Notas sobre Ni dogmáticos, ni ingenuos. Testimonio sobre la Columna Juvenil de Escritores y Artistas de Oriente (Editorial Letras Cubanas, 2024)
En este texto de connotada significación para comprender los procesos culturales de nuestra nación desde finales de la década del sesenta del pasado siglo y una parte del ochenta en Oriente, el poeta, periodista y editor Waldo Leyva —desde Santiago de Cuba—, junto a otros destacados artistas e intelectuales, entre los que se hallaban: José Soler Puig, Raúl Pomares, Jesús Cos Cause, Luis Díaz Oduardo, Rafael Soler, Quintín Fernández, Pedro Ortiz, Francisco García Benítez, Guarionex Ferrer, Joel James, Ariel James, René Urquijo, Jorge Luis Hernández, Willy Valcárcel y Conrado Corona, contribuyeron a formar lo que denominamos la Política Cultural Cubana.
El período que aborda este volumen es amplio y complejo pues en él se desarrolló una intensa labor cultural, que respondía a contextos distintos que precisaban modos de expresión y pensamiento diferentes, donde se produjo una transformación social y de las ideas en su sentido más holísticamente posible en todos los ámbitos.
A manera de síntesis, expondré solo algunos de los sucesos, en los cuales Waldo Leyva estuvo como líder, y en otros, como parte de procesos culturales y de polémicas, y que ahora podemos conocer a través de este testimonio su impronta, esa huella imperecedera que, vista desde la distancia histórica, forma parte de nuestro legado y tradición más autóctono.
Nuestra cultura, al igual que otras, está permanentemente amenazada con vaciar de contenido a sus símbolos más profundos. No me refiero solo a la colonización cultural que tiene entre sus propósitos deconstruir los fundamentos más identitarios mediante plataformas estructuradas desde un pensamiento hegemónico sino al pensamiento interno que busca posicionarse desde tribunas que desdibujan las realidades para convertirlas en hechos baldíos, cuando en verdad han transformado la espiritualidad de muchos seres humanos.
En nuestro contexto, se acostumbra en determinados espacios y circunstancias históricas a borrar o «quitar de la memoria, hechos, acciones y nombres que resultaban ser, si no los protagonistas, por lo menos elementos esenciales para entender lo realizado. Ese modo de actuar pone al descubierto, muchas veces, actitudes tan cuestionables como la de pretender capitalizar un acontecimiento cultural o histórico donde no se estuvo presente». Esto es muy peligroso porque tergiversar, sacar de contexto u omitir intencionalmente hechos y figuras que forman parte de la construcción de la nación es en sí mismo un acto que atenta contra la naturaleza cultural y su legado histórico.
La voz testimoniante de este volumen, acudiendo a su memoria y apoyándose en una entrevista que le concedió en aquella época a Lourdes Jacobo, presidenta de la Uneac, en Las Tunas, sobre el movimiento de escritores y artistas jóvenes de Oriente, articula un discurso donde está muy delineado el contexto histórico-social, los antecedentes, el desarrollo y aportes de la creación de la Columna Juvenil de Artistas y Escritores de Oriente. También las complejas incomprensiones por la que atravesó como creador y dirigente de organizaciones culturales, son huellas y cicatrices, que ahora, como es propio de un intelectual con una moral individual, comparte en este documento memorias de indudable valor que enriquecerán los estudios sobre las primeras décadas de la Revolución.
Algunos hechos de la biografía de Waldo Leyva, que se vislumbran en este libro, son significativos no solo en la vida del autor sino para la Cultura Cubana:
En 1967 fue uno de los fundadores del movimiento de escritores y artistas jóvenes de Oriente, que después se denominó a propuesta del propio Waldo Leyva: Columna Juvenil de Escritores y Artistas de Oriente. Una organización que les permitió «darle voz a un importante grupo de creadores que, por estar lejos de la capital, tenían pocas posibilidades de darse a conocer, más allá del limitado espacio de la provincia». Recordemos que ya existía desde febrero de1963 la Brigada Hermanos Saíz y, por razones diversas, «[…] solo tenía visibilidad en La Habana y, tal vez, en alguna de las provincias próximas a la capital». Entre los músicos que integraban este movimiento se hallaban: Augusto Blanca y Fredy Laborí (Chispa), por solo citar dos ejemplos. Alberto Lescay, Cosme Proenza y Jorge Hidalgo estaban entre los artistas de la plástica. Y así sucesivamente con integrantes de todas las manifestaciones del arte que hoy muchos son referentes de nuestra cultura.
Este grupo de intelectuales fundó la revista Columna y lograron publicar varios números. La valoración que hace el autor es atendible para acercarnos a procesos que se repetían en el ámbito cultural con mayor o menor énfasis en años posteriores: «creo que fue un órgano importante, entre otras cosas porque era una especie de llamada de atención contra el exceso de centralismo cultural o habanerocentrismo, como les gustaba llamar a algunos, parodiando ciertas tesis del eurocentrismo, tan en boga en la época».
Sobre el caso Padilla y el período que han denominado Quinquenio Gris o Decenio Negro contamos con varios estudios documentados y enjundiosos, además de materiales que lo describen y analizan, pero lo que ocurría al interior del país aún está por integrarse para comprenderlo holísticamente. Como se conoce, el nefasto desempeño de algunos funcionarios radicados en la capital, que se caracterizaron en este periodo por el dogmatismo, la censura y la represión en los ámbitos, sobre todo, de la cultura artística y literaria y el pensamiento social, tenían otros voceros o digamos que era parte de los lineamientos de muchos otros que tomaron decisiones erróneas sobre la base de valoraciones e interpretaciones donde se vislumbraban supuestamente peligros para la Revolución. Cito por su importancia el siguiente fragmento:
En la revista se dio noticia sobre algunos de los acontecimientos de la época y pretendimos, a nuestro modo, opinar sobre la compleja realidad de los sesenta y setenta. Recuerdo, por ejemplo, el «caso» Padilla, que promovió tanta opinión. Sobre ese tema publicamos, en portada, un poema de Nadereau, bastante fuerte. Esa publicación provocó que yo fuera llamado, para un análisis con la Dirección de Cultura de la UJC Nacional. Si no me equivoco, solo estábamos en esa reunión Alberto Rodríguez Arufe, otros dos compañeros y yo. El criterio de Arufe era que no debíamos haber publicado ese texto, o haber escrito una nota acompañante. Fue una larga discusión donde defendí la necesidad de publicaciones de esa naturaleza. Insistí en nuestro derecho a opinar sin temor, sobre asuntos que pudieran perjudicar a la Revolución. Arufe me habló de los conflictos que se estaban enfrentando en esos momentos con algunos intelectuales jóvenes y me pidió que estuviéramos atentos. En la provincia teníamos bastante información sobre el alcance de lo que se estaba gestando, pero nuestra opinión sobre el asunto no siempre coincidía con la opinión que se manejaba a nivel nacional. Por esa época se había hecho un número de El Caimán Barbudo con dibujos de Servando Cabrera. Algo pasó con esa edición, a alguien no le parecieron adecuadas las ilustraciones del pintor, o quizá molestó alguno de los textos de la revista, no sé, lo cierto es que recogieron la edición completa y la hicieron pulpa. Recuerdo que le dije a Arufe, en aquella reunión, que la revista Columna daba poca pulpa.
El libro, del mismo modo, ilustra muchos sucesos más acontecidos en este período generados por dogmáticos que usaban mecanismos para excluir y ensombrecer las ricas complejidades que revelan las obras de arte y el aporte reflexivo de un grupo de pensadores y artistas donde Waldo Leyva tuvo un esencial desempeño. La limitada preparación ideológica y cultural de algunos funcionarios y el desconocimiento de la obra reflexiva del Che, no solo la que se encuentra presente en sus discursos, también causó que fueran cuestionados ideológicamente cuando catalogaron de «documento contrarrevolucionario» la Declaración Final del Encuentro de La Columna Juvenil de Escritores y Artistas de Oriente, porque contenía criterios «bastante fuertes con respecto a los actores de la política cultural y a los creadores mismos». Su aseveración sobre La Columna Juvenil de Escritores y Artistas de Oriente revela las contradicciones y los obstáculos que tuvo que enfrentar junto a sus compañeros de viaje: «El movimiento tuvo que luchar para subsistir contra muchos prejuicios, de todo tipo».
Este libro será, sin lugar a dudas, una obra de consulta que se sostiene de disímiles recursos narrativos, para generar significaciones asociadas a diferentes matrices de pensamiento. Adopta, como es inherente al testimonio que utiliza un narrador-protagonista, una estructura omnívora, que le permite darle fluidez a su memoria, privilegiando una dimensión comunicativa donde se alcanza un entramado discursivo en el cual la poesía se integra o, mejor dicho, es complemento del análisis crítico y analítico de los procesos de los fue parte este intelectual.
Cada época contiene sus cosmovisiones, sus derrumbes y sus nuevas construcciones, luces y sombras, cimas y barrancos, y quienes procuran controlar oportunistamente, desde posturas de poder, los procesos culturales; pero un verdadero intelectual es aquel que se resiste a estos actos y desoye la voz que clausura los espacios y rechaza los métodos hostiles de la fuerza política que tergiversa la verdad y los valores más profundos producidos desde el campo cultural. En Ni dogmáticos, ni ingenuos. Testimonio sobre la Columna Juvenil de Escritores y Artistas de Oriente, está la memoria y la voz de Waldo Leyva y su época. La nuestra.
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