Toda su poesía, asevera Miguel Barnet, se apoya en su origen obrero y en su estirpe popular. El fino trabajo de sus versos, su gusto por las texturas más frágiles, así como su irradiación incandescente hacen de cada uno de sus poemas, paradójicamente, un arma contra el populismo y las decadencias. Es una poesía que se alza contra el dolor de un pasado que pocos como ella han sabido expresar. Con olor a salitre y espuma de mar en la piel funda su canto milenario, el mejor tributo que un poeta puede ofrecer a sus antepasados y a su pueblo.
Quiso un día el poeta de Carta de noche regalarle a Nancy Morejón un jardín de azabaches y la describió como una jabalina iluminada de topacio a la que protege la Madre del Agua.
Nancy Morejón, la autora de Piedra pulida y Elogio de la danza, y también de Nación y mestizaje en la obra de Nicolás Guillén, celebra en estos días su 80 cumpleaños. La conocí hace más de seis décadas, una noche, en la biblioteca de la Casa de las Américas. De lejos, sin atreverle a hablarle, la vi muchas veces en animada plática con el teatrista Gerardo Fulleda León, autor del poemario Algo en la nada, que ya él empezaba a repudiar, Rogelio Martínez Furé, asesor entonces del Conjunto Folklórico Nacional, y Miguel Barnet, que acababa de publicar La sagrada familia. Curioso. Seguimos hoy hablando sobre ese poemario que obtuvo mención en el certamen de la Casa y ni siquiera recordamos el nombre del poeta que se alzó con el premio.
Paralelamente, Nancy ganaba mención en el concurso de la Unión de Escritores con Richard trajo su flauta y otros argumentos, poemario, al decir de su autora, que ha tenido mejor suerte que ella misma.
En el plano personal, quiero añadir que fue ella quien llevó a la redacción de La Gaceta de Cuba el primer artículo mío que apareció en ese periódico, y poco después, cuando el libro estaba ya listo para la imprenta, insistió y logró que mi larga entrevista con Nicolás Guillén no quedara fuera de su recopilación crítica sobre el poeta. Más tarde, sin que yo lo supiera, ella fue de esos lectores ocultos que tienen todas las editoriales para aprobar o echarle bola negra a un manuscrito, y dio voto positivo a mi primer libro. «Yo no sé bien por qué escribo… Escribo como enloquecida, anárquicamente, sin disciplina, aunque tengo conciencia del oficio que puede haber en mi trabajo periodístico, en mis ensayos, en mi poesía», dice. Añade:
«Soy una poeta rara; soy muchas poetas».
En 2006, la autora de Fundación de la imagen, que escribe ahora sus memorias, me hizo las confesiones que siguen.
«Siempre hay zonas por descubrir».
«Creo que, para una escritora como yo, las confesiones existen y no existen. A veces sabe una muy poco de sí misma».
El oficio de escribir, que se expresa según el género en que se manifieste, es algo bastante impredecible.
Precisamente, cuando estás frente a la página en blanco, quizás creas que van a aparecer algunas confesiones, pero la cosa no es tan sencilla. Una vive convencida de que la escritura trae consigo esas confesiones; las que conocemos y las que no conocemos. Las confesiones de las que voy a hablar son las que yo creo existen en mí. Es lo mejor, porque así siempre hay zonas por descubrir, campos a los que hacemos entrar a los lectores.
«Adoro los libros, sean viejos o nuevos; ilustrados o sin ilustraciones. Hay un particular sentimiento de atracción si son pequeños, de tapas duras».
Nunca olvidaré mi primer libro viejo de lectura, escrito por Pérez Espinós, cuyas imágenes todavía bailan en mi memoria: colegiales tocando grandes aros que recorrían un camino de transeúntes muy elegantes resguardándose de aquellos aros y del frío. Europa entraba primero por nuestros sentidos que nuestros escenarios naturales. Era así.
Adoro los libros porque, más allá del conocimiento que nos brinden, en cualquier forma, ellos son las credenciales de un carácter, de una historia. Cualquier libro puede darnos ángulos y lecciones de hechos históricos insospechados que no registran los archivos ni los escribanos.
«Me gustan las plazas y los parques porque ante ellos se da el ejercicio múltiple de la observación: de la conversación sincera, sin afeites; de la contemplación de la naturaleza y de la relación de los niños con ella. ¿Puede alguien concebir una aldea por sencilla que fuese sin su plaza, sin su parque?».
Me gusta el verde y quizás por eso siembro, cuando puedo, todo tipo de matas –perduren o no- y, entre los trabajos de campo que me fue dado acometer en mi adolescencia, al sur de La Habana, mi ciudad favorita para vivir, tengo el recuerdo de haber sembrado arroz como un acto lleno de cuidadosa transparencia.
Me gusta el domingo en familia, o entre amigos, que ya es mucho pedir.
Adoro el mar Caribe, casi todos sus puertos, sus músicas y sus fortalezas, pero más aún todas sus gentes, con su resistencia ante la adversidad, venga de donde venga; sus artes y sus creaciones llegados de todas partes, porque aquí somos un género humano, el género humano que alcanzará el mejor porvenir, hecho de una amalgama eterna, con la cadencia que nos caracteriza en esa búsqueda incesante de la dignidad plena de los seres humanos.
«Amo la libertad, que es una siempreviva».
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