Para los menos enterados
En fecha tan lejana como 1886 se celebró, en Berna, Suiza, la Convención para la Protección de las Obras Literarias y Artísticas. En los documentos aprobados quedaron amparadas las producciones y los derechos de los autores —escritores, músicos, pintores—, así como los medios para controlar quién o quiénes usaban sus obras y cómo y en qué condiciones lo hacían. Hoy, cuando aquel convenio inicial ha sido reformado, enriquecido y se ha creado la Unión Internacional para la Protección de las Obras Literarias y Artísticas, Cuba se ha adherido a los acuerdos tomados, y si antes del triunfo revolucionario se había pronunciado a favor de otros pactos de similar carácter, en medio de una verdadera pobreza editorial nacional de la cual se beneficiaban las editoras extranjeras para invadir el mercado, en 1977 se decretó la Ley de Derecho de Autor y al año siguiente se creó el Centro Nacional de Derecho de Autor (CENDA) para proteger la producción autoral en todas las manifestaciones: artísticas, literarias, científico-técnicas y educacionales. En fecha reciente, y a tono con las nuevas circunstancias, el Parlamento Cubano, bajo el título de Ley de los Derechos del Autor y del Artista Intérprete, aprobó una nueva legislación, que sustituyó la dictada en 1977. Mediante esta nueva legislación, previamente debatida entre especialistas, creadores, artistas y otros profesionales, además de incorporarse los derechos que asisten a los artistas intérpretes y ejecutantes, se adoptó una visión novedosa, tanto en el plano nacional como internacional, que permite un tratamiento más minucioso de las facultades que corresponden a creadores literarios y artísticos, además de en otros campos como la producción periodística, científica y educacional, con expresión o reproducción en cualquier soporte, incluidos los electrónicos.
Pero valga recordar, sobre todo para los más jóvenes, que a finales de la década del 60, cuando el bloqueo impuesto por el gobierno norteamericano se hacía sentir, nuestra Isla —solo por necesidad imperiosa, y en vista de no poder contar con los libros de texto adecuados para la enseñanza universitaria en las más disímiles disciplinas académicas— se vio obligada a crear, en 1966, por orientación de Fidel Castro, el sello Edición Revolucionaria, con una gruesa letra R que lo identificaba, dirigido por Rolando Rodríguez, que posteriormente sería el director general del Instituto del Libro, creado en 1967, y más tarde denominado Instituto Cubano del Libro (ICL). Mientras se forjaba aquella idea, según relata el propio Rolando en entrevista concedida a la Dra. Natasha Gómez Velázquez, de donde he tomado esta información[1], el propio líder dejó dicho «que era un crimen que los imperialistas yanquis nos quisieran estar matando de hambre, y además, que ahora nos quisieran matar de ignorancia». Se realizó una lista inicial contentiva de 240 títulos con el objetivo de reproducirlos o «fusilarlos» y distribuirlos de manera gratuita entre los estudiantes. El primero impreso fue Introducción a la teoría de conjuntos y a la topología, del matemático polaco K. Kuratowski. Finalmente, luego de crearse las editoriales que, inicialmente, integrarían el Instituto del Libro, Edición Revolucionaria se mantuvo como una Colección de la Editorial Pueblo y Educación.
Aquel sello verdaderamente revolucionario cubrió las necesidades de títulos para la enseñanza universitaria, hasta entonces imposibles de publicar por los acuerdos internacionales sobre la propiedad intelectual, y gracias a su labor se imprimieron, a cuenta y riesgo, obras en materias como medicina y otras ramas de las ciencias técnicas, así como en el área de la literatura y las artes. De estas últimas disciplinas, entre otros muchos títulos aparecidos, recuerdo la aparición de los dos volúmenes que integran el Panorama histórico de la literatura cubana (1967), del dominicano, asentado en Cuba durante muchos años, Max Henríquez Ureña, que en su momento fue libro de cabecera para alumnos estudiosos de nuestras letras, que si bien ha sido superado por obras posteriores, aún hoy constituye obra de obligada consulta; en igual año Historia de la literatura universal, de Paul Van Tieghem, varias historias de la literatura de determinados países, como España (Historia de la literatura española, 1968), de Ángel del Río, y Grecia (Historia de la literatura griega, de igual año), de C. M. Bowra, Interpretación y análisis de la obra literaria (1970), de Wolfgang Kayser, e Historia social de la literatura y el arte, de Arnold Hauser, entre centenares de títulos aparecidos debido a las razones explicadas. Fue una medida extrema, pero necesaria, para facilitar el acceso de los alumnos a libros clave para su desarrollo y si bien fue circunstancial y transitoria, en la actualidad Cuba honra los acuerdos tomados en relación con las leyes que rigen y protegen la propiedad intelectual, tras haber refrendado los acuerdos internacionales vigentes.
Sobre una nueva edición de El llano en llamas y Pedro Páramo, de Juan Rulfo
Lo resumido en breve síntesis viene a propósito de la reciente aparición, por la Editorial Arte y Literatura del ICL, mediante su Colección Huracán, de una obra contentiva de las dos únicas que publicó Juan Rulfo (1917-1986), verdaderos clásicos de la literatura latinoamericana y mundial: El llano en llamas (1953) y Pedro Páramo (1955), que si bien ya eran conocidos del lector cubano por haberlas publicado diferentes casas editoriales antes de que Cuba se adhiriera a los acuerdos internacionales sobre derecho de autor, acaban de ser nuevamente impresas en un solo volumen, con una nota en su página legal donde leemos: «Agradecemos muy especialmente a la Sra. Clara Aparicio de Rulfo, titular de los derechos de autor, por la concesión del permiso para la publicación de estas obras. Igualmente agradecemos la colaboración de la Editorial RM, la cual posee los derechos de edición de las obras [de Rulfo] en lengua española». Asimismo los copyright se acreditan a favor del autor en las ediciones de 1953, 1955 y Herederos de Juan Rulfo, mientras que sobre la presente edición de 2022 se certifica a favor de la Editorial Arte y Literatura, encargada de realizar una negociación, tanto con la derechohabiente como con la Editorial RM, para que el libro pudiera publicarse como ambos lo exigían: nota de contracubierta redactada por la Fundación Juan Rulfo, una intervención mínima en el texto desde el punto de vista de la edición, a cargo de Yoel Lugones Vázquez, así como la aprobación del diseño de cubierta, debido a Danay Hernández. La tirada no podía sobrepasar los 1000 ejemplares.
Si he querido llamar la atención del lector sobre las condiciones señaladas es porque, generalmente, los cubanos pasamos por alto lo que se suscribe en la página legal de cualquier libro, y como la que acompaña esta edición es muy diferente a la mayoría, creo que debe prestársele la atención que merece, tanto para elevar nuestro conocimiento de cómo debe procederse y, además, servir de ejemplo para futuras negociaciones editoriales.
Tras llevar a feliz término todos los pasos requeridos, hoy disponemos en nuestras librerías de ambas obras, que seguramente serán bien recibidas por los lectores más jóvenes, quienes podrán encontrar los diecisiete cuentos que integran El llano en llamas y su citada novela. La edición príncipe de los relatos, correspondiente a 1953, contó con quince textos, pues los dos que se añadirían fueron escritos con posterioridad a Pedro Páramo: «El día del derrumbe» y «La herencia de Matilde Arcángel», mientras que «La vida no es muy seria en sus cosas» (1945), el primero de Rulfo publicado en el tiempo, nunca lo recogió en libro. Los que integran la edición completa de la obra, ahora en manos del lector cubano, fueron escritos y publicados en diferentes revistas entre 1945 y 1955, unos anteriores y otros coetáneos o posteriores, con escaso margen de tiempo, a su única novela. El detalle cronológico, como ha apuntado el crítico boliviano-mexicano Renato Prada Oropeza, no es simple dato, pues es argumento decisivo para sostener la tesis de que «no hay un abismo insalvable, una especie de coupure esthétique, entre los cuentos y la novela de este autor jalisciense».
Es conocida la preocupación de Rulfo por la corrección de sus obras: cuidado por la forma, pulimento del lenguaje, cambios de textos surgidos en algunos cuentos entre la publicación original y la definitiva del libro de 1953, laconismo, pues «siempre sobra un que o un cuando», como dijo el propio autor. Popularizar el lenguaje, eliminar palabras, pero sin destruir la estructura, son algunas de las innovaciones concedidas por la crítica a El llano en llamas, obra de una energía y eficacia artísticas que la configuran como uno de los libros más brillantes de la literatura mundial, inscrito en el canon más exigente de las letras contemporáneas. Sin embargo, al momento de su aparición los juicios emitidos se mostraron poco entusiastas y las narraciones fueron asociadas con aquellas tipologías de relatos costumbristas o regionalistas, pero explicitadas por Rulfo mediante elementos llenos de populismos de fuerte sabor rural, dándole un giro inesperado a su prosa mediante historias desesperanzadas del mundo, utilizando el monólogo interior, memorizando el pasado y el manejo de técnicas como el realismo mágico. Paisajes secos, solitarios, gente silenciosa, miserable, campesinos mexicanos que viven sin esperanza tras el fracaso de la Revolución. El empleo de la ironía, una incoherencia intencional en el desarrollo de las acciones y, como resultado, el desgarre de los significados, la intensa narración fragmentada y evocaciones de violencia y muerte signan estos magistrales e intensos relatos, configuradores de uno de los libros más notables de la literatura latinoamericana.
En la novela breve Pedro Páramo resurge y reverdece, de manera espléndida y novedosa, el drama de alcance naturalista reflejado por otro mexicano, Mariano Azuela (1873-1952) en su novela Los de abajo (1915). Incorporadas, ambas, a sendos ciclos de la «novela de la revolución mexicana», como ha hecho notar el crítico checo, radicado en Estados Unidos, Emil Volek (1944), especialista en literatura latinoamericana, la que ahora comentamos se inspira en la zona rural de Jalisco y emplea como trasfondo referencial histórico los sucesos ocurridos en México desde el comienzo del régimen de Porfirio Díaz, en 1884, hasta la guerra de los cristeros, ocurrida entre 1926 y 1929. Dos historias son narradas: la de un hombre llamado Juan Preciado, quien llega al pueblo de Comala en busca de su padre, Pedro Páramo, y la propia historia de este, un cacique que con el tiempo se corrompió debido al poder generado por la Revolución. Inscrita en el realismo mágico, se le considera una obra precursora del boom latinoamericano, así como uno de los libros cimeros de la literatura escrita en nuestra lengua.
Al igual que lo sucedido con su primer libro, Pedro Páramo fue objeto de críticas negativas, pero al paso del tiempo se constató la relevancia de su novedosa estructura y un modo de narrar inusual para la época. Fue elogiada por Jorge Luis Borges —«una de las mejores novelas de las literaturas de lengua hispánica, y aún de la literatura»— y por Gabriel García Márquez, quien señaló: «Ninguna lectura me ha producido tanta conmoción desde que leí La metamorfosis, de Franz Kafka». Traducida a más de cuarenta idiomas e integrante de la lista de las cien mejores novelas escritas en español durante el siglo XX, según encuesta del diario madrileño El Mundo, esta deslumbrante obra, una de las más audaces de la narrativa latinoamericana de todos los tiempos, se ha convertido, como ha apuntado Volek, «en un mito nacional; y la cosmovisión folclórica tradicional ha moldeado, desde su óptica desfamiliarizadora, carnavalesca y casi surrealista, los violentos conflictos sociales que han caracterizado a la modernidad frustrada en México y en América Latina».
El lector cubano tiene de nuevo en sus manos, concebida desde una edición cuidada y favorecida por una excelente gestión editorial, dos obras sorprendentes que conservan su carácter de modelo experimental, a pesar de los años transcurridos, desde sus respectivas primeras ediciones. Hitos decisivos de la ficción, la singularidad de ambas contribuye a afincar los rasgos distintivos de la identidad americana y siempre serán propuestas bien recibidas por los amantes de la buena literatura.
Contribuir a salvaguardar y expandir la obra de Juan Rulfo es labor que nos compete a todos los latinoamericanos. Cuba se apresta a honrarla siempre.
[1] Natasha Gómez Velázquez: «Edición Revolucionaria (R): memoria y nostalgia del saber en Cuba. Entrevista a Rolando Rodríguez, fundador y director de Edición Revolucionaria. 4 de febrero de 2016», en Estudios del Desarrollo Social: Cuba y América Latina, La Habana, vol. 5, número 1, enero-abril, 2017.
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