La literatura de Stendhal tuvo mucho de autobiografía. El Fabrizio del Dongo de La cartuja de Parma, el Julián Sorel de El rojo y el negro y Lucien Leuwen de la novela homónima e inacabada tienen mucho que ver con las fallidas peripecias vitales y amorosas de Henri Beyle, más conocido como Stendhal, y con los contextos y acontecimientos políticos que condicionaron su vida. Fátima Gutiérrez, en su edición de Rojo y negro (1830) para Cátedra, habla de que el tardío novelista se manifestó literariamente entre el exhibicionismo y la máscara, entre la ostentación de su personalidad en diarios, novelas, textos memorialísticos e, incluso, crónicas viajeras y su paradigmática ocultación en el uso que hizo de más de 200 seudónimos.
Con su primera obra maestra: Rojo y negro, una crónica analítica de la sociedad francesa en la Restauración, Stendhal representó las ambiciones de su época y las contradicciones de la emergente sociedad de clases, destacando sobre todo el análisis sicológico de los personajes y el estilo directo y objetivo de la narración.
En 1839 publicó La cartuja de Parma, mucho más novelesca que Rojo y negro, que escribió en tan solo dos meses y que por su espontaneidad constituye una confesión poética extraordinariamente sincera. Ambas son novelas de aprendizaje, y participan de rasgos románticos y realistas; en ellas aparece un nuevo tipo de héroe, típicamente moderno, caracterizado por su aislamiento de la sociedad y su enfrentamiento con sus convenciones e ideales, en el que se refleja, en parte, la personalidad del propio Stendhal.
Sirvan estas letras como homenaje desde Cubaliteraria a Stendhal, uno de los literatos más importantes y más tempranos del Realismo.
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