En 1961 aparecieron las Odas mambisas, del escritor Manuel Navarro Luna. Constituyen una recopilación de su poesía patriótica, de combate, con fuerte inspiración y tono encendido, revelador del espíritu revolucionario del autor, volcado en la expresión literaria.
Navarro Luna cultivó la poesía rimada, aunque con soltura en la métrica, porque su intención no la apresó en un molde. Es la suya una manera vibrante y sonora de decir, como en este fragmento del poema «¡Adelante!»:
Perseguido en la tierra y en el mar perseguido, él, que solo quería que en un cielo encendido irradiara su estrella deslumbrante, solo exclamó al sentirse ya mortalmente herido: ¡Adelante!...¡Adelante!... Aunque nada en las sombras se despierte sobre la llama inerte, siempre se escuchará su clamor delirante sobre los propios hierros de la muerte: ¡Adelante…! ¡Adelante…!
Aunque nació en Matanzas el 29 de agosto de 1894, fecha que ahora celebramos, este autor es uno de los más representativos del denominado Grupo Literario de Manzanillo, reunido en torno a la revista Orto fundada por Juan Francisco Sariol en 1920. Dicha publicación devino vocero del grupo y de la actividad literaria de sus integrantes, con un alcance que trascendió la ciudad, la provincia y cuyo eco se escuchó en la capital cubana.
La poesía de Navarro Luna se caracterizó en los inicios por el tono intimista y la ruptura con los antiguos cánones retóricos. Gustaba de innovar mediante la colocación de las palabras y los versos, así como de buscar recursos estéticos capaces de atraer la atención y dar mayor relieve a la idea.
Pero el rumbo intimista fue derivando hacia otras vertientes, en especial hacia una poesía de honda preocupación social. Su producción es abundante en los primeros años y entre los cuadernos se citan: Ritmos dolientes, 1919; Corazón adentro, 1920; Refugio, 1927; Surco, 1928; Pulso y onda, 1932; La tierra herida, 1936 (en este sobresale el elemento social); también Poemas mambises, de 1944, en el cual prevalece el aliento patriótico.
Navarro Luna trabajó, además, la prosa. Prueba de ello queda en sus libros Siluetas aldeanas, 1924; Cartas de la ciénaga, 1930; Los pasos del hombre, 1948; Las ideas de Manuel Jibacoa, 1949…
De formación eminentemente autodidacta, ejercitó su talento desde la juventud y en la misma medida en que lo entregó para expresar inquietudes sociales, dedicó su vida a defenderlas.
El triunfo de la Revolución renovó sus fuerzas y significó un mayor reconocimiento de su obra. Leyó poemas en centros de trabajo, en tertulias de acceso público. Vivió feliz de ser considerado uno de los estandartes líricos del proceso político que por entonces se iniciaba. En el Hotel Colina, frente a la escalinata universitaria, una tarja recuerda a este gran poeta de tantos versos que aún rondan nuestra memoria. Murió el 15 de junio de 1966, a los 72 años.
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