sus nacionales. Quizás lo más interesante que dejó este lamentable suceso, fueron unos versos satíricos que describían el escándalo provocado por las simuladas beisbolistas:
Las peloteras
Allá en el Club Almendares Se armó una gresca Al jugar el primer inning Las peloteras. (Estribillo) Ni la segunda, ni la primera cogió la bola que se corriera. ¡Ay! Que jarana armaron las peloteras americanas. El público comprendiendo que lo engañaban, furioso saltó al terreno donde jugaban. Mientras esto sucedía… ¡que decepción! La policía se hallaba de votación. Señoras peloteras americanas ¡vayan con sus pelotas a las sabanas! [11]
[1] Alfonso López, Félix Julio. El juego galante. Beisbol y sociedad en La Habana (1864-1895), La Habana, Editorial Letras Cubanas / Ediciones Boloña, 2016.
[2] González Echevarría, Roberto. «Literatura, baile y béisbol en el (último) fin de siglo cubano», en: Critica práctica / práctica crítica, México, D. F., Fondo de Cultura Económica, 2002, p. 256.
[3] La Discusión, 18 de octubre de 1889, p. 3.
[4] La Discusión, 18 de febrero de 1879, p. 3.
[5] Figarola Caneda, Domingo. Diccionario cubano de seudónimos, Habana, Imprenta «El Siglo XX», 1922, p. 57. Juana Spencer era hermana de Roberto Spencer, administrador del semanario Base ball y traductor de las reglas del juego de pelota.
[6] La Familia. Revista quincenal de artes, ciencia y literatura dedicada a las madres cubanas, Habana, vol. I, no. 15, 1 de enero de 1879, p. 244.
[7] La Familia. Revista quincenal de artes, ciencia y literatura dedicada a las madres cubanas, Habana, vol. I, no. 18, 15 de febrero de 1879, p. 304.
[8] Base ball, año 1, no. 4, 23 de octubre de 1881, p. 1.
[9] La Tarde, 3 de enero de 1885, p. 2
[10] La Discusión, 2 de marzo de 1893, p. 3
[11] Décimas cubanas y canciones y guarachas modernas, recopiladas por J. R. V., Habana, Establecimiento Tipográfico de Canalejo y Xiqués, 1893, pp. 138-139.
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