Novalis mencionó en su obra «la mansión de los siglos eternos», y uno se pregunta cómo algunos siglos pueden ser eternos. Pero los poetas han trabajado siempre con especulaciones de ese tenor, con los términos eternidad, infinito, inmortalidad, muerte, vida. Menos mal que el poeta decidió firmarse Novalis, se llamaba en realidad Georg Friedrich Philipp Freiherr von Hardenberg, nombre poco práctico para ser recordado en los siglos que preconizó. En la «mansión» novaliana deberían vivir: «las razas del universo (que) han de reunirse después de larga separación». Esto lo dijo en su gran discurso (novela inconclusa) de Los discípulos en Sais (Ediciones Hiperión, 1988), pero son muy famosos sus Himnos a la noche (1800). Metafísico, especulativo, Novalis jugó en sus veintiocho años de vida a fines del siglo XVIII, con la pasión de un romántico esencial.
Algo así como la morada cósmica novaliana aparece hoy en sagas de ciencia ficción fílmica, donde vemos reunidos seres de multitud de mundos y de formas extraordinariamente diversas, a veces viviendo en paz, a veces en guerras galácticas. La imaginación del poeta se adelantó muchísimo a su tiempo, como suele ocurrir. La poesía es también una mirada al futuro, resulta a veces profética. Pero los tiempos que Novalis previó no han llegado aún en la realidad-real, todavía yacen en los sueños futuristas de los seres humanos. No hemos salido de la patria de nuestra especie, no hemos descubierto vida en parte alguna fuera de nuestro planeta, mucho menos hemos entrado en comunicación con otras inteligencias. Somos aún muy antiguos.
Nuestro punto de arranque hacia la «mansión de los siglos eternos» aumenta su polución, flotan islas de desechos en los océanos, se contaminan los peces y nosotros mismos vivimos poluidos. La barbarie de la guerra y de los repartos de zonas de influencia entre los poderosos, muestran algunas de las señales de nuestra antigüedad. Los siglos luminosos están por venir, entonces los órganos noticiosos tendrán como grandes titulares adelantos de las ciencias, hallazgos de la poesía.
Cada uno de nosotros desaparecerá, pero por ahora vivimos nuestro fragmento de eternidad. Como Novalis, abrimos los ojos ante las circunstancias y, aún bárbaras, las hallaremos hermosas. El poeta alemán sufrió en plena juventud la muerte de su amada por una cruel tuberculosis, él, que no pasaría tampoco de la juventud y moriría del mismo mal, miró hacia la disolución, hacia el absurdo-normal de la muerte, hacia la noche. Un año antes de él mismo morir en 1801, terminó sus Himnos a la noche, que es uno de esos libros en que la poesía se mete en las entretelas de las tinieblas, en la oscuridad y el silencio, preámbulos o signos de la muerte. Allí crece el misterio del alma humana que espera rencontrarse con el ser amado (la persona más importante de nuestras vidas) en un más allá que debería ser paradisíaco.
La poesía vive con su tiempo, pero a veces el poeta toca las trompetas de la posteridad, y su obra se lee quizás de igual manera que el alma sobrecogida que la escribió, más de doscientos años después podemos aspirar a que las mansiones de la noche guarden a los seres amados que se van de nuestro lado y nos dejan el absurdo de la soledad, el rayo incesante de la tristeza. La elegía vuela sobre el tiempo y anida en el dolor que sentimos como especie frente al reto inquebrantable de la muerte. Como si ella impusiera una pared sobre otra dimensión, queremos que el ser amado esté en ese sitio a donde algún día cada uno de nosotros irá. Novalis sigue vivo así en la noche, en la mansión frente a la eternidad, en el asidero de la poesía.
En Novalis seguimos hallando una angustia esencial, no solo del ser ante la muerte, no prefigurada luego por el existencialismo sartreano del ser ante la nada, sino un sentido de enrarecimiento ante lo que llamaríamos la trascendencia. La vida es un extraordinario suceso en el universo, y aunque él debe estar preñado de vida, solo conocemos sus manifestaciones terrestres, como en la época de Novalis. Sabemos que hemos de desaparecer por completo hundidos en el Planeta, donde nuestra materia se disolverá, pero seguimos mirando hacia la noche, hacia la esperanza de sobrevivir la catástrofe, el apocalipsis personal. La poesía sigue tejiendo la protesta, la queja, el salmo del ser. En ocasiones ella es estoica, otras veces llora, implora, quiere mirar más allá.
Leer a Novalis es sentir esa fuerza que rompe con la vida y que queremos comprender en su plenitud, entender por qué tenemos un pensamiento preclaro, lo llenamos muchas veces de saberes y amores y luego pasamos sin más ni más. Nos queda el consuelo sin dudas poético de que haber existido resultó una experiencia única y fugaz.
Visitas: 67
Deja un comentario