
Pocos cubanos dieron tanto de qué hablar, ni disfrutaron de tanta admiración en su tiempo como Nicolás Escovedo y Rivero, nacido a finales del siglo XVIII.
La prosperidad económica de su familia le brindó oportunidad de cursar estudios en el Seminario de San Carlos, de modo que entró en contacto, desde la adolescencia, con los máximos representantes de la ilustración cubana.
Fue, por ejemplo, discípulo del presbítero Félix Varela. Y lo decimos porque se da el caso curioso de que, con solo 25 años, se presentó a las oposiciones para la entonces recién creada cátedra de Constitución del citado Seminario, en competencia nada menos que con José Antonio Saco, José Antonio Echeverría y el propio Varela, en concurso ganado por don Félix.
Muy joven alcanzó Escovedo el reconocimiento social. Fama y fortuna le sonreían; se graduó de Filosofía y de Derecho. Catedrático universitario, fue cofundador de El Observador Habanero en 1820, desde cuyas páginas lanzó sus escritos.
Los destellos de Escovedo eran tales que el Obispo de Michoacán, México, en tránsito de La Habana a España donde asumiría el Ministerio de Gracia y Justicia, lo tomó de secretario. En Europa se agravó la dolencia de sus ojos y regresó sin ellos, luego de una riesgosa e inútil operación.
A partir de ahí dio pruebas de un valor que cautivó a sus conciudadanos. Cuando creían frustrado su prometedor futuro, Escovedo desarrolló una notabilísima carrera forense que lo convirtió en el primer abogado de la Isla y ejemplo donde mirarse colegas y adversarios.
Su fama de orador creció. Descolló en condición de miembro activo de la Sociedad Económica de Amigos del País, porque entre muchos ilustres su voz era escuchada con interés.
Catorce años vivió en completa invidencia, sin dejarse vencer por el desánimo. Al contrario, imbuido de amor por Cuba, obró en favor de ella y la defendió en cuanta tribuna halló trinchera, consciente como estuvo de las lacras que la metrópoli imponía sobre su tierra natal. Fue Diputado a Cortes en 1836, aunque los representantes de Ultramar no fueron admitidos.
De los escritos de Escovedo se conservan solo dos discursos, pero no hay dudas de que estuvo junto a Félix Varela, José Antonio Saco, José María Heredia, Antonio Bachiller y Morales, José de la Luz y Caballero, Domingo del Monte y otros, entre las personalidades mejor dotadas de la cultura cubana en la mitad inicial del siglo XIX.
Hombre sabio, procuró la superación para los demás. Murió a los 45 años, el 11 de mayo de 1840, y en su testamento dejó un legado para la instrucción de seis niños, pues según afirmó, «la educación de los pobres debe ser costeada por los ricos».
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