
Las campañas de los pueblos solo son débiles, cuando en ellas no se alista el corazón de la mujer; pero cuando la mujer se estremece y ayuda, cuando la mujer, tímida y quieta de su natural, anima y aplaude, cuando la mujer culta y virtuosa unge la obra con la miel del cariño —la obra es invencible.
Así escribió José Martí, desde Nueva York, en 1892.
Varias poetisas ungieron con la miel del cariño el camino de la independencia. No mencionaremos aquí a todas, solo a unas pocas, lastimosamente olvidadas: Úrsula Céspedes de Escanaverino, Martina Pierra, Aurelia Castillo y Sofía Estévez.
Úrsula, la calandria bayamesa
Úrsula Céspedes de Escanaverino (1832-1874) es la autora del libro Ecos de la selva, de 1861, prologado por su pariente Carlos Manuel de Céspedes, quien escribió: «Úrsula no es la poetisa del arte, que canta con la cítara en la mano; es la poetisa de la naturaleza que canta como las aves y suspira como los céfiros…».
Luego de su muerte apareció otro cuaderno suyo, Cantos postreros, y en 1948 la Dirección de Cultura recopiló sus Poesías.
La Guerra del 68 significó para Úrsula Céspedes la pérdida de hermanos y el encarcelamiento del padre, vinculados todos con el movimiento insurreccional. Sus compatriotas la llamaron la Calandria bayamesa.
De su hacer poético quedaron ejemplos dispersos en la prensa de provincias y también en la habanera.
Si pequeño aquel nido te parece
que no me puedes dar,
levantamos otro así como ese,
a la orilla del mar.
(¡Quiero darte más!)
Martina, condenada al destierro
Al igual que muchas cubanas del siglo XIX, Martina Pierra de Agüero (1833-1900) no pretendió ser recordada como poetisa. Sí, tal vez, por su condición de patriota íntegra, pero no en su faceta literaria. La lectura de sus versos revela un carácter sensible y una inspiración de admirable feminidad.
Un tío, Francisco Agüero, junto a Andrés Manuel Sánchez, figuró entre los precursores de la independencia, siendo ejecutado públicamente en la muy temprana fecha de 1826, en la mismísima Plaza de Armas de la ciudad de Camagüey.
Años después, cuando Martina contaba 18 años, otro miembro de la familia Agüero, esta vez Joaquín, se alzó junto a varios seguidores y combatió el dominio español hasta su captura y fusilamiento, en agosto de 1851. El propio hermano de Martina, Adolfo Pierra, involucrado en el movimiento, fue enviado al presidio de Ceuta, y Martina —quien confeccionara la bandera del alzamiento y un encendido soneto libertador— condenada al destierro, que la gestión familiar consiguió se cumpliera en La Habana.
Una de las estrofas de aquel «Soneto» dice:
De libertad, sublime y glorioso
el perdón recibid, camagüeyanos:
con entusiasmo desplegadlo, ufanos,
que ha llegado el momento victorioso.
En la capital, Martina dio clases y conoció al abogado José Poo, con quien casó. Ella y él figuraron entre los concurrentes al Liceo Literario de La Habana, donde ella, en más de una ocasión, desplegó sus aptitudes histriónicas en piezas dramáticas que le ganaron aplausos.
Aurelia, entre la fábula y la poesía
Escritora y patriota. He ahí, sintetizada en dos profesiones, la trayectoria vital de la camagüeyana Aurelia Castillo (1842-1920). Casada con un oficial del ejército colonialista, pero inspirada por fuertes sentimientos independentistas, ambos debieron abandonar Cuba en 1875 ante la protesta del esposo por el fusilamiento de dos patriotas cubanos. No fue hasta 1879 cuando publicó un primer cuaderno titulado Fábulas (editado en Cádiz).
Dotada de vasta cultura, viajera por Europa y América, y mujer de profunda sensibilidad, se afirma que era igualmente de un carácter firme y que su patriotismo no era algo que por conveniencia alguna fuera capaz de ocultar. De ahí que ya viuda, tuviera que emigrar otra vez al irrumpir la Guerra de 1895. Cuando regresó a Cuba, instaurada la república, estuvo presente en la fundación de la Academia Nacional de Artes y Letras, en 1910, y fue vicedirectora de su Sección de Literatura. También hizo traducciones del idioma italiano y colaboró en las revistas Social, Bohemia y Cuba Contemporánea.
El quehacer poético de Aurelia Castillo tuvo un segundo tiempo cuando entre 1913 y 1918 publicó sus obras completas en seis tomos. Los críticos opinan que sus versos de corte intimista revelan mejor las virtudes de su inspiración, aunque también descuella en aquellos que descubren su sensibilidad patriótica.
Sofía, hija de Indio Bravo
No abundan los datos acerca de la vida de Sofía Estévez y Valdés de Rodríguez (1848-1901). Se inscribe ella en los anales del periodismo cubano como fundadora y directora en Camagüey, junto a Domitila García de Coronado, de la publicación literaria El Céfiro, en 1866, y además como colaboradora de otras revistas de aquella época. Si Sofía Estévez hoy nos resulta desconocida, no lo fue para sus contemporáneos. De ahí que hagamos un esfuerzo de búsqueda entre viejas papelerías para darle siquiera un esbozo biográfico de esta autora que manejó la prosa y el verso, y figuró entre las pioneras de nuestro periodismo.
Fue una mujer de armas tomar y durante la contienda de los Diez Años se sumó a las fuerzas insurgentes en la manigua. Su lírica, de fuerte motivación sentimental, es reveladora de la pasión interna, algo que bien se corresponde con su seudónimo, Hija de Indio Bravo, que tomara de su región natal.
Solo mi alma con ardor ansía
que en su intenso cariño siempre creas…
¡Bendígame tu amor, ¡oh, madre mía!...
Madre del corazón… ¡bendita seas!
(Fragmento del poema «A mi madre»)
La escasa difusión de sus obras, los acosos del polvo y del tiempo, un poco de olvido, una cierta dosis de desconocimiento, entre otras circunstancias, se superponen y sepultan aún más estos pequeños prismas del pasado. Pero con solo un pequeño esfuerzo, estamos en condiciones de recuperar —y disfrutar nuevamente— su colorido. Vale la pena hacerlo por nuestras musas independentistas.
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